VICTOR ORO MARTINEZ - DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS

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VICTOR ORO MARTINEZ - DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS

VICTOR ORO MARTINEZ - DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS краткое содержание

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Роман состоит из трёх глав. В первой главе рассказывает свою историю молодой кубинец Рейнальдо Баллестер Кабаллеро из центрального региона острова. Юноша с раннего детства платонически влюблён в Клаудию Кардинале, знаменитую звезду итальянского кино. Он рассказывает все хорошие и плохие, весёлые и грустные моменты своей жизни, в основном в Гаване. Вторая глава книги посвящена истории основания маленького города Монтуа на западе Кубы. Всё начинается с погружения во время сильного шторма парусного корабля Мантова. История семьи Пертиерра через 12 поколений рассказывает как они адаптировались в регионе после кораблекрушения и как процветал их бизнес. Третья глава начинается в итальянском городе Мантова, где живёт Сальваторе Пертиерра, правнук Антонио де лас Нивес, настоящий владелец крупной фармацевтической сети международного значения. Сальваторе Пертиерра решает поехать на Кубу, чтобы выяснить происхождение прадеда. Невероятный роман основан на подлинных событиях.

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Cuando en el pueblo ya era famoso por mis conquistas, y estas a causa de los chismes y la envidia comenzaron a disminuir, fue que inicié mi primera gira. Para entonces había logrado hacerme de mi propia guitarra y además abandonado los estudios de Ingeniería Eléctrica en el segundo año de universidad. Mamá, siempre tan ocupada trabajando en la calle, me consideraba un loco incorregible; abuela continuaba mimándome solidaria y Alfredo y Carlos en cierta medida me apoyaban financieramente, conscientes de que me debían, bueno en realidad a Silvio, las novias que ellos también poseyeron y poseían.

La tendencia natural de los guajiros en cualquier parte del mundo cuando el terruño les queda estrecho es viajar a la capital y yo por supuesto no iba a ser la excepción de la regla. La Habana era mi objetivo inmediato, el luminoso destino que a mí mismo me había prometido, pero, siempre hay un pero, con la escasez de fondos que me asolaba no podía hacer el viaje como Dios y las buenas costumbres mandan: en ómnibus. Unos Hino japoneses, apodados Colmillo Blanco por las gélidas temperaturas de sus acondicionadores de aire y mil veces preferibles a los siempre quejumbrosos, lentos y retrasados trenes. Tomé pues la desvencijada mochila, la atiborré con casi todo mi ajuar y con ella a la espalda y la guitarra en bandolera salí rumbo a la carretera Central con la esperanza de que en un par de días, con buena suerte, me encontraría paseando mi estampa y mi humanidad por el malecón habanero.

Sin embargo, después de la primera hora que pasé a pleno sol esperando por algún carro salvador que me recogiera, la sed comenzó a anidar en mi junto con el nerviosismo y la incertidumbre por el futuro que me esperaba, y luego de hacer cálculos y más cálculos me dije que La Habana aún me quedaba grande. Además era la ciudad del verdadero Silvio, ¿qué pasaría si un día nos tropezábamos, o si alguien denunciaba mi usurpación de personalidad?, así que después de un largo titubeo crucé para el otro lado de la carretera y comencé a pedir botella en sentido contrario. Era evidente que la suerte me acompañaría, pues apenas si había hecho un par de señales cuando un flamante auto ocupado por turistas españoles se detuvo a mi lado.

_ ¿Me adelantan un poco, por favor?_ les pedí con voz melosa.

_ ¿Pero usted…?

_ ¿Yo qué…?_ pregunté a mi vez, temeroso.

_ ¿Usted no es…?

_Sí, yo mismo_ me decidí a tomar la iniciativa _, pero, ¿me dan el aventón o no?

Yo sabía que en España se dice aventón, si les llego a pedir una botella quizás me hubieran tomado por un alcohólico empedernido y ambulante y hubieran salido de allí chillando gomas. Fue un viaje idílico: aire acondicionado, música, numerosas paradas en cafeterías y restaurantes para merendar y en definitiva me queda la tranquilidad de espíritu de que con mi boca nunca les mentí, porque en realidad nunca les dije que fuera Silvio, ellos lo asumieron por sí mismos. Sólo les mentí un poquito, es verdad, al manifestarles que mi coche se había averiado. La avería era falsa por supuesto…y del coche ni hablar.

