Array Array - La senorita de Tacna
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Se pone a escribir otra vez
MAMAÉ
Ni siquiera sabe que no me voy a casar con él. Hoy iba donde el sastre Isaías, a recoger su uniforme de gala para la boda. Se va a llevar una sorpresa cuando los criados le digan que no puede poner los pies en esta casa nunca más.
ABUELA
(Avergonzándose)
¿Es por miedo, Elvirita? Quiero decir, ¿por miedo a… a la noche de bodas? (La Mamaé niega con la cabeza.) ¿Pero entonces por qué? Tiene que haber sucedido algo terrible para que plantes a tu novio la víspera del matrimonio…
MAMAÉ
Ya te lo he dicho. He cambiado de idea. No voy a casarme. Ni con Joaquín ni con nadie.
ABUELA
¿Has sentido el llamado de Dios? ¿Vas a entrar al convento?
MAMAÉ
No, no tengo vocación de monja. No voy a casarme ni entrar al convento. Voy a seguir como hasta ahora. Soltera y sin compromiso.
ABUELA
Me estás ocultando algo grave, Elvira. ¡Quedarte soltera! Pero si es lo más terrible que le puede pasar a una muchacha. ¿No dices tú misma que la tía Hilaria da escalofríos por su soledad? Sin marido, sin hogar, sin hijos, medio loca. ¿Quieres ser como ella, llegar a vieja como un alma en pena?
MAMAÉ
Más vale sola que mal acompañada, Carmencita. Lo único que lamento es el disgusto que les daré a mis tíos. ¿Ya vieron el vestido ardiendo la tía Amelia y el tío Menelao? (La Abuela asiente.) Qué delicados son. Ni siquiera han venido a preguntarme por qué lo he quemado. Y ellos que han hecho tanto sacrificio para que yo tuviera una boda por todo lo alto. Se han ganado el cielo con el corazón que tienen…
ABUELA
(Dándole un beso en la mejilla)
Nunca te vas a quedar sola, como la tía Hilaria. Porque cuando yo me case, si algún caballero quiere hacerse de mí, te vendrás a vivir con nosotros.
MAMAÉ
Tú también eres buena, ñatita.
Emocionadas, se hacen cariños. Belisario, de pie, se pasea por el proscenio con un alto de papeles en las manos, desasosegado:
BELISARIO
No será una historia de amor, pero romántica sí lo es. Eso, al menos, está claro. Hasta donde tu recuerdas y hasta donde mi madre recordaba, ambas fueron uña y carne. ¿No hubo entre ellas, en esos largos años de convivencia, roces, envidias? ¿No hubo celos en esos años en que lo compartieron todo? (Las mira a las dos, burlón.) Bueno, dudo que compartieran al Abuelo. Pero sí a los hijos ¿no es verdad? (Da vueltas alrededor de la Abuela y la Mamaé, examinándolas.) Es decir, tú los tenías, Abuelita, y eras tú, Mamaé, quien pasaba los sustos y los desvelos. Tú dabas mamaderas y cambiabas pañales y hacías guardia junto a las cunas y eras tú la que se quedaba en casa
para que los abuelos salieran al teatro, al cine y a las fiestas, cuando todavía podían darse esos lujos. (Va hasta el escritorio, donde deja los papeles y los lápices. Se arremanga los pantalones, como hacen los niños para vadear un río, y da de pronto unos saltitos, brinquitos, como si estuviera haciendo bailar un trompo o jugando a la rayuela.) Pero con quien demostraste todavía más paciencia, una paciencia infinita, allá en Bolivia, fue con el jurisconsulto en ciernes, el futuro salvador de la familia, Mamaé.
Agustín y César han entrado de la calle durante el monólogo de Belisario. Besan a la Abuela, a su hermana y se acercan a saludar a la Mamaé, quien, al verlos venir sonríe cortésmente y les hace una profunda reverencia. Ellos la acariñan. Ella se deja hacer, pero, de pronto, grita:
MAMAÉ
¡Viva Herodes! ¡Viva Herodes! ¡Ayyy!
Cuando la Mamaé grita ¡Viva Herodes!, Belisario, sin dejar de escribir, parece divertirse mucho. Se revuelve en su asiento, regocijado, y a veces interrumpe su trabajo para mirar a la Mamaé e imitar sus gestos, como llevarse la mano al pescuezo y simular que estuviera acogotando a alguien.
ABUELA
Calla, Elvira, no des esos gritos de loca. Qué tontería es esa de chillar ¡Viva Herodes! cada vez que vienen mis hijos. (A éstos) Ay, hijitos, entre la Mamaé, que vive en la luna, y mi marido que ya no se acuerda de nada, no sé qué va a pasar conmigo. Voy a ver si Pedro está despierto. Se recostó un momento.
Sale. Los tres hijos rodean a la Mamaé.
MAMAÉ
De todos los personajes de la Historia, es el que me gusta más. Los mandó matar a toditos. Yo también acabaría con ellos, no dejaría ni uno de muestra.
CÉSAR
(A su hermano)
Y tú querías que bajara a los chicos del auto, para que saludaran a los papás.
MAMAÉ
¡Porque los odio! ¿Y saben ustedes por qué? Por esos miles y miles de pañales manchados.
AGUSTÍN
(Pasándole la mano por los cabellos)
Te has pasado la vida cuidando hijos ajenos y ahora resulta que detestas a las criaturas.
MAMAÉ
Por esos millones de baberos vomitados, por sus pucheros, por sus babas, por esos mocos que no saben limpiarse, por esas rodillas sucias y con costras. Porque no dejan comer a la gente grande, con sus malacrianzas y sus travesuras en la mesa.
La Mamaé les habla sin enojo, haciéndoles venias y sonrisas, pero da la impresión de que no los oyera o de que no entendiera palabra de lo que ellos le dicen.
AMELIA
Y pensar que cuando Belisario tuvo la viruela fue ella la que me echó del cuarto para dormir al lado de mi hijo.
MAMAÉ
Porque gritan, son caprichosos, todo lo rompen, lo ensucian, lo malogran.
BELISARIO
(Interrumpiendo su trabajo)
Te pasabas el día echándome esa pomada negra que yo odiaba, Mamaé. Granito por granito. Cogiéndome las manos y distrayéndome con cuentos para que no me rascara. ¡Pero ni por ésas me libré de ser feo, Mamaé!
MAMAÉ
Son unos egoístas que no quieren a nadie. Unos sultanes a los que hay que dar gusto en todas sus necedades y majaderías. Por eso, como Herodes, a toditos. ¡Así, así!
CÉSAR
¿Y cuando en Arequipa yo invitaba a la casa a mis compañeros de colegio, Mamaé? ¡Nos preparabas té a los treinta de la clase! Así que, aunque lo jures y rejures, no te creo que odies a los niños.
Amelia le hace una seña a Agustín y ambos se apartan unos pasos. En su mesa, Belisario queda con una expresión intrigada, mirando a Amelia y Agustín mientras hablan.
AMELIA
Quiero hablar contigo, Agustín.
AGUSTÍN Sí, hermana.
AMELIA
Es que, quería decirte que… ya no puedo más.
César, al oírla, se acerca a ellos. La Mamaé se adormece.
CÉSAR
¿Qué pasa, Amelia?
AMELIA
Estoy rendida. Tienen que tomar una sirvienta.
AGUSTÍN
Si fuera posible, la hubiéramos tomado hace tiempo. El acuerdo fue que nosotros ayudábamos a Belisario a terminar su carrera y que tú te ocuparías de la casa.
AMELIA
Ya lo sé. Pero no puedo más, Agustín. Es mucho trabajo para una sola persona. Y, además, me estoy volviendo loca en este mundo absurdo. Los papás y la Mamaé están ya muy viejitos. El papá no se acuerda de las cosas. Pide el almuerzo cuando acaba de terminar de almorzar. Y si no le doy gusto, la mamá llora.
CÉSAR
Habla más bajo, hermana, la Mamaé te va a oír.
AMELIA
Aunque me oiga, no entiende. Su cabeza está en otra parte. (Mira a la Mamaé.) Con ella es todavía peor, César. Yo tengo paciencia, yo la quiero mucho. Pero para todo hay límites. ¿No ven que es como una bebe? Lavar sus calzones, sus camisones embarrados se ha convertido en una pesadilla. Y, además, cocinar, barrer, planchar, tender camas, fregar ollas. Ya no doy más.
CÉSAR
(A Agustín)
La verdad es que, quizás, se necesitaría una sirvienta…
AGUSTÍN
Magnífico, hermano. Tomemos una. Eso sí, supongo que la pagarás tú.
