Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha
- Название:Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:Литагент АСТ
- Год:2015
- Город:Москва
- ISBN:978-5-17-088899-3
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Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha краткое содержание
Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь.
Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).
Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - читать онлайн бесплатно ознакомительный отрывок
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–Yo soy ―respondió Cardenio― el desdichado que no pudo obtener el amor de Luscinda, quien prefirió a vuestro amado. Así, vuestra desgracia también es la mía.
No le dio tiempo a decir más a Cardenio, porque oyeron las voces de Sancho Panza, que apareció por entre las rocas contando que había encontrado a don Quijote desnudo, flaco y muerto de hambre, suspirando por su señora Dulcinea. Que cuando le dijo que Dulcinea lo esperaba en Toboso, respondió que no iría hasta que hubiera realizado hazañas que le hicieran merecedor de sus amores. Y que si todo seguía así, corría el peligro de no llegar a ser emperador, ni aun arzobispo, que era lo menos que podía ser.
El cura trató de calmarle diciéndole que lo sacarían de allí. Contó luego a Cardenio y Dorotea lo que tenían pensado hacer con don Quijote. Dorotea dijo que ella haría de doncella mejor que el barbero, y que además tenía allí vestidos para representar lo que querían; que había leído muchos libros de caballerías y sabía bien cómo eran las doncellas desgraciadas cuando pedían favores a los caballeros andantes.
–Pues no hace falta más ―dijo el cura―; sin duda, la buena suerte está de nuestra parte.
Dorotea se vistió con toda elegancia y a todos les agradaron su gracia y su hermosura. Pero el que más se admiró fue Sancho Panza, pues en lodos los días de su vida jamás había visto tan hermosa criatura; así que preguntó al cura quién era aquella señora.
–Esta hermosa señora ―respondió el cura― es la heredera del gran reino de Micomicón. Ella viene en busca de vuestro amo a pedirle un favor: deshacer un agravio cometido por un mal gigante.
Dorotea subió sobre la mula del cura y Sancho los guió a donde estaba don Quijote.
Media legua habían andado cuando descubrieron a don Quijote entre unas rocas. Nada más llegar a él, Dorotea se puso de rodillas diciendo:
–De aquí no me levantaré, valeroso y esforzado caballero, hasta que vuestra bondad no me conceda un favor, que dará fama a vuestra persona y será en beneficio de la más desconsolada y agraviada doncella. Y si el valor de vuestro brazo corresponde a vuestra inmortal fama, estáis obligado a ayudar a la que viene de tan lejanas tierras.
–Yo os lo concedo ―dijo don Quijote― si no va contra mi rey, o mi patria, o contra aquella que tiene la llave de mi corazón.
–No será en perjuicio de nadie ―contestó la doncella.
Sancho se acercó a don Quijote y le dijo:
–Bien puede vuestra merced concederle el favor que os pide: sólo se trata de matar a un gigante, y quien lo pide es la princesa Micomicona.
–Sea quien sea ―respondió don Quijote―, yo haré lo que debo hacer como caballero andante.
Y volviéndose a la doncella, dijo:
–Levántese vuestra hermosura, que yo os concedo el favor que me pedís.
–Os pido ―dijo la doncella― que se venga conmigo y me prometa no entrar en otra aventura hasta vengarse de un traidor que me ha quitado mi reino.
–Os lo concedo, señora ―respondió don Quijote―; así que ya podéis dejar la pena que os duele; que, con la ayuda de Dios y la de mi brazo, os veréis pronto en vuestro reino. Vámonos ya, que dicen que en la tardanza suele estar el peligro.
Mientras tanto, el cura, que estaba oculto entre unos matorrales, salió al camino y se puso a mirar muy despacio a don Quijote, disimulando que lo iba reconociendo. Luego se fue hacia él diciendo a grandes voces:
–¡Qué alegría ver de nuevo al famoso don Quijote de la Mancha, el mejor caballero andante!
Don Quijote, sorprendido de lo que oía, miró con atención a aquel hombre y, al fin, lo conoció y se asustó de verlo allí. Para tranquilizarle, el cura fingió que él iba de camino a Sevilla con su escudero, que era en realidad el barbero, pero que unos desconocidos les habían robado una de las mulas y por eso se encontraba él a pie en el camino.
Subió entonces el cura en la mula del barbero, don Quijote en su caballo y Dorotea en la otra mula y, antes de ponerse en marcha, don Quijote dijo a la dama:
–Que sea vuestra grandeza, señora mía, la que guíe por donde desee.
Antes de que ella respondiera, dijo el cura:
–¿Hacia qué reino quiere guiarnos? ¿Es, por ventura, hacia el de Micomicón?
–Sí, señor; hacia ese reino es mi camino ―dijo ella para continuar el engaño.
–Si así es ―dijo el cura―, por mi pueblo hemos de pasar, y de allí irá vuestra merced hacia Cartagena [112] Cartagena – Картахена, город с крупным испанским портом (автономное сообщество Мурсия)
, donde se podrá embarcar con buena ventura.
Capítulo XXII
Don Quijote quiere saber la respuesta de Dulcinea a su carta
Mientras caminaban, Dorotea contó a don Quijote la imaginada historia de su reino y las desgracias que le trajo el famoso gigante. Relató también cómo su padre le había descrito al caballero que debía remediar sus males. Dijo que había de ser un caballero alto de cuerpo, delgado de cara, y que en el hombro derecho había de tener un lunar [113] lunar – родинка
oscuro.
Al oír esto, dijo don Quijote a su escudero:
–Ven aquí, Sancho, ayúdame a desnudarme, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey indicó.
–Pues ¿para qué quiere vuestra merced desnudarse? ―preguntó Dorotea.
–Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo ―respondió don Quijote.
–No hay para qué desnudarse ―dijo Sancho―, que yo sé que tiene vuestra merced un lunar de esas características en la mitad de la espalda, que es señal de ser hombre fuerte.
–Eso basta ―dijo Dorotea―; porque con los amigos no importa que el lunar esté en el hombro o en la espalda, que todo es el mismo cuerpo.
Después de caminar un buen rato en silencio, dijo don Quijote a Sancho:
–Desde que llegaste no he tenido tiempo de preguntarte acerca de la carta que llevaste y de la respuesta que has traído.
–Pregunte vuestra merced lo que quiera ―dijo Sancho―, que a todo daré respuesta.
–Dime entonces, Panza amigo, ¿dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? ¿Qué cara puso cuando leyó mi carta? ¿Quién te la escribió en papel?
–Señor ―respondió Sancho―, si he de decir la verdad, la carta no me la escribió nadie, porque no llevé ninguna carta. Pero la tenía en la memoria de cuando vuestra merced me la leyó.
–¿Y la tienes todavía en la memoria, Sancho? ―preguntó don Quijote.
–No, señor ―respondió Sancho―, como ya se la recité a un sacristán, que la trasladó al papel… Aunque recuerdo aquello de «soberana señora», y lo último: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura ». Y en medio de estas dos cosas le puse más de trescientas almas y vidas y ojos míos, y cosas parecidas.
–Todo eso no me descontenta ―dijo don Quijote―. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? Seguro que la hallaste bordando con hilos de oro para su andante caballero.
–La hallé ―respondió Sancho― echando dos sacos de trigo en el corral de su casa.
–Seguro que los granos de aquel trigo eran de perlas ―dijo don Quijote―. Pero sigue adelante. Cuando le diste mi carta, ¿la besó? ¿Se la puso en la cabeza? ¿Qué hizo?
–Cuando le iba a dar la carta ―respondió Sancho―, ella estaba removiendo el trigo que tenía en la criba [114] criba – сито
, y me dijo: «Poned, amigo, esa carta sobre aquel saco de trigo, que no la puedo leer hasta que acabe lo que estoy haciendo».
–¡Discreta señora! ―dijo don Quijote―. Eso debió de ser por leerla despacio luego. ¿Qué te preguntó de mí? Cuéntamelo todo.
–Ella no me preguntó nada ―dijo Sancho―, pero yo le dije cómo vuestra merced estaba haciendo penitencia, desnudo, durmiendo en el suelo, sin comer, llorando, y todo por servirla ella.
–Es verdad ―dijo don Quijote― que todo hago por amor de tan alta señora como Dulcinea.
–Tan alta es ―respondió Sancho― que me lleva a mí más de un palmo [115] palmo – мера длины (около 21 см)
.
–¿Te has medido con ella? ―preguntó don Quijote.
–Pues es que me acerqué a ella para ayudarla a echar un saco de trigo sobre un asno y vi que me llevaba más de un palmo, como he dicho a vuestra merced.
–Cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor a delicioso perfume?
–Lo que sé decir ―dijo Sancho― es que sentí un olorcillo algo hombruno [116] hombruno – мужеподобный
; debía de ser que estaba sudada y algo húmeda.
–No sería eso ―dijo don Quijote―, sino que tú debías de estar algo resfriado y te fallaba el olfato, o te debiste oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa del campo.
–Todo puede ser ―respondió Sancho―, porque muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de la señora Dulcinea.
–Y bien ―continuó don Quijote―, después de limpiar el trigo, ¿qué hizo cuando leyó la carta?
–La carta ―dijo Sancho― no la leyó, porque dijo que no sabía leer; entonces la rompió diciendo que no quería que la leyera nadie, para que no se enteraran de sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tiene y de la penitencia que por su causa está haciendo. Me dijo, finalmente, que dejara vuestra merced estos matorrales y se pusiera camino del Toboso, porque tenía gran deseo de verle.
–Y ¿qué te parece, amigo Sancho, que debo hacer ahora? ―preguntó don Quijote―; porque aunque estoy obligado a ir al Toboso, veo también la necesidad de cumplir con lo prometido a la princesa.
–Eso está claro ―respondió Sancho―. Deje ahora de ir a ver a la señora Dulcinea y vayase a matar al gigante, y terminemos este negocio que ha de ser de gran beneficio.
–Te digo, Sancho ―dijo don Quijote―, que estás en lo cierto y seguiré tu consejo de ir primero con la princesa y luego a ver a Dulcinea.
Capítulo XXIII
La batalla con los cueros de vino y el regreso a la aldea
[117] cuero de vino – (зд.) мех для вина
En esta conversación andaban, cuando llegaron a la venta. La ventera, el ventero, su hija y Maritornes, cuando vieron a don Quijote y Sancho, salieron a recibirlos con mucha alegría. Don Quijote pidió que le prepararan un lecho para descansar, pero que fuera mejor que el que le ofrecieron la última vez. La ventera le dijo que, si lo pagaba mejor que la otra vez, ella se lo daría de príncipes. Don Quijote dijo que así lo haría. Le prepararon la cama y se acostó, porque estaba cansado.
Todos los de la venta estaban admirados de la hermosura de Dorotea y del buen parecer de Cardenio, y sobre ellos trató la conversación durante la comida que preparó el ventero. Mientras tanto, don Quijote dormía; no lo despertaron porque pensaban que le haría más provecho dormir que comer. Maritornes contó lo que le había sucedido con el arriero y don Quijote, así como la broma de la manta con Sancho. El cura decía que los libros de caballerías que había leído don Quijote le habían trastornado el juicio.
En esto, salió Sancho diciendo a voces:
–Acudid, señores, y socorred a mi señor, que está metido en la más terrible batalla que he visto. ¡Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona!
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