Array Array - La senorita de Tacna

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    La senorita de Tacna
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Array Array - La senorita de Tacna краткое содержание

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BELISARIO ¿A Arequipa?

MAMAÉ

(Ha llegado por fin a su sillón y se deja caer en él, Belisario apoya la cabeza en sus rodillas)

Era una buena época. Parecía que iba a haber una gran cosecha de algodón y que el caballero ganaría mucho dinero y tendría una hacienda propia. Porque el caballero, entonces, administraba unas tierras ajenas.

BELISARIO

La hacienda de Camaná, la de los señores Saíd. Ya sé todo eso. Lo de la carta, Mamaé, lo de la india.

En el fondo del escenario aparece el Abuelo. Se sienta. Entra la Señora Carlota, con una escoba y un plumero. Viste como en el primer acto, pero, aquí, parece cumplir las tareas de una sirvienta. Mientras barre o sacude, pasa y vuelve a pasar ante el Abuelo, con aire insinuante. El Abuelo, como a pesar de sí mismo, empieza a seguirla con la mirada.

MAMAÉ

Camaná era el fin del mundo. Un pueblito sin caminos, sin siquiera una iglesia. Y el caballero no permitía que su esposa fuera a enterrarse en ese desierto. La dejaba en Arequipa, con la señorita, para que hiciera vida social. Y él tenía que pasar meses lejos de los suyos. Era muy bueno y siempre había tratado a los peones y sirvientes de la hacienda con guante blanco. Hasta que un día…

ABUELO

(Recita)

Esposa adorada, amor mío: Te escribo con el alma hecha un estropajo por los remordimientos. En nuestra noche de bodas nos juramos fidelidad y amor eternos. También, franqueza total. En estos cinco años he cumplido escrupulosamente ese juramento, como sé que lo has cumplido tú, mujer santa entre las santas.

La Señora Carlota, envalentonada con las miradas del Abuelo, se quita la blusa, como si hiciera mucho calor. El sostén que lleva apenas le cubre los pechos.

BELISARIO

(Con angustia contenida)

¿Fue una carta que el caballero le escribió a la señorita?

MAMAÉ

No, a su esposa. Llegó la carta a Arequipa, y, al leerla, la esposa del caballero se puso blanca como la nieve. La señorita tuvo que darle valeriana, mojarle la frente. Luego, la esposa del caballero se encerró en su cuarto y la señorita la sentía llorar con unos suspiros que partían el alma. Su curiosidad fue muy grande. Así que, esa tarde, rebuscó el cuarto. ¿Sabes dónde estaba la carta? Escondida dentro de un sombrero. Porque a la esposa del caballero le encantaban los sombreros. Y, en mala hora para ella, la señorita la leyó.

La mano del Abuelo se estira y coge a la Señora Carlota, cuando pasa junto a él. Ella simula sorprenderse, enojarse, pero, luego de un breve y silente forcejeo, se

deja ir contra él. El Abuelo la sienta en sus rodillas y la acaricia, mientras sigue recitando la carta:

ABUELO

Prefiero causarte dolor antes que mentirte, amor mío. No viviría en paz sabiéndote engañada. Ayer, por primera vez en estos cinco años, te he sido infiel. Perdóname, te lo pido de rodillas. Fue más fuerte que yo. Un arrebato de deseo, como un vendabal 2que arrancara de cuajo los árboles, se llevó de encuentro mis principios, mis promesas. He decidido contártelo, aunque me maldigas. La culpa es de tu ausencia. Soñar contigo en las noches de Camaná ha sido, es, un suplicio. Mi sangre hierve cuando pienso en ti. Me asaltan impulsos de abandonarlo todo y galopar hasta Arequipa, llegar hasta ti, tomar en mis brazos tu cuerpo adorable, llevarte a la alcoba y…

Su voz se va apagando.

MAMAÉ

Todo empezó a darle vueltas a la señorita. El cuarto de baño, donde leía la carta, se convirtió en un trompo que giraba, giraba, y la casa, Arequipa, el mundo, se volvieron una rueda, un precipicio donde la señorita caía, caía. Su corazón, su cabeza iban a estallar. Y la vergüenza le quemaba la cara.

BELISARIO (Muy grave)

¿Sentía vergüenza por haber leído que el caballero le había pegado a una sirvienta?

El Abuelo y la Señora Carlota se han desligado al suelo.

MAMAÉ (Trémula)

Sí, mucha. No concebía que el caballero pudiera ponerle el dedo encima a una mujer. Ni siquiera a una india perversa.

BELISARIO

(Muy conmovido)

¿Nunca había leído una novelita en que un hombre le pegaba a una mujer?

MAMAÉ

Era una señorita decente y no leía ciertas cosas, chiquitín. Pero, además, era peor que leerlas en un libro. Porque ella conocía al autor de la carta. La leía y releía y no podía creer que el caballero hubiera hecho algo así.

ABUELO

El nombre de ella no importa. Es una infeliz, una de las indias que limpian el albergue, un animalito, una cosa. No me cegaron sus encantos, Carmen. Sino los tuyos, el recuerdo de tu cuerpo que es la razón de mi nostalgia. Fue pensando en ti, ávido de ti, que cedí a la locura y amé a la india. En el suelo, como un animal. Sí, debes saberlo todo…

2 Nota del escaneador: aparece así en la edición en papel y no la forma correcta «vendaval».

BELISARIO

(También trémulo ahora, pronunciando las palabras como si lo quemaran) ¿Y por unos azotes a la sirvienta, se puso blanca como la nieve la esposa del caballero? ¿Y por eso sintió que se acababa el mundo la señorita? ¿No me estarás ocultando algo? ¿No será que al caballero se le pasó la mano y mató a la india, Mamaé?

MAMAÉ

De repente, la señorita empezó a sentir otra cosa. Peor que el vértigo. Le temblaba el cuerpo y tuvo que sentarse en la bañera. La carta era tan, tan explícita que le parecía estar sintiendo esos golpes que el caballero le daba a la mujer mala.

ABUELO

Y, en mis brazos, ese ser chusco lloriqueó de placer. Pero no era a ella a la que estaba amando. Sino a ti, adorada. Porque tenía los ojos cerrados y te veía y no era su olor sino el tuyo, la fragancia de rosas de tu piel lo que sentía y me embriagaba…

BELISARIO

¿Pero en qué forma la hizo pecar esa carta con el pensamiento a la señorita, Mamaé?

MAMAÉ (Demudada}

Se le ocurrió que en vez de pegarle a la Señora Carlota, el caballero le estaba pegando a ella.

ABUELO

Cuando todo hubo terminado y abrí los ojos, mi castigo fue encontrar, en vez de las ojeras azules que te deja el amor, esa cara extraña, tosca… Perdóname, perdóname. He sido débil, pero ha sido por ti, pensando en ti, deseándote a ti, que te he faltado.

BELISARIO

¿Y dónde estaba el pecado en que a la señorita se le ocurriera que el caballero le daba una paliza a ella? Eso no era pecado, sino tontería. ¿Y, además, de qué Señora Carlota hablas? ¿Ésa no era la mujer mala de Tacna?

MAMAÉ

Claro que era pecado. ¿No es pecado hacer daño al prójimo? Y si a la señorita se le antojó que el caballero la maltratara, quería que el caballero ofendiera a Dios. ¿No te das cuenta?

El Abuelo se levanta. Con un gesto de disgusto despacha a la Señora Carlota, quien se marcha lanzando una mirada burlona a la Mamaé. El Abuelo se pasa la mano por la cara, se arregla la ropa.

ABUELO

Cuando vaya a Arequipa, me echaré a tus pies hasta que me perdones. Te exigiré una penitencia más dura que mi falta. Sé generosa, sé comprensiva, amor mío. Te besa, te quiere, te adora más que nunca, tu amante esposo, Pedro.

Sale.

MAMAÉ

Ese mal pensamiento fue su castigo, por leer cartas ajenas. Así que aprende la lección. No pongas nunca los ojos donde no se debe.

BELISARIO

Hay cosas que no se entienden. ¿Por qué le pegó el caballero a la india? Dijiste que ella era perversa y él buenísimo, pero en el cuento es a ella a la que le pegan. ¿Qué había hecho?

MAMAÉ

Seguramente algo terrible para que el pobre caballero perdiera así los estribos. Debía de ser una de esas mujeres que hablan de pasión, de placer, de esas inmundicias.

BELISARIO

¿Se fue a confesar la señorita de Tacna sus malos pensamientos?

MAMAÉ

Lo terrible, Padre Venancio, es que leyendo esa carta sentí algo que no puedo explicar. Una exaltación, una curiosidad, un escozor en todo el cuerpo. Y, de pronto, envidia por la víctima de lo que contaba la carta. Tuve malos pensamientos, Padre.

BELISARIO

El demonio está al acecho y no pierde oportunidad de tentar a Eva, como al principio de la historia.

MAMAÉ

No me había pasado nunca, Padre. Había tenido ideas torcidas, deseos de venganza, envidias, cóleras. ¡Pero pensamientos como ése, no! Y, sobre todo asociados con una persona que respeto tanto. El caballero de la casa donde vivo, el esposo de la prima que me ha dado un hogar. ¡Ayyy! ¡Ayyy!

BELISARIO

(Poniéndose de pie, yendo hacia su escritorio, comenzando a escribir) Mira, señorita de Tacna, te voy a dar la receta del Hermano Leoncio contra los malos pensamientos. Apenas te asalten caes de rodillas, donde estés, y llamas en tu ayuda a la Virgen. A gritos, si hace falta. (Imitando al Hermano Leoncio.) «María ahuyenta las tentaciones como el agua a los gatos.»

MAMAÉ

(A un Belisario invisible, que seguiría a sus pies. Belisario sigue escribiendo) Cuando tu abuelita Carmen y yo estábamos chicas, en Tacna, una temporada nos dio por ser muy piadosas. Nos imponíamos penitencias más severas que las del confesionario. Y cuando la mamá de tu abuelita —mi tía Amelia— se enfermó, hicimos una promesa, para que Dios la salvara. ¿Sabes qué? Bañarnos todos los días en agua fría. (Se ríe.) En ese tiempo parecía una locura bañarse a diario. Esa moda vino más tarde, con los gringos. Era un acontecimiento. Las sirvientas calentaban baldes de agua, se clausuraban puertas y ventanas, se preparaba el baño con sales y, al salir de la tina, una se metía a la cama para no pescar una pulmonía. Así que nosotras, por salvar a la tía

Amelia, nos adelantamos a la época. Durante un mes, calladitas, nos zambullimos cada mañana en agua helada. Salíamos con piel de gallina y los labios amoratados. La tía Amelia se recuperó y creíamos que era por nuestra promesa. Pero un par de años después volvió a enfermarse y tuvo una agonía atroz, de muchos meses. Llegó a perder la razón de tanto sufrimiento. A veces es difícil entender a Dios, chiquitín. Tu abuelito Pedro, por ejemplo, ¿es justo que, a pesar de ser siempre tan honrado y tan bueno, todo le saliera mal?

BELISARIO

(Alzando la vista, dejando de escribir)

¿Y tú, Mamaé? ¿Por qué no tuviste una vida donde todo te saliera bien? ¿Por qué pecadito de juventud te castigaron a ti? ¿Fue por leer esa carta? ¿Leyó esa carta la señorita de Tacna? ¿Existió alguna vez esa carta?

La Mamaé ha sacado, de entre sus viejas ropas, un primoroso abanico de nácar, de principios de siglo. Luego de abanicarse un instante, se lo acerca a los ojos y lee algo que hay escrito en él. Mira a derecha y a izquierda, temerosa de que vayan a oírla. Va a recitar, con voz conmovida, el poema del abanico, cuando Belisario se le adelanta y dice el primer verso:

BELISARIO

Tan hermosa eres, Elvira, tan hermosa…

MAMAÉ

(Continúa recitando)

Que dudo siempre que ante mí apareces…

BELISARIO

Si eres un ángel o eres una diosa.

MAMAÉ

Modesta, dulce, púdica y virtuosa…

BELISARIO

La dicha has de alcanzar, pues la mereces.

MAMAÉ

Dichoso, sí, dichoso una y mil veces…

BELISARIO

Aquel que al fin pueda llamarte esposa.

MAMAÉ

Yo, humilde bardo del hogar tacneño…

BELISARIO

Que entre pesares mi existencia acabo…

MAMAÉ

Para tal honra júzgome pequeño.

BELISARIO

No abrigues, pues, temor porque te alabo:

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