Array Array - Atlas de geografía humana
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Издательство:неизвестно
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг:
- Избранное:Добавить в избранное
-
Отзывы:
-
Ваша оценка:
Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание
Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)
Интервал:
Закладка:
—A mí también me encantaban esos sitios, de pequeña —reconocí—. Pero yo iba con mi madre sobre todo a los Californias de la calle Goya, y siempre pedía tortitas con nata, era estupendo,
—Ella también tomó tortitas, todavía me acuerdo, y un chocolate, y después, cuando ya llevábamos un rato hablando, me preguntó si me quedaba dinero y cuando le dije que sí, me pidió que le invitara a un cubata.
—Y la invitaste.
—Y luego te dejó que la metieras mano…
—No. Lucía era más lista que las demás, ya te lo he dicho, iba un paso por delante. Aquella tarde me besó en la boca cuando volví a acompañarla al metro, y ahí se acabó todo. Ella no quería un bolso, ni unas medias, ni un chico rico que enseñarle a sus amigas. Lucía quería cazarme, pero yo era más listo que ella, y cuando me di cuenta, la historia cambió como si alguien ¡a hubiera puesto boca abajo. Y ahí fue donde empecé a portarme como un cabrón.
—Tampoco —protesté, defendiéndole aun en contra de su voluntad—. Al fin y al cabo, ella se lo había buscado.
—No, no era tan fácil, ¿sabes…? Al principio lo parecía, porque era muy caprichosa y se portaba fatal conmigo, y un buen día me bajaba la cremallera en el cine para cogerme la polla y al día siguiente no me dejaba ni que la besara siquiera. Se pasaba la vida inventándose ofensas inexistentes y, de vez en cuando, coqueteaba descaradamente con otros tíos, y no sólo en su barrio, con conocidos suyos, sino hasta cuando salíamos por el centro y le devolvía la sonrisa a alguien que no conocía de nada para que yo me retorciera de celos. Y yo me retorcía, por supuesto. Quería tenerme en un puño y durante algún tiempo lo consiguió. Estuve muy enamorado de ella, con ese amor absurdo de los adolescentes que se quedan colgados de una manera de sonreír, o de mirar, o de moverse, aunque quien sonría, quien mire, o quien se mueva, no tenga absolutamente nada que ver con ellos, aunque cualquiera, excepto ellos mismos, pueda descubrir de un simple vistazo que su amor es un amor equivocado… Pero a pesar de todo estuve muy enamorado de ella, ciego, enfermo, atontado de amor, hasta que entré en el Partido, dejé el grupo del padre Ercilla, y mi vida cambió, claro, tenía más cosas que hacer, conocí a mucha gente nueva, muchas chicas, ninguna como Lucía desde luego, pero chicas, al fin y al cabo, y me di cuenta de que, aunque todavía era incapaz de
resistirme, empezaba a estar hasta los cojones de ser la marioneta de aquella tía… —desvió la vista hacia sus uñas, que estudió con mucho interés, y añadió una frase emboscada en una sonrisa cómplice, como de niño gamberro—. Prefiero ser yo el que decide las reglas del juego, como sabes…
—Desde luego —admití—, y me alegro.
—Bueno, no adelantemos acontecimientos —se echó a reír y me arrastró a su risa. Yo me estaba divirtiendo de verdad, por más que no fuera capaz de adivinar aún ni remotamente la naturaleza de sus intenciones—. Bien… ¿por dónde iba? ¡Ah, sí…! Lucía se dio cuenta de que me tenía hasta demasiado enconado, de que la tuerca no admitía muchas vueltas más, y cambió de estrategia para convertirse en mi novia con todas las consecuencias. Entonces fue ella la que empezó a fingir celos, ella la que se interesaba mucho por mí, y me cuidaba, y me mimaba, y me preguntaba a todas horas por mi familia, a qué se dedicaba mi padre, de dónde era mi madre, cómo me llevaba con ellos, con mis hermanos, quiénes eran esos amigos nuevos que me tenían ahora tan ocupado… Cuando ya estaba maduro, absolutamente emocionado, conmovido hasta los huesos por su repentino amor, me dijo que me avergonzaba de ella, que por eso no la llevaba a mis reuniones, que ponía mucho cuidado en que nadie nos viera juntos fuera de su barrio. Le dije que no fuera imbécil, que eso era mentira, y desde entonces fui con ella a todas partes… ¡Pobre Lucía! Si yo era un señorito revolucionario, eso es lo que era, Marita tenía razón, un señorito, igual que casi todos. ¡Cómo iba a importarme a mí enseñársela a los demás, con lo que molaba tener una novia del lumpen, y con lo buena que estaba, además, que a los de la célula se les salían los ojos de las órbitas cada vez que la veían…! Y ella, que era muy lista, ya te lo he dicho, empezó a vestirse de otra manera para acompañarme a según qué sitios, y cuando quedábamos con mis compañeros de la facultad aparecía con vaqueros y se pintaba muy poco, porque las tías se habían quedado de piedra cuando la vieron por primera vez, con aquellos taconazos y una falda tan corta, y nos habían puesto a parir a los dos, sin discriminar, y ella sospechaba que eso no la convenía, aunque sabía de sobra que a mí me gustaba más cuando iba de…, digamos mujer fatal, y también sabía que esa clase de comentarios me tocaban mucho los cojones… De todas formas, por muy enamorado que estuviera, en aquella época yo ya me había puesto en guardia. Lucía me seguía pareciendo la tía más buena del mundo, pero cuando salíamos solos, si no podíamos enrollarnos, me aburría mucho con ella. Ya no tenía sentido coquetear a todas horas, jugar a los celos, a las broncas y a las reconciliaciones, ya estábamos de vuelta de todo eso, y la verdad es que no teníamos nada de qué hablar, nos tirábamos horas enteras callados, haciendo manitas y morreando por hacer algo… Y ahí fue donde se equivocó del todo, donde metió la pata hasta el fondo, porque un día me dijo, con otras palabras, claro, palabras más rebuscadas, más románticas, más torpes también, que nos aburríamos porque aquella situación no daba más de sí, y que lo que teníamos que hacer era buscar una casa, irnos a vivir juntos, casarnos incluso…
—Y tú te acojonaste.
—¡Te diré…! —sonreí al comprobar que seguía poniendo cara de miedo al recordarlo—. Naturalmente. Pero le di largas todo el tiempo que pude, para poder seguir follando con ella.
—Porque follabas con ella…
—¡Hombre, claro! Si no, de qué…
—Muy bien, pero eso no lo has dicho antes.
—No. Es que eso acabó siendo lo peor. Bueno, también fue lo mejor. Era lo mejor y lo peor a la vez. Ella se resistió, porque, claro, como lo que quería era casarse conmigo, intentó estirar de la cuerda todo lo que pudo, pero yo ya no estaba para caprichitos, y le dije que si éramos novios, follábamos, y si no, lo dejábamos y tan amigos… Entonces me dijo que era virgen, y yo me lo creí, y lo pasé fatal, porque por una parte me moría de ganas de follar con ella, pero por otra, me parecía una barbaridad desvirgarla cuando ya sabía que quería cazarme y yo no tenía claro que me quisiera dejar, que era una forma medio decente de decirme a mí mismo que no pensaba dejarme de ninguna manera. Era todo muy confuso, ¿sabes? Yo quería a Lucía, la quería pero me aburría con ella, y sin
embargo me gustaba más que cualquier cosa de este mundo, y por un lado, respetar la virginidad de una mujer sería una actitud todo lo paternalista y reaccionaria que se quiera, pero lo contrario era lo que habían hecho los señoritos de toda la vida de Dios, y yo era un señorito empeñado en dejar de serlo… Y además, qué hostia, en el mundo de Lucía la virginidad era un patrimonio auténtico, algo que tenía valor, así que no sabía qué hacer, follármela para nada sería como robarle algo, qué quieres, yo sólo tenía diecinueve años… Al final, la decisión la tomó ella. Estábamos en una fiesta, en un piso de estudiantes, en casa del Mono, tú lo conociste, ¿no?, y me llevó a la cama, y me lo dijo, quiero acostarme contigo hoy, ahora… ¡Joder! Casi se me saltan las lágrimas de la emoción.
—Pero lo hiciste.
—Nos ha jodido… —me eché a reír y esta vez fue él quien se rió conmigo—. Claro que lo hice. Con mucho cuidado, con mucha paciencia, con mucha ternura… Ya sabes, lo típico. Con mucho miedo también. Y no me arrepentí, te lo juro, no me arrepentí ni media, me gustó tanto que me habría casado con ella allí mismo. Y fíjate, a lo mejor me hubiera casado de verdad si no me hubiera llegado a enterar de hasta qué punto hice el pardillo aquella vez…
—Porque no era virgen —no sé por qué, aquel dato fue casi el único que logré intuir desde el principio, y se lo dije—. Me lo imaginaba.
—Claro que no. Yo no tenía ni idea, y no sólo porque no hubiera notado nada, que eso es una tontería y además yo sí que era virgen y bastante tenía con lo mío, sino porque no me podía imaginar que me hubiera mentido, no sé por qué, pero es que ni se me pasó por la cabeza, a lo mejor me sentía demasiado gallito como para aceptar eso. Fui bastante más tonto que tú. Pero acabé enterándome y de malísima manera, por cierto… Al principio solíamos ir a follar a casa del Mono, pero cuando sus padres se cabrearon y lo metieron en un colegio mayor, porque en segundo las cargó todas, las cosas se nos pusieron un poco más difíciles. Acabábamos encontrando sitio, sin embargo, y si no, lo hacíamos en el coche, pero pasamos una temporada jodida, ¿sabes? Yo acababa de empezar tercero, el coche que había heredado de mi hermano Nuño se había muerto de viejo, los pisos a los que podíamos ir, por una cosa o por otra, dejaron de estar disponibles, y al Mono le dijeron que como volviera a meter tías en la habitación le echaban del colegio, y se acojonó… Así que la situación volvió al punto en el que estábamos antes de follar, aunque ahora nos aburríamos todavía más, y yo empecé a espaciar mis citas con Lucía, nos veíamos sólo los fines de semana, y a veces ni eso. Entonces se equivocó por segunda vez, pobrecilla… Pensó que era más importante seguir follando conmigo que dejar de esconderme ciertas cosas y un buen día me dijo que podíamos ir a su casa. Yo me puse muy contento, porque creía que no había nadie, pero su padre estaba allí, y aunque escupió al suelo cuando me vio, no dijo nada. Luego ella me pidió un poco de dinero para comprar su silencio, y se lo dio, eso seguro, porque no quería que su madre, una pobre mujer que era la que les mantenía a todos limpiando casas, se enterara nunca de nada. Una vez me dijo que estaba dispuesta a todo antes que a acabar como su madre, y la primera vez que la vi, te juro que lo entendí… El caso es que foliamos en su cama, que estaba separada del resto de la única habitación de la casa, que ella llamaba salón, por una cortina… Horroroso, no me pidas detalles porque no podré soportarlo. A partir de aquel día, empecé a tener claras muchas cosas, y ahí fue cuando Lucía se convirtió en un problema de verdad. Porque yo no estaba dispuesto a casarme con ella, no quería, no podía, ¿lo entiendes?, nuestra historia no tenía ningún sentido, pero tampoco me atrevía a abandonarla, no me atrevía a afrontar las consecuencias de aquella decisión, ahora que sabía a lo que estaba expuesta, yo qué sé… Supongo que, por no querer hacerle daño, le hice mucho más daño del que habría querido hacerle, porque me quedé estancado, incapaz de hacer nada, ni de tomarla ni de dejarla, nada, excepto seguir follando con ella, que durante mucho tiempo iba a seguir siendo lo que más me gustaba de este mundo, y luego ya ni eso… Entonces fue cuando se me ocurrió tomarme la política en serio. Para poder estar muy ocupado de verdad, para tener excusas de sobra cuando no me apetecía quedar con ella, para borrarla de mi cabeza, para justificarme cuando le hacía alguna putada. Era lo único que tenía a mano, lo único que me interesaba, lo único en lo que podía creer ya. Cada vez que Lucía empezaba a quejarse, y me exigía que confesara que ya no Ja
quería, y lloraba, y se desesperaba, yo me decía a mí mismo que ella no podía comprender, no podía darse cuenta de que yo tenía cosas mucho más importantes que hacer. Y al día siguiente, por la mañana, en cualquier asamblea, hablaba de la explotación de las clases oprimidas, de la plusvalía y los derechos humanos, de la amnistía y de la reconciliación nacional, a cada cual según sus capacidades y a cada cual según sus necesidades, ya sabes, y tú me aplaudías, por ejemplo… Al final, la pobre ya no se atrevía a decir nada, hacía todo lo que yo quería, jamás protestaba si estábamos un par de semanas sin vernos, se agarraba a lo que podía, estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de seguir teniendo una esperanza, aunque fuera muy débil, de que su historia conmigo iba a acabar bien, pero un buen día me di cuenta de que ya ni siquiera me compensaba seguir follando con ella. Y la dejé tirada. Y no me quedó más remedio que convertirme en un líder auténtico, como tú dices, el padre Ercilla corregido y aumentado. ¿Qué te parece?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка: