Александр Шубин - Великая Испанская революция
- Название:Великая Испанская революция
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:Книжный дом «ЛИБРОКОМ» aka URSS
- Год:2012
- Город:Москва
- ISBN:978-5-397-02355-9
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Александр Шубин - Великая Испанская революция краткое содержание
В настоящей книге вниманию читателей предлагается комплексный анализ испанской революции и гражданской войны 1930-х гг. На основе обширных архивных материалов и современной испанской литературы автор реконструирует сложные обстоятельства истории Испании 30-х гг., когда эта страна оказалась в эпицентре мировой политики. Героями книги являются не только испанские политические деятели — от анархистов до фашистов, не только ведущие мировые лидеры того времени — Сталин, Чемберлен, Муссолини, Гитлер и другие, но и советские люди, которые приняли участие в революционных событиях. Многие материалы советских военных специалистов публикуются в книге впервые. Однако главным героем книги является все же испанский народ — расколотый, но переживающий «звездный час» своей истории, когда судьбы мира зависели от энтузиазма и действий простых людей труда.
Книга будет полезна исследователям истории 1930-х гг., преподавателям, студентам-историкам, а также всем, кому интересна история Испании, левых идей, социально-политических и международных конфликтов кануна Второй мировой войны.
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En la primera mitad del 1937 las controversias en el campo leal aumentaban. Comunistas se oponían contra la revolución que había estallado en España, por creer que desviaba al país de la sociedad de modelo soviético con que soñaban, además impedía la victoria de la República. En lo último coincidían con Azaña, Prieto y Negrín. El centro político de la República declinaba a la derecha, los comunistas empezaban a ser un centro de consolidación de un «partido del orden» que se oponía a la revolución social. Largo Caballero tomó parte de la revolución española, porque la creía un medio de mobilizar a las masas indispensable para derrotar el fascismo y porque la revolución daba el sentido claro a la lucha: el triunfo de una sociedad nueva sobre la antigua, sin simple conservar aquella España que había existido antes del 1936. Largo Caballero y sus partidarios buscaban un modelo de una sociedad nueva que se formara en resultado de la revolución y que correspondiera a los principios del socialismo democrático. Al conocer más bien las ideas que defendían los sindicalistas que habían integrado el gobierno, los caballeristas empezaron a inclinarse hacia la idea de crear una sociedad cuyo núcleo, estructura principal, fueran los sindicatos obreros.
El 3 de mayo del 1937 PSUC y los nacionalistas catalanes provocaron conflitos armados con anarco-sindicalistas en Barcelona, que fueron declarados «un revuelto anarco-trotskista». A pesar de que las partes consiguieron un acuerdo de cesar el fuego, adversarios de CNT y POUM utilizaron los choques de 3–6 de mayo para imponer su control a Barcelona e iniciar represalias contra la oposición. Pero mientras el gobierno de Largo Caballero retenía el poder, la investigación de los acontecimientos en Barcelona podía comprometer a PSUC y a los comunistas en general. Por eso para los comunistas fue principal destronar a Largo Caballero quien se oponía a interpretar los hechos de mayo como «un revuelto anarco-trotskista». De esa manera la idea de destituir a Largo Caballero planeada por los comunistas ya en marzo llegó a ser una tarea directa en mayo. Con todo eso, PCE estaba dispuesto a que Largo Caballero quedara una figura formal del jefe del gobierno a condición de que todo el poder efectivo y sobre todo el control de las estructuras de fuerza se concentrara en las manos de los comunistas y «centristas» de PCE.
Los comunistas se empeñaban en cambiar la estrategia del gobierno y política militar, sin detenerse ante destituición del jefe del gobierno si fuese necesario. No obstante, eso no quiere decir que planearon de anticipo toda la marcha de la crisis política de mayo, desde los choques en Barcelona. Estaban dispuestos a actuar decidida y brutalmente, ganando a sus oponentes posición por posición, pero cuando sus acciones en la Ciudad Condal provocaron una exploción de indignación, en el primer momento aun se quedaron perplejos. Es más, el resultado de sus acciones en Barcelona no garantizaba en absoluto que derrotaran a sus adversarios y hasta amenazaba sus posiciones propias. En ésta situación fue los líderes del ala derecha de PSOE y el Presidente Azaña quienes salvaron a los comunistas, lo que resulto en un nuevo reparto del poder, donde las posiciones de los comunistas todavía no eran absolutamente dominantes aunque se reforzaron. Comunistas podían aprovecharse de un motivo menos arriesgado para avanzar en el camino de transformación de España en una «democracia popular». No eran combinadores omnipotentes, su fuerza procedía de la coherencia con que implantaban el estatismo llevando consigo a las estatistas del PSOE.
Después de los hechos de mayo Largo Caballero podía seguir encabezando el gobierno a una de las dos condiciones: sujetarse al dictado y convertirse a una figura nominal o, aprovechándose del papel feo del PSUC en los hechos barseloneses, debilitar a los comunistas y formar un gobierno nuevo a una nueva base sindical (al haber igualado a UGT y CNT), ignorando el opinión del Presindente y apelando a masas organizadas. Eso, por supuesto, violaría la Constitución, pero después del 18 de junio la infringían muy a menudo. Fue un momento crucial en el desarrollo de la Revolución española, o sea del todo el mundo también. ¿Nacería un nuevo modelo sindicalista que existiera al lado de los variantes de la sociedad industrial regulada norteamericano, soviético y fascista? ¿Considerarían los países que empezaran el camino del estado social las opciones diferentes: crear una sociedad nueva a base de autoritarismo, pluralismo democrático o, como en España, a base de la democracia industrial?
Es evidente que el gobierno cuyo núcleo fuera integrado por los líderes sindicales de CNT y UGT habría continuado a realizar las reformas sociales dirigidas a ordenar la colectivización y la sindicalización. Tal gobierno habría investigado los hechos de mayo de una manera desfavorable para los comunistas, lo que habría aflojado sus posiciones en los órganes de fuerza y habría resultado en que PCE perdiera la lucha por el poder. Sin embargo, si las cosas hubieran ido así, no sólo los comunistas sino los socialistas de derecha y los republicanos habrían perdido el poder. Pero en mayo del 1937 Largo Caballero no se atrevió a actuar de manera revolucionaria. «El Lenin español» no tuvo la audacia de Lenin verdadero. Al mismo tiempo rechazó el papel de un mascarón de proa de la nave que bruscamente cambiaba el rumbo.
Por no haber atrevido a romper con el sistema partidista-presidencial, Largo Caballero perdió y el 17 de mayo M. Azaña le encomendó formar un gobierno nuevo a J. Negrín, dispuesto a la cooperación más estrecha con comunistas. En la primavera del 1937 un golpe político iba preparándose no en favor de personas sino en favor del bloque de comunistas y socialistas de derecha. Los políticos social-liberales y comunistas eligieron a Negrín como a la más cómoda figura de compromiso.
Los emisares de Comintern participaban directamente en aquellas combinaciones y gozaban de una gran influyencia en la coalición de los «vencedores de mayo». Está claro que sin su apoyo los socialistas de derecha no habrían logrado vencer a Largo Caballero y la revolución social.
Los antifascistas tenían no un solo (exterior) sino dos factores de resistencia como mínimo (lo que prueba ya la defensa de Madrid): la revolución y la ayuda de la URSS. En la situación en que hallaba la República era imposible ganar contando con sólo uno de ellos. La derrota seguía no sólo a la disminución de la ayuda soviética sino también a la debilitación de la revolución. Al paralizar la revolución, la dirección española nueva mató los estímulos de la lucha abnegada por la victoria. Largo Caballero sabía combinar las ambas fuentes de la fuerza republicana, después de que Negrín había rechazado una de ellas, sólo el comienzo de la Segunda Guerra Mundial podría salvar la República.
Antes de 1938 la ayuda soviética equilibraba la intervención material y técnica de Italia y Alemania, y las Brigadas Internacionales, la presencia del contingente militar italiano. A los finales de 1937 la ayuda soviética empezó a reducirse, mientras la fascista aumentaba. La disminución de la ayuda de la URSS fue relacionada tanto con el desengaño de los jefes soviéticos por lo que el nuevo gobierno Negrín-Prieto fuera incapaz de quebrar el curso de la guerra como había prometido, como con la agravación de la situación internacional, cuando el problema español quedó menos importante que las crisis en China y Checoslovaquia.
Desde la segunda mitad del 1937 la ayuda soviética iba también a China y el volumen de abastecimientos al Oriente se descontaba de lo que URSS podía dirigir a España. China era aun más importante de España: ésta vez la guerra iba inmediatamente junto a las fronteras de la URSS. Detener Japón a los accesos lejanos a URSS fue muy importante para los soviéticos durante todos los 30.
En primavera-otoño de 1937 los republicanos obtuvieron una posibilidad de tomar iniciativa, cuando Franco al haber concentrado las fuerzas en el Norte guerreaba en dos frentes. En vez de acumular los esfuerzos en la victoria y preparación de una operación ofensiva, comunistas y social-liberales se peleaban apasionadamente por poder, mientras tanto la República perdía tiempo. En verano realizaron una operación en su estilo, y se quedó evidente que sus métodos no eran mejores sino peores que el estilo de guerra de Largo Caballero. Y en julio-diciembre del 1937 la oportunidad de captar la iniciativa fue perdida.
Sin embargo la URSS continuó a prestar ayuda a la República cuya conservación (aunque la victoria fuera imposible) distraía Alemania y en especial Italia de las acciones en el este de Europa.
Dosificando la ayuda según la situación de política externa complicada, Stalin no se negaba a continuar la lucha en España y fortalecer el control sobre el sistema política de la República. Como demuestra la experiencia de las «democracias populares», aun en las condiciones más favorables Stalin actuaba paulatinamente cuando establecía los régimenes comunistas.
En el mayo de 1937 el lugar del gobierno revolucionario ocupó una coalición interesada en apaciguar y finalmente apagar totalmente el fuego de la revolución. Pero la fracción más fuerte del régimen de mayo eran los comunistas quienes por lo moderado que fueran no se negaban a la idea de convertir España a un país socialista (tal y como entendían la palabra). El gobierno de Negrín se ocupó de la decolectivización pero al mismo tiempo, de la nacionalización. Fue no sólo una deviación de los progresos revolucionarios antiguos sino la vuelta del vector de revolución de la autogesión al estatismo y estatalización. El régimen que se establizó en España en mayo de 1937 representaba una forma inicial de las «democracias populares»: los régimenes que se propagaron en la Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial. La «democracia popular» es un régimen prosoviético que combina una fachada liberal con el núcleo autoritario y estatista. La correlación de la fachada y del núcleo depende de los factores de política exterior, y en ciertas condiciones la fachada puede vencer al contenido. La «democracia popular» no se limitaba a hacer un «polluelo de cuclillo» comunista expulsar a los aliados, sino era una síntesis de dos estatismos: un comunista y otro liberal en una plataforma prosoviética.
Los pasos más decisivos en la ruta de la «democracia popular» en España eran posibles después de que terminara la guerra civil y la situación internacional cambiara. Cuando llegara el tiempo, sería posible unir a los comunistas y a los partidarios de política prosiviética en un partido unido y allanar a la oposición.
Al haber perdido la oportunidad de vencer a los azules, a la República le quedaba una sola posibiliad de sobrevivir: tirar hasta que estallara la Segunda Guerra Mundial. Esta oportunidad apareció en el septiembre del 1938 en relación con la crisis de Sudetes y permanecía en 1939 ya que la República gozaba de un, aunque pequeño, pero suficiente recurso de resistencia para mantenerse algunos meses en la situación impredicable de la Europa de preguerra.
Pero las fuerzas políticas dirigentes incluído al primer ministro Negrín concluyeron que la derrota era inevitable y comenzaron a buscar las posibilidades de minimizar las consecuencias de la catástrofe. Comunistas implicadas en el combate contra en fascismo estaban dispuestos a luchar hasta el último soldado. Pero también tenían que actuar en el marco de la política de Negrín cuyas maniobras provocaban desconfianza a una gran parte de los republicanos que temían quedarse al margen de la evacuación.
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