Array Array - Atlas de geografía humana
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:неизвестно
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг:
- Избранное:Добавить в избранное
-
Отзывы:
-
Ваша оценка:
Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание
Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)
Интервал:
Закладка:
—Eso, como si no tuviéramos ya bastante con la ultratumba… —Fran le cortó en seco la única vez que intentó explicarle por qué el príncipe de Asturias no podía casarse con una plebeya, y Ana no dijo nada, pero se marchó detrás de ella.
Yo, que no soy más monárquica, decidí en cambio ser más comprensiva, y le aguanté el rollo de pie, al lado de la fotocopiadora, un gesto que sin embargo no mejoró mucho el concepto que tenía de mí desde que me preguntó por el zodiaco de mis hijos y no pude recordar si Ignacio era Sagitario o Capricornio, porque siempre me hago un lío con los dos signos. Ya, otra escéptica…, dijo solamente, pero esas tres palabras bastaron para confirmar un descrédito definitivo. A mí, sin embargo, él me parecía muy divertido, pero cuando se me ocurrió acompañar a Marisa a la estafeta, después de comer, no fue por simpatía, sino porque estaba fatal.
Mis días se sucedían entonces con el ritmo caprichoso, imprevisible, que convierte la vida de un condenado a muerte en un motor de dos velocidades, una rápida, capaz de empujar las horas hacia delante, tras la burlona liebre del indulto, y otra lentísima, pesada como un cielo de plomo y muy amarga, que se apodera de cada segundo para clavarlo en la única pared de la celda desde donde se contempla el patio de la cárcel, escenario de una ejecución inminente. Así, oscilando entre un final feliz y otro mucho más que triste —porque al fracaso de una historia de amor imaginaria debería sumar la vergüenza pasada y la por venir, y cuando me quedara sola conmigo misma, con mi marido, con mi casa, con mis hijos, el recuerdo de la enloquecida persecución de un hombre que huye camuflado en la piel transparente de un fantasma, resultaría mucho más difícil de sobrellevar, infinitamente más ridícula, que los accesos de calor que puedan haberse apoderado de mis mejillas
en cada episodio concreto de este asedio—, pasaba mi vida, y mientras fingía trabajar o trabajaba de verdad, al preparar la comida o ver una película en la televisión, cuando jugaba con los niños o hacía la compra, me plegaba con destreza a la antigua rutina de un personaje que ya no era exactamente yo, porque en la zona más profunda de mi cerebro, el tiempo obedecía a una regla impasible, y se hacía veloz, y soportable, sólo si cada segundo no era eterno, y no había más pasado, ni más presente, ni más futuro, que un laberinto con dos salidas, el tesoro o la muerte, como en el más viejo y ruin de los acertijos.
Aquel día, desde que me levanté, y a esas horas aún era de noche, el desastre acechaba desde el fondo de todos los caminos. Era 3 de diciembre, exactamente un año después de emprender mi viaje a Suiza, pero no me alarmé, la efemérides no podía empeorar lo que ya era peor, y estaba acostumbrada a esa clase de días, sabía domarlos, aunque jamás lograría destripar el mecanismo de un fenómeno ligado a sus peores excesos, la misteriosa duplicidad que, precisamente entonces, yo misma distinguía en mí misma con mucha más nitidez que en los buenos momentos, cuando el indicio más insignificante dotaba a mi esperanza de alas tan poderosas como para elevarme sin dificultad sobre el vasto y sólido universa de la sensatez. Los Hombres X, mutantes voladores, anfibios, amorfos, inermes o invencibles, con láser en los ojos, garras de acero en los dedos, muelles en los pies o visión de larga distancia, me contaban cada tarde la historia de mi vida, mientras trataban de recuperar sin éxito la condición humana que habían perdido contra su voluntad. Porque en mi caso, como en el suyo, no se trataba de vivir dos vidas diferentes, que eso al fin y al cabo no es tan difícil, sino de vivir una sola vida desde dos naturalezas distintas, registrar cada acontecimiento en dos memorias separadas y simultáneas, duplicar una sola mirada que contempla un mundo único para interpretar después dos informaciones paralelas, aisladas entre sí, quizás contradictorias, la de los humanos que fueron, la de los mutantes que son. A veces me sentía como si algún espíritu parásito, arteramente cobijado en mi interior, hubiera decidido aflorar a la superficie para divertirse, poseyéndome sólo a ratos, o tal vez, porque ninguna pieza de aquel rompecabezas tenía sentido fuera de mí misma, como si una zona oscura y anterior de mi propia conciencia pudiera medrar a placer, y a traición, hasta convertirse en un ser completo, capaz de suplantar al que yo había creído encarnar hasta aquel instante. No encuentro otra manera de explicar lo que me ocurría, la tumultuosa coexistencia de una mujer que era, y otra que deliraba, en los concretos límites de mi propia persona, y la angustia que nos atenazaba a las dos por igual en días como aquél, cuando la que existía no tenía fuerzas para delirar y la otra había perdido ya cualquier esperanza de existir de verdad alguna vez. Por eso, porque habría sido capaz de cualquier cosa con tal de no volver sola a mi mesa a seguir asfixiándome por dentro, seguí a Marisa hasta la estafeta, pero en ningún momento pensé en llegar hasta el final, y no lo habría hecho si ella no hubiera tenido que pasar un momento por el despacho de Ramón a recoger la lista completa del pedido que acababa de llegar de California, del sitio ese al que se pasan la vida pidiendo programas.
—¿Qué tal, Rosa? —el chico más listo de la editorial, que seguía discretamente mis estados de ánimo desde que fue testigo de esa euforia que importé de Lucerna, me saludó con una sonrisa, mientras Marisa, a mi lado, subrayaba en un papel palabras incomprensibles.
—Regular —contesté, y me esforcé en sonreírle a mi vez.
—Ya —dijo, y ladeó la cabeza para dirigirme una mirada entornada, que daba miedo—. Se te nota en la cara, ¿sabes?, porque estás muy guapa, pero como con una especie de belleza… trágica.
—Me apostaría esas dos tetas que no tengo a que la Bodoni extrafina no ha llegado —Marisa, totalmente ausente hasta ese instante, me liberó de la obligación de decir algo—, y la Times completa…, habrá que ver, seguro que viene sin eñe, lo de las fuentes es un desastre. Bueno, luego vengo a contarte lo que hay, vámonos, Rosa…
Ella siguió parloteando sin parar y yo la seguí en silencio, resistiendo a duras penas la tentación de taparme la cara, esa bella tragedia, con las dos manos, y cuando Bambi, harto de no hacer nada, como casi siempre, la invitó a pasar a su despacho después de entregarle un paquete, yo fui detrás, y mientras sus dedos, con gestos calculadamente perezosos, iban colocando las cartas encima de la
mesa, pensé por primera vez en mi vida, porque en algo tenía que pensar, que tal vez hubiera algo de verdad en todo aquello.
—Ésta es la Doncella de la Cornucopia… —forzando la voz hasta lograr un sorprendente susurro ronco, como si las palabras brotaran de algún recóndito reducto de su cuerpo que los demás no poseíamos, el encargado de la estafeta y legitimista borbónico que yo conocía se había transformado, sin mayor atrezo, en un profesional del destino, como los que se anuncian en las cadenas privadas a las tres de la mañana—, que indica cambios positivos en el aspecto económico…
—¿Y un novio? —Marisa, que nos había jurado cientos de veces que Bambi acertaba un montón de cosas, estaba tan relajada como si la estuvieran pintando las uñas—. ¿Un novio no me sale?
—Mira, niña, esto, o nos lo tomamos en serio o no…
—Perdón.
—Veamos… —en aquel momento, yo seguía ya la evolución de los naipes con mucho más afán que la interesada—. El Caballero Negro. Puede ser… Mmm… A ver… No, querida, no está nada claro lo del novio, porque la Rueda del Tiempo ha salido boca abajo, ¿ves?, pero esto, por otro lado, podría significar que, dentro de unos meses…
—¡Siempre me dices lo mismo, tío! —la risa que acompañó esta queja me indujo a sospechar que, en el fondo, Marisa se tomaba lo del tarot como un pasatiempo inofensivo—. Bueno, mírame la salud que de eso seguro que estoy estupendamente.