CÉSAR
¿A qué vienen esas ironías, Agustín? Sabes que estoy en mala situación.
AGUSTÍN
Entonces no hables de tomar una sirvienta. ¿Sospechas acaso lo que cuesta esta casa? ¿Se te ha ocurrido coger un lápiz y sumar? Alquiler, mercado, agua, luz, baja policía, médicos, remedios, los tres mil a Amelia, etcétera. ¿Cuánto hace? Catorce o quince mil soles al mes. ¿Y cuánto das tú, quejándote como un Jeremías ? ¡Dos mil soles!
Joaquín entra, discreto como un fantasma, vestido con el mismo uniforme del principio. Se sienta junto a la Mamaé.
CÉSAR
¡Esos dos mil soles son para mí un gran esfuerzo !Lo que gano no me alcanza, vivo endeudado y a ti te consta. ¡Son cuatro hijos, Agustín! Este año he tenido que poner a los dos menores en un colegio fiscal, con los cholos y los negros…
MAMAÉ
(Abriendo los ojos)
Con los cholos… O sea que era ahí, todas las tardes, a la hora en que los peones volvían de las haciendas. En el barrio de los cholos y de los negros. En la ranchería de La Mar.
AMELIA
Esos tres mil soles que me das no son para mí, Agustín. Sino para los estudios de Belisario. Yo no me compro ni un pañuelo. Para no causarte más gastos hasta he dejado de fumar.
BELISARIO
(Mirando hacia el público, exagerando)
¿Yo, un empleo? ¡Imposible, mamá! ¿Y los códigos? ¿Los reglamentos? ¿Las constituciones? ¿Los tratados? ¿El derecho escrito y el derecho consuetudinario? ¿No quieres que sea un gran abogado, para que un día los ayude a los abuelos, a ti, a los tíos? ¡Entonces tienes que darme más plata, para libros! Qué cínico podías ser, Belisario.
AGUSTÍN
Pero Belisario podría trabajar medio tiempo, Amelia. Cientos de universitarios lo hacen. Tú sabes que siempre los he ayudado a tu hijo y a ti, desde la estúpida muerte de tu marido. Pero ahora las cosas se han puesto muy difíciles y Belisario es ya un hombre. Deja que le busque un puesto…
CÉSAR
No, Agustín, Amelia tiene razón. Que termine la Universidad. O le pasará lo que a mí. Por ponerme a trabajar dejé los estudios y mira el resultado. Él fue siempre el primero de la clase. Es seguro que llegará lejos. Pero necesita un título, porque hoy…
Su voz se convierte en un susurro, mientras se eleva la voz de la Mamaé.
MAMAÉ
He pasado por esa ranchería muchas veces. Con el tío Menelao y la tía Amelia, yendo hacia el mar. Los negros, los cholos y los indios venían a pedirnos limosna. Metían sus manos en el coche y el tío Menelao decía ¡qué uñas inmundas! A mí me daban miedo. De lejos, La Mar parece bonita, con sus cabañas de paja y sus calles de arena. Pero de cerca es pobre, sucia, apesta y está llena de perros bravos. O sea que se veían ahí.
JOAQUÍN
Sí, ahí. En La Mar. Cada tarde. Nos veíamos y veíamos ponerse el sol.
Sube el rumor del diálogo entre los tres hermanos.
AGUSTÍN
Cada cual tiene sus razones, por supuesto. También tengo las mías. Podría decir: estoy harto de vivir en una pensión, de andar en ómnibus, de no haberme podido casar, porque desde que trabajo la mitad de mi sueldo es para ayudar a los papás, a Amelia, al sobrino. Estoy harto de no poder ir a un buen restaurante, de no tomar vacaciones, de hacer remendar mis ternos. Y como estoy harto ya no doy para esta casa más de dos mil soles al mes. Igual que tú. ¿Qué pasaría entonces con los papás, con la Mamaé, con el futuro genio del foro?
AMELIA
¡No te burles, Agustín! Mi hijo será un gran abogado, sí, y tendrá montones de clientes y ganará fortunas. ¡Y no lo pondré a trabajar, hasta que termine su carrera! Él no será un fracasado y un mediocre.
AGUSTÍN
¿Como yo, quieres decir?
MAMAÉ
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