Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha
- Название:Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:Литагент АСТ
- Год:2015
- Город:Москва
- ISBN:978-5-17-088899-3
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Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha краткое содержание
Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь.
Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).
Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - читать онлайн бесплатно ознакомительный отрывок
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–Es un error ―respondió don Quijote― no creer que haya habido tales caballeros, porque es tan cierto que estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, un hombre alto de cuerpo, blanco de rostro, de buena barba y de buen carácter. Y así como he descrito a Amadís pudiera describir a todos los demás, pues por sus hazañas se puede conocer qué aspecto físico tenían.
–¿Cómo de grande le parece a vuestra merced que debía de ser el gigante Morgante? ―preguntó el barbero.
–En esto de gigantes ―respondió don Quijote― hay diferentes opiniones. Hay quien piensa que ha habido y quien cree que no; aunque hay algunas noticias de ellos, como aquel Goliat de la Santa Escritura. Pero no sé decir exactamente qué tamaño tendría Morgante, aunque si dormía bajo techo no debía de ser muy grande.
Mientras don Quijote, el barbero y el cura hablaban de caballeros y gigantes, se oyeron en el patio muchas voces. Acudieron todos y vieron que eran la sobrina y el ama, que discutían con Sancho Panza.
–¿Qué quiere este ignorante en esta casa? ―decía el ama―. Id a la vuestra, hermano, que vos sois quien distrae a mi señor y lo lleva por esos malos caminos.
–Ama de Satanás ―dijo Sancho―, él me llevó por esos mundos y me sacó de mi casa con engaños, prometiéndome una ínsula que aún estoy esperando.
–Malas te ahoguen ―respondió la sobrina―. Y ¿qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, comilón?
–No es de comer ―contestó Sancho―, sino de gobernar. Que es mejor gobernar una ínsula que cuatro ciudades con sus cuatro alcaldes.
–De todas formas ―dijo el ama―, no entraréis, mal hombre. Id a gobernar vuestra casa y a labrar vuestras tierras y olvidaos de ínsulas.
Don Quijote mandó callar a las mujeres y les dijo que le dejaran entrar.
El cura y el barbero estaban maravillados de la locura del caballero y de la simplicidad del escudero, que se había creído lo de la ínsula, y pensaban que ambos volverían a sus viejas andanzas.
Don Quijote se encerró en su cuarto con Sancho y le dijo:
–Sancho, me apena oírte decir que fui yo quien te sacó de tus casillas [128] te sacó de tus casillas – выбил тебя из колеи
, sabiendo que yo tampoco me quedé en mi casa: juntos salimos, juntos fuimos y juntos caminamos; misma suerte y la misma fortuna hemos tenido los dos. Si a ti te mantearon una vez, a mí me han golpeado cien, esto es lo que le llevo de ventaja.
–Eso era lo justo ―respondió Sancho― porque, según dice vuestra merced, los caballeros andantes están más expuestos a las desgracias que sus escuderos.
–Te engañas, Sancho, que cuando la cabeza duele, duelen todos los miembros del cuerpo. Y como soy tu amo y señor, yo soy tu cabeza y tú mi parte, pues eres mi criado. Por esta razón, el mal que a mí me toca te ha de doler a ti, y a mí el tuyo.
–Así había de ser ―dijo Sancho―; pero cuando a mí me manteaban como a miembro, mi cabeza se quedaba tras las paredes del corral, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno.
–¿Piensas, Sancho ―respondió don Quijote―, que a mí no me dolía cuando a ti te manteaban? Pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto. Y ahora dime, Sancho amigo, ¿qué dicen de mí? ¿Qué opinión tienen de mí los caballeros y la gente del pueblo? ¿Qué dicen de mis hazañas y valentía? ¿Qué has oído sobre mi intención de resucitar la orden caballeresca? Dímelo sin añadir ni quitar nada, que si a los príncipes y reyes llegara la verdad desnuda, las cosas nos irían mejor.
–Eso haré, mi señor ―dijo Sancho―, con la condición de que no se enoje, pues quiere que no le oculte nada.
–De ninguna manera me enojaré ―respondió don Quijote.
–Pues lo primero ―dijo― es que la gente lo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por idiota. Los hidalgos dicen que, sin merecerlo, se ha puesto don y se ha hecho caballero teniendo sólo cuatro viñas y unas pequeñas tierras; y que es conocida la miseria en que vive.
–Eso ―dijo don Quijote― no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido y jamás remendado [129] remendado – залатанный, в заплатках
; roto bien podría ser, pero más debido a las armas que al paso del tiempo.
–En cuanto a la valentía y hazañas ―siguió Sancho― hay diferentes opiniones: unos dicen que es loco, pero gracioso; otros, que valiente pero desgraciado; otros, cortés pero impertinente.
–Mira, Sancho ―dijo don Quijote―, la virtud siempre es perseguida. Pocos hombres famosos se han librado de ello. A Julio César, prudente y valiente capitán, lo criticaban de ambicioso; de Alejandro decían que era algo borracho, y así de otros muchos. Por tanto, si has acabado, dejemos pasar estas mentiras sobre mí.
–Ahí está el problema ―dijo Sancho.
–¿Aún hay más? ―preguntó don Quijote.
–Aún queda algo por contar ―contestó Sancho―. Pero si vuestra merced quiere conocer las mentiras que por ahí andan, yo le traeré a quien se las cuente todas. Es el bachiller [130] bachiller – бакалавр
Sansón Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, y dice que ya está en libros la historia de vuestra merced, con el nombre de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha . Dice que también me mencionan a mí con mi nombre de Sancho Panza y a la señora Dulcinea del Toboso. Se cuentan otras cosas que pasamos juntos y que no entiendo cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
–Yo te aseguro, Sancho ―dijo don Quijote―, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, pues ellos lo saben todo.
–¡Ya lo creo que era sabio y encantador pues, según este Sansón Carrasco, el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena [131] Berenjena – вымышленного Сервантесом арабского историка, автора истории о Кихоте, зовут Сид Ахмет Бененхели
!
–Ese nombre es de moro ―respondió don Quijote.
–Eso será ―dijo Sancho―, porque he oído decir que a los moros les gustan mucho las berenjenas. Y si vuestra merced desea saber algo más y quiere que venga aquí el bachiller, iré por él ahora mismo.
–Me agradará mucho, amigo ―dijo don Quijote―; que me tiene sorprendido lo que me has dicho, y no me quedaré tranquilo hasta que sea informado de todo.
Sancho dejó a su señor y se fue a buscar al bachiller.
Capítulo II
La conversación entre don Quijote, Sancho y el bachiller
Don Quijote recibió a Carrasco con mucha cortesía. Era el bachiller un hombre no muy grande de cuerpo, aunque se llamaba Sansón, y de buen entendimiento. Tendría unos veinticinco años, era de cara redonda, nariz chata y boca grande. Le gustaban las burlas y al ver a don Quijote se puso de rodillas y le dijo:
–Déme las manos, señor don Quijote de la Mancha, porque es vuestra merced uno de los más limosos caballeros andantes que ha habido y habrá en toda la tierra. Felicito a Cide Hamete Benengeli por dejar escrita la historia de vuestras hazañas.
Don Quijote lo hizo levantar y le dijo:
–Entonces, ¿es verdad que está escrita mi historia y que fue un sabio moro el que lo hizo?
–Es tan verdad ―dijo Sansón― que hasta el día de hoy están impresos más de doce mil libros de esa historia, y pienso que no habrá nación ni lengua donde no se traduzca.
–Una de las cosas que más debe contentar a un hombre virtuoso ―dijo don Quijote― es verse, en vida, con buen nombre en boca de todos.
–Si se trata de buen nombre y buena fama ―dijo el bachiller―, sólo vuestra merced gana a todos los caballeros andantes; porque tanto el autor como el traductor retrataron con cuidado su valentía ante los peligros y su honestidad en el amor hacia mi señora doña Dulcinea del Toboso.
–Y, dígame, señor bachiller ―dijo don Quijote―, ¿qué hazañas mías son las más destacadas en esa historia?
–En eso ―respondió el bachiller― hay diferentes opiniones: unos prefieren la aventura de los molinos de viento, que a vuestra merced le parecieron gigantes; otros, la de los batanes; algunos destacan la de los dos ejércitos, que luego resultaron ser dos rebaños de ovejas. Para muchos, lo mejor fue la liberación de los galeotes; para otros, la pelea con el vizcaíno. Incluso se habla de los saltos que dio el buen Sancho en la manta.
–En la manta no di saltos ―replicó Sancho―, en el aire sí, y más de los que yo quisiera.
–Supongo ―dijo don Quijote― que no hay historia humana que no tenga altibajos [132] altibajos – превратности судьбы
, especialmente las de caballerías, que nunca pueden estar llenas de felices sucesos.
–Bueno ―respondió el bachiller―, algunos dicen que los autores podían haber quitado algunos de los muchos palos que dieron al señor don Quijote.
–Eso es verdad ―dijo Sancho.
–También los podían haber omitido por justicia ―dijo don Quijote―, porque las acciones que no cambian la verdad de la historia no hay por qué escribirlas si perjudican al señor de la historia.
–Así es ―respondió el bachiller―, pero una cosa es escribir como poeta y otra hacerlo como historiador. El poeta puede contar las cosas, no como fueron, sino como debían ser, y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar nada.
–Seguro que de mí también habla ―dijo Sancho―, ya que soy uno de los principales personales.
–Pues claro, Sancho ―respondió Carrasco― que sois vos la segunda persona de la historia; y hay quien prefiere oíros hablar a vos más que a otros. Aunque algunos opinan que habéis sido ingenuo al creer que ibais a gobernar una ínsula.
–Aún hay tiempo ―dijo don Quijote―, y cuanto más vaya Sancho creciendo en edad, con la experiencia que dan los años, más hábil será para gobernar.
–Por Dios, señor ―dijo Sancho―, si con los años que tengo no puedo gobernar una ínsula, no la gobernaré con los años de Matusalén.
–Pídeselo a Dios, Sancho ―dijo don Quijote―, que todo saldrá mejor de lo que vos pensáis.
–Así es ―dijo Sansón―, que si Dios quiere, no le faltarán a Sancho mil islas que gobernar.
–Yo he visto gobernadores por ahí que no me llegan a la suela del zapato [133] no me llegan a la suela del zapato – мне в подмётки не годятся
y, sin embargo, los llaman señoría. Pero en fin, señor Sansón ―dijo Sancho―, no quiero discutir más, que me desmayo de hambre y me voy a casa a remediarlo. Cuando acabe de comer, volveré para hablar de lo que deseen.
Volvió Sancho a casa de don Quijote. En esto llegaron a sus oídos los relinchos de Rocinante, y don Quijote los interpretó como una buena señal y decidió salir de nuevo en tres o cuatro días. Sansón Carrasco le dijo que fuera a la ciudad de Zaragoza, en el reino de Aragón, a participar en un torneo que se iba a celebrar por las fiestas de San Jorge. Allí podía ganar fama luchando contra todos los caballeros aragoneses. Le aconsejó que tuviera más cuidado al hacer frente a los peligros, porque su vida pertenecía a todos aquellos que le necesitaban.
–Tiene razón ―dijo Sancho―, porque digo yo que entre los extremos de cobarde y de atrevido está el medio de la valentía; y ni quiero que mi señor huya sin motivo, ni que ataque cuando la ocasión pida otra cosa. Y, sobre todo, aviso a mi señor que si me lleva consigo, ha de ser con la condición de que él tiene que pelear solo, y que yo solamente he de cuidar de su persona en lo referente a su limpieza y alimento. Porque pedirme luchar con la espada es pedir un imposible. Yo no quiero ganar fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió a caballero andante. Sancho nací y Sancho pienso morir; pero si por las buenas [134] por las buenas – без усилий, хлопот
, y sin mucho riesgo, me diera el cielo alguna ínsula, no soy tan tonto para rechazarla.
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