—Pues sí… —Bambi siguió adelante sin detenerse esta vez a captar las ironías de su cliente-—. Fíjate, la Luna, la Encina… Tendrás una larga vida, y hay algo más. Aquí… —señaló una carta en la que aparecía una nave de reminiscencias vagamente vikingas—. El Barco. Esto anuncia un viaje, una aventura de la que puedes esperar cualquier cosa…
En ese instante, la cara de Marisa cambió, como si la última frase de Bambi hubiera activado un interruptor oculto y secretísimo, una palanca que pusiera en marcha un mecanismo automático de paralización, porque todos los músculos de su rostro se congelaran a la vez, y mientras sus ojos se agrandaban, tensando los párpados, sus mejillas llegaron a ahuecarse, como si su cabeza entera estuviera desecándose de asombro. El fenómeno no duró más de un par de segundos, pero el adivino celebró su intensidad con una carcajada de júbilo.
—He acertado, ¿no? —preguntó, regodeándose en su propio triunfo.
—Bueno —por algún motivo que no logré descifrar, Marisa, en cambio, decidió escamotearle esa satisfacción—, no creas… Ya veremos.
En la incómoda pausa que se abrió entonces fue cuando Bambi se dirigió a mí, dando por sentado que rechazaría tajantemente sus servicios, pero él no podía saber que yo tenía un mal día, que estaba a punto de estrellarme contra mí misma, que necesitaba como fuera, al precio que fuera, otra dosis de veneno para despegarme de la realidad, un par de alas nuevas para seguir flotando, un maquillaje eficaz para cubrir mi cara marcada, y por eso no titubeé al contradecir a quien creía saberlo todo.
—No —-dije resueltamente—. Voy a probar. A ver, échame las cartas…
Mi decisión sacó bruscamente a Marisa de su alelamiento, y no asombró menos al inminente juez de mi destino, pero ambos callaron, y la ceremonia comenzó de nuevo. Bambi barajó, me dio a cortar, y levantó el primer naipe con todo el misterio del mundo en sus dedos, mientras me miraba igual que el Doctor X desde su silla de ruedas, con tanta intensidad como si pretendiera hipnotizarme, guardando silencio, para incrementar la expectación, hasta que la mesa estuvo cubierta de cartas.
—Ésta es la Dama del Lago —dijo luego, posando la yema del dedo índice sobre una figura de mujer cubierta con velos blancos que ocupaba el centro de una hilera—, que en este caso te representa a ti… Aquí aparece el Rey, una figura masculina muy sólida, muy importante. Puede señalar a tu marido.
—No —no quise añadir nada más, mientras mi corazón multiplicaba alarmantemente la frecuencia de sus latidos. Él me miró un instante, dejándome adivinar que se moría de curiosidad,
pero acabó adoptando una indiferencia muy profesional.
—Bueno, en cualquier caso se trata de algo clave para ti, y tal vez no sea una persona, sino un objetivo, un propósito, un deseo muy fuerte… Si es un ser humano, es masculino, eso desde luego —hizo una pausa por si yo me animaba a aclarar algo, pero no dio resultado, y prosiguió en un tono cada vez más confidencial—. Está muy cerca, ¿ves?, en buena posición. Tú sabrás lo que significa eso, yo sólo puedo decirte que ese hombre, o esa meta, se cruza en tu destino, que de alguna forma va a intervenir en tu vida, y que, desde luego, está bien dispuesto, aunque para decírtelo todo, aquí… Mira —y señaló otra figura femenina situada exactamente al lado del Rey y vestida de un rojo llameante—, ésta es la Doncella de Fuego. Este naipe representa un obstáculo, y muy serio, para ti, en relación con lo que te decía antes, ese hombre o esa meta que tú persigues. Y con ella pasa lo mismo que con la otra carta. Si se trata de un ser humano, es una mujer. Si no, puede significar una dificultad de otro tipo, no sé…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка: