VICTOR ORO MARTINEZ - DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS
- Название:DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:неизвестно
- Год:2022
- ISBN:нет данных
- Рейтинг:
- Избранное:Добавить в избранное
-
Отзывы:
-
Ваша оценка:
VICTOR ORO MARTINEZ - DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS краткое содержание
DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - читать онлайн бесплатно ознакомительный отрывок
Интервал:
Закладка:
Las cosas buenas y malas se van turnando en la vida de las personas igual que la luz y la oscuridad, la salud y la enfermedad. Siempre andan unas disputándole el puesto a las otras, así le pasó a mi bonanza. El culillo que tenía era una premonición, algo que me alertaba. Cuando llegué al comienzo de la cuadra donde vivía me percaté de que algo andaba mal, todavía algunos curiosos, de los tantos transeúntes que a diario circulan por allí, se detenían frente a la puerta de acceso a la escalera del solar.
No me dejaron llegar, enseguida dos o tres vecinos se acercaron a mí para contarme y consolarme. Nadie sabía aun cómo ocurrió todo, sólo estaban claros de que la fuerza del fuego fue descomunal, además de mi cuarto se quemaron otros dos, la vieja Hortensia sufrió lesiones muy serias. A mí con la noticia me entró una flojera en las piernas que me hizo caer de nalgas en la acera, mi mirada quedó fija en un punto indefinido del espacio mientras en la mente trataba de hacer un cálculo del valor de las pérdidas. Allí no quedó nada, me habían dicho, ni subas. Por lo pronto pensaba en el frío, el televisor y el aire acondicionado, pero también en la cocina, la ropa, el radiecito de Mariana y más que todo en unos siete mil pesos que dejé guardados en el escaparate, y más aún en la propia casa ¿Dónde iba a vivir ahora, cómo recibiría Bety aquella noticia? ¿Sería esto también parte del polvazo que le habían echado, según ella? Brujería, casualidad o el Destino, lo cierto era que quedaba nuevamente con una mano adelante y la otra atrás.
Logré, después de mucho insistir, que me dejaran subir para inspeccionar los daños. La realidad superaba todo lo que había imaginado: las puertas estaban convertidas en cenizas, las paredes interiores y todo el maderaje de la barbacoa hechas mierda, las losas del piso se habían cuarteado según pude ver entre los carbones, el techo perdió el estuco y en varias partes afloraban las cabillas desnudas y renegridas. De los muebles no pude discernir rastro alguno entre tanta carbonización. Cuando vine a darme cuenta me dolían los labios de tan fuerte que mis dientes los oprimían, al tiempo que dos gruesos lagrimones me rodaban por la cara. Ruina total, desamparo, desgracia, desgracia, repetía para mí, de pronto me sentí halado por un brazo. Era Margarita la vecina más vieja del solar, la matrona, a la que todos acudíamos en busca de consejo o de consuelo, cuyo cuarto milagrosamente había quedado intacto. Me llevó hasta allá y me hizo tomar una taza de tilo, cuando me notó un poco más calmado me ofreció entonces un vaso de ron bien lleno.
_ ¡Bébetelo, cojones! y alégrense de no haber estado ustedes esa noche ahí. La vida es lo que vale, dale, bébetelo y pídeles a los santos para que te den aché. Hoy por la mañana estuvieron aquí las gentes de la Reforma Urbana, están averiguando en qué albergue los pueden meter, y no te preocupes, ¡eh!, que en la calle no se van a quedar.
Mi vida, que sin aquel siniestro se hubiera enrumbado totalmente distinto, tuvo un vuelco. Me sentí de pronto desdichado, víctima de un castigo inmerecido, pues no consideraba tan graves mis pecados y maldades para recibir tamaño ensañamiento ¿Cómo iba a afrontar ahora la crianza de mi hijo? ¿Cómo recuperar todo lo perdido? Después del segundo vaso de ron las defensas de mi organismo se desactivaron y me entró un sueño incontrolable. Margarita vio mis largos bostezos y me hizo subir a su barbacoa para que descansara un rato. Dormí más de diez horas de un tirón.
Los trámites con los funcionarios de Vivienda fueron largos y las explicaciones que me daban me dejaron horrorizado. Existían cientos de casos de albergados en el municipio, unos por derrumbes, otros por incendios, otros de casos sociales formados por núcleos familiares numerosos. Con buena suerte, me dijeron, en seis o siete años podrían darme una nueva vivienda. Me recomendaron mucha paciencia, les di un listado con la relación de los bienes perdidos y prometieron poco a poco irnos entregando algunas cosas.
Le escribí a Bety contándole en detalle todo lo sucedido y le prometí que en cuanto estuviera instalado en el albergue los iría a buscar. Realmente pude ir por ellos tres meses después.
Nos ubicaron en el local de una desvencijada posada que habían convertido en Casa de Tránsito en el municipio Cerro, pues todas las capacidades de la Habana Vieja estaban ocupadas. Era una habitación sencilla, de apenas diez metros cuadrados, sin baño, ni cocina propios, con la ventana pidiendo a gritos una reparación y las paredes clamando por un poco de pintura que borrara las obscenidades escritas en ellas: Aqui Mayito le partió el bollo a Mayda,12-5-71.Con Norma una noche echamo cinco palo.Luis y Norma.30-3-70…
Si en el solar, que comparado con aquello era un palacio, Bety se sentía mal, en el albergue se puso a punto de la locura. El Príncipe no tenía donde jugar, los pasillos nadie los limpiaba y las moscas y la mierda de perro hacían olas, cosa que una Capricornio como ella, tan asidua del orden y la limpieza no podía soportar.
Habíamos logrado reunir unos viejos trastos a los que llamábamos muebles: una camita tres cuarto con el bastidor agónico y una colchonetica llena de chichones que era un delirio, una cunita de medio palo, pero sin colchón, por lo que el Príncipe dormía encima de una frazada doblada; una silla coja, una mesita con las tablas atacadas por el comején. Dos ollas de aluminio abolladas y un cubo, junto a tres cucharas, un cuchillo y dos tenedores formaban nuestro ajuar culinario.
Cuando mi rubita se vio haciendo colas para cocinar en el único fogón colectivo existente o esperando largo rato para poderse dar una ducha en un baño que metía miedo por la suciedad y cantidad de ranas y cucarachas que allí pululaban y más aún cuando se enteró que había familias que llevaban casi diez años en aquella situación me dijo
_Decide, Rey ¿te quedas aquí solo o te vas conmigo y el niño para Camagüey?
Ella decía Camagüey, pero en realidad sus padres vivían en Minas, a un cojonal de kilómetros de la capital de la provincia. Aquello no era lo mío y tozudo como siempre fui, aunque con tremendo dolor, le dije que me quedaba, que permanecer allí era la única posibilidad que teníamos de algún día volver a tener nuestra casita, que yo iba a hacer todo lo posible por ayudarla. Le pedí que no me abandonara, que se fuera un tiempo para la casa de su tía en Boyeros, pero estaba choqueada, no entró en razones. Tres días duró el tirijala hasta que no me quedó más remedio que acompañarlos a tomar el tren. Ella se mordía los labios y las lágrimas iban bordeando la comisura de su boca hasta resbalar por la barbilla y caer sobre la blusa. El Príncipe me llamaba a gritos. Estuve a punto de montarme con ellos y partir, pero no lo hice, continué parado en el andén, con unos temblores incontrolables, hasta mucho rato después que el tren se hubiera perdido tras la curva de los elevados.
Cuando llegué al albergue el encontronazo con aquel vacío enorme que hallé me resultó más doloroso que el hecho mismo del incendio. Con el fuego perdí pertenencias materiales, ahora sentía que con aquella partida perdía un pedazo bien grande de mis amores. La nostalgia me duró semanas, vine a salir de ella cuando me vi flaco por el mal comer, sin un centavo en el bolsillo y sin tener para quien virarme a pedir ayuda. Si hubiera otro Mariel, pensaba, o algo parecido que me proporcionara un poco de dinero y que con este vinieran la tranquilidad y el bienestar, pero ni hubo más Marieles, ni más tranquilidad.
Entre los albergados más viejos se había establecido un pacto sin palabras, sin actas, ni Por Cuantos de ayudarse mutuamente en su común desgracia y de esta forma, ni en los días más difíciles me acosté sin comerme aunque fuera un plato de sopa y así, con el roce diario nos fuimos tomando confianza mutuamente y fueron llegando las primeras propuestas de vender esto o aquello en bolsa negra, de darle camino lo mismo a un pomo de ron, que a una caja de tabacos o unos pitusas.
