Vladímir Eranosián - 90 millas hasta el paraíso

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Vladímir Eranosián - 90 millas hasta el paraíso краткое содержание

90 millas hasta el paraíso - описание и краткое содержание, автор Vladímir Eranosián, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru
El libro “90 millas hasta el paraíso” será de interés para un amplio círculo de lectores que son aficionados al género del detective político y del thriller histórico. El argumento se basa en acontecimientos reales y narra acerca del más escandaloso en América Latina“kidnapping” del año 2000, el secuestro del niño cubano Elián González. El proceso judicial ligado a este asunto se convirtió en un show político sin precedente con la participación de los más altos líderes de estados, agencias de inteligencia y clanes de gánsteres. A opinión del autor, el Comandante Fidel Castro tenía en este caso y sus motivos personales para el retorno del niño a la Patria. Pero los principales protagonistas de la novela son individuos habituales, que no admitieron ni las amenazas, ni el chantaje, ni el soborno y lucharon por Elián hasta el fin en esta historia increíble.

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– Hoy, de ti espero el brazalete y el dinero. La videocámara me la traerás mañana. Hasta la mañana ya te habré fabricado una coartada verosímil, lo que está balbuceando tu amigo Julio César no es admisible. No hay huellas dactilares tuyas, y solamente los alemanes podrán identificarte. A propósito, esto ha de ser lo más difícil. Cálmate, las declaraciones de los testigos son de mi incumbencia. Lo más importante es que hoy ya habrá que devolver a los burgueses aunque sea el brazalete y, tenlo bien claro, la lealtad del equipo de investigación no es algo gratuito. En el caso dado, trescientas divisas no serán bastante para cubrir el asunto – se rascó la barbilla “el bonachón simpatizante” Murillo.

– Esto es todo lo que pudo conseguir hoy… – juró el ladrón esperanzado – el brazalete y el dinero lo tiene mi chica. Habrá que pasar por su casa y traerlos. No está lejos, en Cárdenas.

– Vale, la pasta restante la devuelves luego. Tendrás que disponer aproximadamente de una suma como la de hoy. Hazlo sin apresurarte mucho. Me las devolverás al cabo de cinco días. ¿Qué te parece? Solamente no más tarde de los próximos días de descanso. Habrá que hacerlo a tiempo – el domingo es mi cumpleaños. De tu parte un regalo.

– Pues, me voy a buscar el brazalete y el dinero… ¿Manuel, puedes quitarme las esposas? – Lázaro, al tropezar con la habitual manera corrupta de los patrulleros, gradualmente, iba recuperándose.

– Mientras tanto permanecerás esposado. En el coche no despegues la boca acerca de la conversación sostenida. ¿Comprendiste? – le advirtió severamente Murillo.

Lázaro hizo un gesto aprobativo.

En la oscuridad se vio aparecer la silueta de Esteban Mendoza.

– ¿Qué decidiste hacer con este engendro? – preguntó muy interesado el sargento.

– Creo que no estarás en contra de que hoy yo tengo merecidamente mis veinte convertibles. Aunque sea por la muy amplia información dada por este canalla – balbuceó con refunfuño Murillo, haciendo empujar al detenido al coche de policía – ¡No tiene consigo ni un centavo! Tendremos que ir a la casa de su chica.

El coche emprendió la marcha hacia Cárdenas.

… Lázaro se alegró al haberse enterado de que Elizabeth estaba sola en casa.

– Y si Juan Miguel y Eliancito ya hubieran vuelto de Camagüey – lo recibió con manera descontenta la adormilada Eliz.

– ¡Vuelves a temblar de miedo ante el ex marido! Tengo problemas, cariño mío. ¿Ves el coche de policía? Esta es mi escolta. Necesito dinero con urgencia. ¡Lo devolveré! Si no me ayudas, repito, – aquí llegará mi fin…

– ¿Qué es lo que volviste a hacer de mala gana? – intimidada pronunció Elizabeth.

– Dejémoslo para después. Si no me ayudas, repito – aquí llegará mi fin. Me metí hasta los codos.

– ¿Cuánto dinero necesitas?

– Trescientos dólares.

– No dispongo de tal suma.

– Entonces, estoy perdido. Me meterán en cana. La única salida es untar las manos de estos bastardos… Hurté a unos extranjeros.

A Elizabeth, de improviso, se le ocurrió la idea de que el brazalete y la ropa interior, que le habían regalado el día anterior, todo estaba ligado de una manera muy estrecha. Lázaro sufrió por ella. Pobre chico…

– ¿El brazalete? – en este caso la intuición no le engañaba a ella. Y solamente la motivación de su héroe se extendía tras los límites de la compresión de la confiada mujer enamorada.

Lázaro refunfuñó algo ininteligible, confirmando con su barboteo las suposiciones de Elizabeth.

Su amado está en peligro y ella puede ayudarle. Es que hay dinero en casa. Juan Miguel repetía incansablemente que hasta en la actual situación, tras el divorcio, ellos disponían de un presupuesto común y ella podía tomar de allí hasta toda la suma, actuar a su propio parecer. Una buena mitad de los ahorros eran las propinas de Eliz, juntadas durante casi dos meses. En la “hucha secreta” se acumularon unos trescientos dólares y algunas moneditas. Y el brazalete… Eso simbolizaba ni más ni menos que un desgraciado atributo de un mundo ajeno, casi cósmico, quizás. Hasta al ponérselo en la muñeca, le parecía ser un cuerpo extraño, la mente se negaba a reconocer la propia mano, anillada con una cara bagatela. Habrá que devolvérselo…

Estaba extrayendo el contenido del jarro secreto y con tejemaneje recontaba el dinero. ¿Qué dirá Juan Miguel cuando descubra en el lugar secreto solo unos pesos cubanos? ¿Qué pensará? ¿Cómo explicarle la desaparición del dinero? ¿Inventar algo? ¿Decirle que les robaron, o dar a conocer lo ocurrido? ¿Y luego qué? ¿Y ahora qué? Los une solamente la criatura. Los dos lo comprenden bien. Nada puede volver a ser como antes, como no se puede reanimar un cadáver…

– He aquí el dinero y el brazalete – le tendió la suma necesaria a Lázaro y el objeto que le ardía en la mano.

– Allí se encuentra eso… Habrá que devolver esa ropa interior – le hizo recordar el amante.

– ¡Cómo no! – Soltó un grito Eliz y, un ratito después, regresó con un pequeño paquete – ahí lo tienes. Entrégales todo, que te dejen libre y todo.

Él, sin agradecerle siquiera, se largó con los regalos devueltos y el dinero de una familia ajena a sus escoltas. Elizabeth quedó sola compartiendo un pensamiento, no podía hacerlo de otra manera.

Habiendo entrado otra vez en su dormitorio, echó un vistazo a la mesita de noche abierta con el cajoncito extraído, de donde un minuto antes había sido sacado el brazalete robado. Allí había otra joya más, un abalorio de semillas y conchas, el primer regalo de Juan Miguel. Lo tomó en sus manos y la voz interna constató el hecho: “Eso me pertenece a mí y es solamente mío, y nadie me pedirá que sea devuelto” …

Pero la voz proveniente de la subconsciencia en ese mismo instante quedó callada. Eliz puso cuidadosamente el abalorio en su sitio y cerró el cajoncito.

… El teniente Murillo, que había dejado a Baño en el coche interceptó a Lázaro en la esquina y se llevó el dinero junto con el brazalete sin actas ni protocolos.

– ¿Aquí hay trescientos? – Frunció las cejas el policía largo de uñas – no voy a recontarlos. Dispones los cinco días para anular la parte restante. ¿Un brazalete y esto qué es? La ropa interior… Se los devolveré hoy mismo a los agredidos. Lo principal es que no te pongas a comentarlo. Lo de los alemanes, creo, que hasta mañana por la noche, todo estará arreglado, así como la coartada tuya también. Punto final, estás libre… Hasta mañana. ¿Espero que la videocámara esté en buen estado?

Murillo abrió las esposas y Lázaro se lanzó a correr de ese lugar.

– Ahora estamos pagados. Ambos hemos cortado dos de a veinte convertibles – hizo un guiño pícaro Manuel a Esteban.

– Tu ganancia será mayor que la mía, amigo – le insinuó el sargento a la picardía de su socio.

Murillo se salió de sus casillas:

– ¡¿Qué tienes en cuenta?!

– ¡Piénsalo! ¡Crees que no he visto como, aún estando en “¡La Rumba”, le arrancaste a él diez pesos convertibles! Eso sería que del ex barman recibiste treinta pesos y no veinte. ¡Me da igual, lo único que yo no quiero es que me tomes por un papanatas! ¡No soy un fracasado total!

– ¡Vete a…! – escupió por la ventanilla el teniente, ya estando tranquilo. Baño podía contemplar solamente la punta del “iceberg”, lo mínimo del asuntillo que hoy pudo arreglar Helado.

Los reveses de la vida. Lo que pudo ver Mendoza, resultó ser bastante para que en un futuro no lejano, cuando los agentes de seguridad empezaran la investigación acerca de un asunto completamente diferente, en el cual también figuraba Lázaro Muñero García, acusar al teniente Murillo en actos de corrupción:

– No conocía visualmente a Muñero. Mientras que el teniente Murillo lo conocía ya que efectuaba la instrucción. Él sabía que aquel sospechaba en el robo de los turistas alemanes y lo soltó por treinta pesos. Se vendió por treinta monedas de plata, Judá. Los colegas del departamento no dudaban que Murillo y Mendoza valían el uno como el otro. Haciendo recordar una tarifa entera de apodos de los dos “compañeros inseparables”, definieron unánimemente para evaluar la situación de la manera más oportuna posible, echando una broma muy precisa y certera en el vestuario:

– Baño, por fin, defecó… ¡Era helado!

* * *

Huir… Huir. Y cuanto antes, mejor. En este país maldito desde la infancia lo único que hacían era humillarle, expulsándolo de una de las escuelas, o de otra mientras que él simplemente defendía su opinión, como podía…

No importa que el casco sea viejo y el motor estuviera en las últimas. Hasta Florida hay 90 millas. Las pasaremos cueste lo que cueste…

Para la travesía se alistaron siete clientes de pago. Dinero en vivo. Podemos llevarnos a la madre recién recuperada del infarto, al padre y el hermano. Sería bueno si lleváramos a la criatura. Magnífica idea. Correcto. Aunque sea para hacerle una faena a Dayana y a su madraza cizañera, a doña Regla. Nunca lo respetaba, no lo consideraba ser un digno partido para su hijita. Procuraba encontrar algún nomenclador alisado de la Unión de Jóvenes Comunistas. Le tildaba de ignorante y desafortunado. Por ella todo se fue al garete lo de Dayana, la muchacha terca, que nunca se escaparía de la tutela de su madraza.

La chica no estaba en casa. Su madre, vieja quisquillosa, no quiso dar a Lázaro el pequeñuelo Javier Alejandro. ¡Qué es lo que se está permitiendo! ¡Es su criatura! Oh, si en casa, en vez de la señora, hubiera estado solamente el padre de Dayana, don Oseguera, entonces, Lázaro habría podido realizar lo ideado, el viejo Lorenzo era un inocentón, y sería muy fácil engañar a tal dominguejo.

Ya no había tiempo para organizar el secuestro del bebé. Doña Regla sospechó algo. ¡Una bruja sagaz! No obstante, Lázaro no parecía estar muy disgustado, ya que hurtar a su propia criatura era para él una tarea secundaria. El hecho de que, al finalizar exitosamente la travesía, el pequeñuelo Javier podía ser para él en los EE.UU. un agobio, tranquilizó la flagelación de Lázaro por este intento fracasado de un engaño “justo”.

El teniente Manuel Murillo, su vigilante avaro, lo seguía persiguiendo. Lázaro no tenía la intención de volver a cruzarse con él en esta vida pecadora y, más aún, no tenía ni el menor deseo de pagarle un tributo eterno.

El aventurero quemaba las naves. Aquí no tenía nada que perder. Para él la isla de la Libertad podía convertirse solamente en una cárcel.

Desde la infancia él era el más fuerte entre todos sus coetáneos, pero ellos con su espíritu gregario y colectivismo siempre se unían contra él, o, en vista de su debilidad, se quejaban a los maestros. Y si él juntaba entorno suyo a muchachos, los cuales reconocían su liderazgo incondicional y su autoridad innegable – lo clasificaban como delincuente y casi siempre conllevaba acabar expulsado del colegio.

Siempre había motivo alguno para actuar así. Es que él era una persona de acciones. Si a algún escolar lo han herido con una lezna, si a alguna alumna de los grados superiores le rompían la nariz o han tirado por el patio del colegio latas con excrementos, ya no había que dudar que esto sería asunto de manos de Lázaro y sus amigos.

Tales como él conquistan América. Porque actúan sin volver la cabeza atrás. Prosperando en los EE.UU., se vengará del sistema que lo ha rechazado…

No le dejaba en paz el problema principal, había que persuadir a su amante. Sin ella, más exactamente dicho, sin sus parientes forrados serían muy penosos los primeros días de estancia allí.

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