Eran una linda y crédula pareja, Irene y José, ella de Murcia, él de Alicante. Durante un tiempo prolongado mantuvieron correspondencia conmigo, incluso tuve que invertir algunos pesitos y mandarles varios discos de “mi autoría”, autografiados y todo. En definitiva hasta Santiago no paramos, para allá iban y decidí que esa era mi opción mejor, si no era la capital, al menos la segunda ciudad en importancia.

Me despedí de ellos con pesar, no pude hacerles creer que no iba a aquella ciudad a hacer un concierto, decían que se quedarían con las ganas de verme actuar. Los pobres, no sabían que estaba actuando para ellos desde el mismo momento en que me recogieron, pero bueno, en realidad me consuela saber que ambas partes salimos beneficiadas de aquel encuentro fortuito.

Ya en plena ciudad decidí aventurarme por el Parque Céspedes para probar credenciales y también allí impacté: miradas de asombro, sonrisas, saludos y mucho, abundante calor humano; bueno, humano y ambiental porque Santiago es la candela. El asfalto parecía hervir, por suerte debajo de los laureles la brisa se sentía fresca y un gran alivio experimenté cuando me quité la mochila y la guitarra de la espalda.

¿Qué hacer ahora? Ya había dado el primer paso, mi mente era un hervidero, me recomendé relax y comencé a crear variantes de supervivencia. Por el prestigio y el honor de Silvio no podía de manera alguna ponerme a cantar en plena calle o en el parque para ganarme la vida. Si se me hubiera ocurrido hacerlo, poniendo delante de mí la gorra para que me arrojaran monedas, al otro día hubiese salido en la prensa.

De momento contaba con unos doscientos pesos que generosamente me dieron familiares y amigos antes de partir, ellos me bastarían para un par de semanas a lo máximo. Buscar un alquiler era algo que tenía que priorizar, allí no conocía a nadie, pero todos me conocían y ese razonamiento me tranquilizó. Me tranquilizó tanto que estuve a punto de quedarme dormido en el banco. La sensación de sosiego me hizo sentir como una carnada en vez de pescador y asumí que esa era la estrategia correcta, esperar para ver cómo reaccionaban ante mi presencia, esperar para ver qué pez, o pececita mordía el anzuelo.

Estaba en esa semi vigilia casi embeleso cuando escuché unas risas frescas y alborozadas cerca de mí. Un par de chicas dieciochoañeras, que adiviné eran del preuniversitario por el uniforme que llevaban se habían instalado en el banco contiguo y hacían chistes con el objetivo evidente de llamar mi atención. Como lo lograron les dediqué una sonrisa franca, pero me recomendé paciencia, por situaciones similares ya había pasado en los pueblos cercanos a mi ciudad y sabía cuál sería el final de un posible encuentro concertado. Ellas estaban en el grupo porcentual etáneo más alto de mis fans, si me hubiera acercado a ellas me esperaban muchas preguntas, petición de autógrafos y canciones, frases melosas e intencionadas y muy posible una futura cita por la noche, era lo único que podían ofrecer. Mentalmente les pedí disculpas y me dije que como carnada debía reservarme para un pez mayor.

El pez mayor no demoró en llegar, ya la había divisado en la distancia haciéndome blanco de escrutadoras miradas. Dio un par de vueltas por los alrededores y siempre tornaba la vista hacia mí, a la tercera enfiló directamente al banco donde me sentaba.

_ ¡Ay!, yo no sabía que usted fumaba.

Tendría unos veintiocho o treinta años, alta, esbelta, de tez canela, pelo lacio y abundante ¿India o mulata?, me pregunté y la respuesta más acertada que encontré fue, ¡santiaguera nata! Un bello engendro con una voz melodiosa y una gracia visible en el semblante. Realmente hubiera preferido una rabirrubia antes que aquella morena, considerando los rescoldos aun humeantes de mi pasión por la Cardinale, sin embargo no estaba en condiciones en ese momento de hacer distinciones ictiológicas y suponiendo que esa era la pececita que esperaba, le brindé la más torcida de mis sonrisas.

_Bueno, ¿y cómo podrías saberlo?

_Es que usted es tan conocido y al menos en los recitales y entrevistas nunca lo he visto fumar. Cuando lo cuente a mis amigas no me lo van a creer, ¡el mismísimo Silvio Rodríguez en el Parque Céspedes! De veras que nunca imaginé que me pudiera pasar esto. Estoy tan nerviosa.