Yo siempre había pensado que lo más difícil que hay en la vida era hacer gárgaras bocabajo, pero cuando me vi precisado a pulirla a diario en negocitos de tres por quilo, corriendo riesgos y siempre alebrestado y así día tras día y semana tras semana, sin ver prácticamente las ganancias, me di cuenta que estaba equivocado y que hasta el momento de ocurrir mi desgracia había llevado una vida despreocupada y con bastante buena suerte.
Aunque suponía que en el albergue algunos fumaban yerba, no lo puedo asegurar porque nunca nadie me la propuso, pero con certeza sí sabía que se empastillaban y hasta yo me metí mis buenos pildorazos en días de aprieto para salir por un tiempo, aunque fuera mentalmente y enajenado de aquel tugurio. Al otro día amanecía siempre con la boca reseca y amarga, los nervios de punta y una sensación de estarme convirtiendo en una plasta de mierda. Una de esas noches de enajenación, y bien volao me imagino, porque no recuerdo ni cómo sucedió, le metí mano a Martica, una mulata cuarentona que todavía decía veinte cosas. No sé ni cómo sería la jugada aquella noche, porque en realidad vine a saber que la pasamos juntos cuando en la mañana la encontré completamente en pelotas, acurrucada junto a mí en la cama, en su cama.
Con ella vino un poco de solvencia económica, pues tenía un pariente minusválido que pagaba la patente para vender baratijas por cuenta propia y era ella quien fungía de vendedora, trabajo por el que recibía treinta pesos diarios. Alentado por aquella posibilidad corrí en busca de mi viejo empleador, el de la fabriquita de plásticos, quien por suerte aún seguía en el negocio y le propuse que me diera en buen precio cierta cantidad de mercancía para venderla en la mesa de Martica. Sé que accedió a ayudarme porque me cogió lástima cuando le conté el rosario de mis calamidades, pero el caso fue que me dio una mano en un momento difícil.
El albergue fue para mí una gran escuela, allí supe de verdad lo que era la solidaridad y también la traición, la alegría y la tristeza compartidas, la humildad y la ambición. Todos los contrastes, todas las virtudes y defectos humanos habitaban allí con nosotros. Conocí de celos, de amores rabiosos, de intrigas, de negocios sucios, de deslealtades, de mañas y marañas. Ante mí desfilaron, y casi siempre dejando huellas y recuerdos, hechos que jamás hubiese siquiera soñado que podían existir.
A Arnoldo, el hijo de Martica y a quien apenas si le llevaba dos años de edad, no le caía nada bien. El no disimulaba su malestar cuando nos veía juntos y hacía hasta lo indecible por llevar la discusión a punto de bronca. La madre, que lo mismo que se gastaba en mí un cariño inmenso, se mandaba también un genio espectacular, lograba calmarlo y terminaba pronto lo que estuviera haciendo para irnos un rato de allí y así evitar algo más serio. El argumento que más blandía el muchacho era que yo le estaba chuleando a su madre y que eso ningún hombre que se considerara hombre a todas lo soportaba.
Cuando me enteré que el tipo me estaba preparando una cama para arrancármela decidí enfrentarlo, porque en aquel ambiente si te arratonas después no levantas presión más nunca. Lo esperé hasta tarde en la entrada del albergue. Era pasada la media noche cuando dobló la esquina, me pegué cuanto pude a la pared y cuando lo tuve junto a mí, me le abalancé y tomé por las solapas. Le dije con rabia, masticando las palabras.
_Oye bien lo que te voy a decir ¡cojones! Si hasta ahora te aguanté tus caritas y bravuconerías fue por Marta, ¿me oíste? Pero ya me cansé, compadre_ lo sacudí fuerte_. Ve y busca un palo, un cuchillo, un machete, lo que te dé la gana y hasta puedes traer a un par de socios tuyos si quieres_ lo empujé con fuerza contra la pared_. Los voy a esperar, solito, en la línea del tren ¡Dale, arranca!_, y lo volví a empujar.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка: