Brower Dawn - Amando A Un Espía Americano
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Dando un profundo suspiro, rompió el sobre y sacó la carta. Desdobló las hojas y comenzó a leer.
Victoria
Espero que al recibir esta carta se encuentre bien. Cualquier otro resultado es inaceptable...Esta guerra deja cicatrices en el alma de un hombre -mi alma- y tener alguien como usted en mi vida es un bálsamo sobre la peor de mis heridas. Ha pasado casi un mes, y siento como si el tiempo y la distancia separándonos fuera tremendo. Debo verla otra vez. Por favor, diga que aceptará, y encontraré la forma de ir a su lado.
Mi vida cambió completamente el día que la conocí. No sé cómo explicarlo, sólo que no puedo olvidarla, aún si lo intentara. Por favor, diga que siente lo mismo. Esperaré eternamente por usted, si es necesario, pero espero que no tenga que esperar tanto.
Mis disculpas por la corta misiva...Si tuviera más tiempo, escribiría más, pero ¡ay de mí!, el peligro no me permite tener tiempo para escribir poesía. Contarle noticias sobre el frente de batalla, no le daría mucha esperanza, entonces evitaré dar más detalles acerca de esta desdicha. Sepa que está en mis pensamientos siempre.
Con mucho respeto
William.
Victoria cerró sus ojos y tragó saliva, para deshacer el nudo que tenía en su garganta. Él quería verla de nuevo. ¿Debería ceder y decirle cuánto lo deseaba ella también?
“Por la sonrisa en tu cara, creo que es una buena carta,” dijo Aisling.
Ella alzó su mano a su cara. Victoria no se había dado cuenta que se había rendido y había sonreído. La felicidad era algo nuevo para ella. No le contestó a Aisling pero se dirigió a un mueble y tomó unas hojas para escribir. Después de haber anotado algunas líneas, fue a enviar la carta. Si tenía suerte, podía encontrar a William, dónde había estado destinado la última vez. A veces los hombres eran transferidos durante la guerra y podía tardar semanas para que una carta llegara a sus manos. Ella no iba a preocuparse por eso. William quería verla otra vez. Eso era lo único que le importaba en ese momento.
Capítulo 2
Primavera, 1915
Una lluvia copiosa cayó durante horas sin parar. La tierra debajo de los pies de Victoria Grant se volvió barro. A cada paso, sus pies se hundían en la tierra mojada y cubrían sus botas de estiércol y mugre. Estaba tan cansada de tener sus pies mojados. A esa velocidad, podría encontrarse ella misma con la misma dificultad que los soldados con botas de trinchera. Avanzó penosamente, teniendo que dar pasos largos para salir de ésta área lo más rápido posible. Cuando llegó a la tienda, donde estaba ubicado el hospital de campaña, Victoria movió las cortinas y entró.
“Enfermera Grant, venga aquí ahora.” Un doctor le hizo señas. “Tenemos una gran cantidad de nuevos pacientes, y no se ven bien.”
Ella quiso decirle que estaba al tanto de esta situación. Era la razón por la cual había ido directamente al hospital, en vez de tomarse un merecido descanso. Cada día, le presentaba un nuevo desafío. Pronto, el hospital estaría colapsado, y no tendrían lugar para albergar a los enfermos. “Ya voy, doctor.”
Victoria se envolvió un delantal a su vestido. Probablemente, se pondría difícil el cuidado de los enfermos, y quería por lo menos cuidar su ropa. No tenía mucha, y no había tiendas ni costureras para reemplazarla. El doctor tenía a un hombre en su mesa de operaciones, y el pobre hombre estaba inconsciente. Probablemente, era mejor. Se acercó al doctor para ayudarlo.
El hombre tenía el cabello castaño claro dorado, manchado con sangre. Una sábana cubría casi todo su cuerpo. No es que pudiera haber obtenido algunas pistas al verlo desnudo, pero algo en él, le producía curiosidad. Lo observó y se focalizó en su cara. Dio un gran suspiro, cuando lo reconoció. William.
Ella pensó que nunca lo volvería ver, y ciertamente deseaba que no fuera así. Estaba usando un uniforme francés. Esto era confuso en él. Ella trabajó febrilmente al lado del doctor para parar la hemorragia. Después de una hora de trabajo, finalmente terminaron, y el doctor suturó su herida.
William fue llevado a una cama. Afortunadamente, tenían una disponible. Victoria se tomó un momento para lavarse, y volvió a su lado. No podría dormir, mientras estuviera preocupada por su salud. Él tenía que sobrevivir. Debía. Esta no era la forma en que ella imaginaba su próximo encuentro con él. ¿Había recibido la carta? Había estado preocupada desde que la había enviado y había esperado siglos por su respuesta. Ahora, estaba allí, herido.
Victoria se negaba a creer que esta sería la forma en que su historia terminara. Él había llegado a significar tanto para ella en tan poco tiempo...sólo meses. Sentía su corazón pesado dentro de su pecho, mientras trataba de evitar no llorar. Ellos no podían ayudarse, y ella se negaba a rendirse a algo tan inútil.
“Estarás bien.” Lo dijo más para ella misma que para él. Victoria necesitaba algo en qué creer y decidió aferrarse a la esperanza. Era lo único que podía hacer. Cualquier otra cosa era inconcebible. Ella apoyó su cabeza al costado de su cama y cerró los ojos. Victoria tenía la intención de descansar sólo un momento, pero el cansancio la venció.
“Bella durmiente,” dijo un hombre. Su voz era ronca, pero tenía una pizca de humor. “Te habría besado para despertarte, pero me temo que no tengo fuerzas para moverme.”
Victoria se sentó y se estiró. Le dolía cada músculo de su cuerpo. “No pensé en quedarme dormida.”
“No pensé en ser herido,” él contrarrestó. “Pero a veces hay cosas que no podemos evitar, sin importar cuanto tratemos.”
Ella frunció el ceño. “No es divertido.”
Él sonrió y después se quejó del esfuerzo. “Tienes razón, no es divertido, pero al menos estaba tratando de alegrar nuestro estado de ánimo.” La sonrisa de William se esfumó al mirarla. “Te extrañé.”
Ella apartó la mirada. ¿Por qué tenía que apegarse a este hombre? “¿Por qué estás usando un uniforme francés?” Debían haberle arrebatado una buena parte de él. Sólo tenía los pantalones.
Él suspiró. “Es complicado.”
Victoria temió que sabía exactamente lo que no estaba diciendo con esas palabras. William era espía. Parecía un poco fantástico, pero era lo único que tenía sentido. ¿Por qué otra razón iba a estar un americano en una guerra en la cual no tenía ninguna razón real para estar? “Ya veo.” Él no era muy valiente o increíblemente tonto. De todas maneras ella creía que era un poco de ambas.
De todas maneras, lo respetaba por su esfuerzo. Esta era una guerra horrible y sin sentido. Bueno, todas las guerras eran sin sentido. Pero ésta no era ni aquí ni allá. Ésta era la guerra que tenían que superar, y las otras no significaban nada para ella. Eran históricas e irreales. William jugaba un papel que podía ayudarlos a ver el final más pronto que tarde. Ella entendía la razón de tener espías. Mientras ella odiaba la guerra, ella no lo odiaba a él. Cada persona tenía un rol que cumplir y ella no tenía que menospreciarlo por el cual él tenía que representar.
“No creo que entiendas.”
“Te juro,” ella comenzó. “Entiendo más de lo que crees.” Victoria mantuvo su mirada. “Esto es la guerra, y he visto mucho desde que nuestros caminos se cruzaron.” Había pasado menos de medio año desde que lo había conocido, pero parecía que se conocían de toda la vida. Se había vuelto más fuerte cada vez que había ayudado en las cirugías y había visto tanta sangre. Victoria creía que nunca podría borrarse de su memoria pronto todo lo que había visto. Creía que estas imágenes podían perseguirla por el resto de sus días...
Él asintió. “Es mejor que no hablemos de eso.” William parecía entender. Eso era bueno.
“Guardaré mis pensamientos para mí, entonces.” Ella se paró y lo miró una última vez. “Descansa. Necesitas curarte.”
Victoria puso cierta distancia entre ellos. Todavía tenía fuertes sentimientos hacia él, y si pasaba más tiempo con él, podría enamorarse, y amar a un espía...le produciría angustia. Muchos espías no volvían a casa de la guerra, y aquellos que regresaban, nunca volvían a ser los mismos.

Diciembre, 1915
William se puso su abrigo y lo abotonó. Había un lugar en el que necesitaba estar, y demoraría medio día en llegar caminando a su destino. Tenía el presentimiento que sus compañeros espías deberían estar haciendo lo mismo. Cuando Lord Julian Kendall había estado visitando Nueva York, William no se había dado cuenta que era parte de una red de espías Británicos. Ésto podría haber sido beneficioso saberlo. Podría haberle hecho unas preguntas puntuales a su amigo y tal vez esto demandaba mantener cierta distancia entre él y la hermana de William, Brianne. Odiaba la idea de que su hermana se enamorara de alguien quien constantemente estuviera en peligro.
“¿A dónde vas?” preguntó Julian.
William alzó una ceja. “París.”
“Oh, ¿en serio?” dijo Asher, la marquesa de Seabrook. “¿Nos estás tomando el pelo?”
Él sonrió y le respondió. “Más o menos...Estoy yendo a un hospital de campaña a visitar a cierta enfermera que he conocido, bueno, no creo que existan las palabras para definir lo que siento por ella.”
“Ash puede decir,” dijo Julian. “Personalmente no tengo nada en contra de las enfermeras.” Él saludó a William. “Feliz cacería, mi amigo. Te acompañaría, pero quiero asegurarme que este tonto llegue vivo a París. Se mete en líos muy a menudo.”
William asintió. “Si me necesitan...”
“Sabemos cómo encontrarte,” Julian respondió. “Ve a ver a tu enfermera. Va a ser Navidad antes de que te des cuenta, y no queremos desperdiciar el tiempo que tenemos en algo tonto como la guerra. Hay cosas mucho más importantes.”
William quiso preguntarle qué sentía por Brianne. ¿Julian amaba a su hermana? Sin embargo, se guardó las preguntas. Habría tiempo después para interrogar a su amigo. Julian era un buen hombre, y si no fuera por la guerra, estaría feliz de que cortejara a su hermana. Pero ya que había una guerra, quería que Julian se mantuviera a distancia. Era egoísta de su parte querer pasar tiempo con Victoria y no permitir que Julian tuviera la misma posibilidad. Aunque tenía que admitir que había algo de tristeza en su amigo en los últimos tiempos. Él parecía no tener la misma alegría que solía tener dentro suyo. William se preguntaba qué podría haberle pasado, pero si Julian hubiese querido que él supiera, ya habría expresado sus sentimientos.
No se detuvo a pensar dónde estaba yendo o si podía ser peligroso. William siguió con su objetivo en mente; encontrarse con Victoria.
“Deténgase,” alguien gritó en alemán. William maldijo por lo bajo. Esta era su maldita suerte, y por supuesto estaba usando un uniforme francés. Todavía le quedaba una hora y media antes de llegar al hospital de campaña.
Giró lentamente y se encontró con la mirada del soldado alemán. Tenía un arma en su mano, y lo estaba apuntando directamente a William. “Tranquilo,” le dijo al hombre. “Hoy realmente no quiero ser herido.”
Palabras en alemán salieron de la boca del hombre. El entendimiento de William del idioma alemán era limitado. Julian entendió más que él. Había una razón de por qué no salía mucho de Francia. Él hablaba mejor francés e italiano. Debería mejorar su alemán si quería que su trabajo de espía funcionara.
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