_Pues no tiene razón alguna para estarlo, soy tan mortal y tan cubano como usted o como cualquiera ¿Cómo me imaginaba?, pero bueno, siéntese para charlar un rato, ¿o está muy apurada?

_ ¿Apurada yo? No, ¡qué va, si tengo todo el tiempo del mundo! Pues, bueno…je, je… lo imaginaba un poquito más alto, no tan pálido y la voz, aunque me suena extraña, no la imaginé tan cálida.

Tuve un estremecimiento al imaginar que había descubierto el fraude.

_Realmente no eres tú, vamos a tutearnos, la primera que hace esa observación. Sucede que los maquillajes para la televisión y los conciertos le cambian un poco el semblante a uno, pero así como me ves así soy, recuerda que yo soy de donde hay un río y ojalá por lo menos pudiera conocerte, esto último lo dije con la entonación de esas respectivas canciones.

No tuve que gastar más balas, se echó a reír tan alegremente de mi broma que sentí que abría las puertas para el escape. Sin dificultad se creyó la historia de la voz afectada por recientes conciertos y también la de mi retiro de incógnito, al menos para las agencias de prensa e instituciones culturales, a Santiago para calmar mi espíritu después de fuertes desavenencias conyugales y también se imaginó que debía ofrecerme un refugio, aunque modesto para aliviar mis tristezas. Refugio que le acepté después de falsos titubeos.

Ella era en verdad el pez, la pieza mayor que esperé: divorciada, sin hijos, con casa propia y un bello mundo espiritual. Escribía versos y cuentos de una rara y graciosa ironía, cantaba como una diva y sobre todo era una amante perfecta, fogosa y tierna; versátil y caprichosa.

Me sorprendía a diario con cosas nuevas, ocurrencias magistrales, platos sencillos, pero deliciosos, caricias insospechadas, historias asombrosas de mitos y leyendas y sobre todo siempre con un carácter alegre y colorido. En las noches pedía que le recitara las letras de mis canciones y luego me leía sus versos lindos y rimados, sus cuentos jocosos y agudos. Tenía un cuaderno titulado “DIA REAL”, que por supuesto sonaba a explosión acuosa intestinal, que era una verdadera joya del sarcasmo. Uno de sus cuentos cortos era este_ No quería morir inédito, de veras que no quería, pero murió. Hace más de cinco años que su espíritu anda dando tumbos entre las palancas y linotipos de la imprenta.

Durante casi un mes fui el huésped ilustre de aquella mujer única, cuyo nombre mencionar no quiero para no herir su sensibilidad, o mejor aún para no hurgar en la ancha herida que le dejé, pues sé que me amó profundamente. Escapé de allí como un cobarde cuando supe que Silvio vendría en breve a la ciudad. Ni siquiera se me ocurrió pensar en la variante de contarle toda la verdad, estoy seguro que me hubiera perdonado. Me justifiqué a mí mismo mi mala acción con los ocho o diez años de edad que me llevaba y me perdí de su mundo y de su ciudad sin dejarle ni una nota siquiera.

De pronto me vi en la calle, con menos dinero que al principio, pues entre tragos y cigarros había gastado casi la mitad y además con la misma incertidumbre del comienzo del viaje. Regresar a la casa era rendirme, la Habana por otra parte estaba ahora más lejos e inaccesible, aunque continuaba siendo una tentación, pues en pocas semanas comenzaría allí el Onceno Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, con todas las posibilidades infinitas que me podría brindar la multitud de jóvenes de distintas nacionalidades que nos visitarían para continuar con mis planes extravagantes.

En un carro-jaula para transportar reses hice el viaje hasta Camagüey, entre hedores y humedades que se impregnaron por varios días en mis pertenencias y de lo cual tuve conciencia cuando deambulando por el Casino Campestre y frente a la jaula de los leones una niñita le comentó a su madre, ¡qué peste se mandan estos leones!, y para ser honesto los pobres felinos eran totalmente inocentes de la acusación.

En la oscuridad del parque, celebrando a solas y entre rasgueos de cuerdas mi cumpleaños número veintiuno, mientras me daba buches de una botella de vino Viña 95, tuve la feliz idea de visitar a mi amigo Ricardo Alfaro, quien estudiaba en el Curso Preparatorio de Idioma Ruso en la Universidad de aquella ciudad. Compré otra botella para agasajarlo y ablandarlo, me deshice de parte de mi indumentaria silviesca y enrumbé por la Vía de Circunvalación hacia allá.

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