Array Array - Atlas de geografía humana

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Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

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Me miró como si ya hubiera pasado lo peor, con una pacífica expresión de alivio capaz de invertir la dirección de su sonrisa, una invitación a entrar por fin en escena a la que no quise resistirme.

—Por ejemplo…

—Por ejemplo, que te gustaba mucho follar, pero sólo con hombres machistas.

—¡Eso no es verdad!

Aquel ataque, que cambió de golpe el eje de la conversación, convirtiendo al comprensivo juez que yo había encarnado hasta entonces en un acusado repentino e ignorante de su culpa, me despejó con la misma eficacia que una ducha de agua fría, pero en menos de un segundo, el mínimo plazo que invertí en reaccionar con toda la firmeza de la que era capaz, recuperé también el recuerdo de aquella larga cadena de fracasos, el sexo sano, igualitario y festivo que practiqué con aquel imbécil que se comportaba como si follar fuera una cosa sin importancia, un entretenimiento trivial para los

ratos muertos en los que no hay nada mejor que hacer, una tontería, y me recordé a mí misma, tan religiosa como Martín dice que soy, poniéndolo todo, lo que tenía y lo que sospechaba que algún día podría llegar a tener, en aquellas ceremonias vanas que se resolvían en el enésimo chiste que mi novio no era capaz de callarse, cuando se corría con un breve bufido que significaba que no, que otra vez más no había sucedido nada de lo que tenía que suceder, que no había visto la muerte, que no me había desprendido de mi cuerpo, que el cielo no se había abierto sobre mi cabeza ni se había desvelado para mí secreto alguno mientras mi cuerpo, eso sí, sudaba desaforadamente con aquel pedazo de gordo encima.

—¡Por el amor de Dios, Fran, estamos hablando de Teo! Cualquiera diría que no sabes cómo era… Si lo que buscabas eran sutilezas, no tendrías que haberte liado con él —se reía como si no se hubiera divertido tanto en muchos años, y seguramente era verdad, pero además tuve la impresión de que la risa le hacía mucho bien, después de pronunciar palabras más oscuras, y por eso me dejé arrastrar por él, y reímos juntos—. Le tenías hecho polvo, al pobre, completamente desorientado… No para de darme órdenes, me decía, y luego me suelta que a ella no le gusta tomar la iniciativa. ¡Joder! No me deja hablar, no me deja reírme, no me deja chuparla porque dice que la babeo, si le llega a gustar tomar la iniciativa, no sé qué…

En ese punto la risa le impidió seguir hablando, y aproveché su ruidoso silencio para intentar imponer mi versión.

—Es que me babeaba —Martín me miró como si estuviera a punto de decir algo pero volvió a echarse a reír—. Eso ya te lo he contado, y es verdad. Te lo juro. No sé por qué, pero me daba un beso en el cuello, por ejemplo, y me lo dejaba empapado. Debía ser por la barba, que se le quedaba la saliva dentro, a lo mejor… —yo misma tuve que imponerme a una breve carcajada para poder continuar—. Y no paraba de hablar, todo el rato, como una cotorra, hacía chistes, le ponía nombres a mis tetas y cosas así, yo no podía concentrarme y, claro, no me corría, y entonces él, en vez de dejarme en paz, se angustiaba mucho por eso y me decía, vamos a hablarlo, y entonces era cuando yo le daba órdenes, pero porque él me preguntaba, que conste… Yo intentaba que comprendiera cómo me gustaría que me tratase, pero tampoco me atrevía a decírselo muy claro, para no ofenderle…

—¡Oh! Pues él se ofendía, no creas… ¿Qué espera de mí?, me decía, ¿que la trate como un chulo repugnante, como los actores de las películas yanquis, como si no fuéramos compañeros? Y me confesó cosas incluso peores. Por ejemplo que cuando terminabais de follar le preguntabas si lo único que sabía hacer era metértela, y que sin embargo, nada más empezar, le exigías que te la metiera inmediatamente.

—Yo sólo buscaba un poco de emoción.

—Me lo imagino, pero lo que conseguías era volverle loco en sentido literal. Yo me ponía de su parte, ¿sabes?, fingía escandalizarme mucho, y le decía, ¡qué barbaridad!, ¿pero a qué aspira esa tía?, para poder tirarle de la lengua y enterarme de más detalles, pero él no podía dármelos porque no te comprendía, no tenía ni idea de lo que pretendías, sencillamente no daba para tanto, qué le vamos a hacer… Por eso logré que me aceptara como una especie de mezcla de consejero sentimental y asesor sexual al mismo tiempo, y me contaba vuestros polvos paso a paso, lo que hacías tú, lo que hacía él… Decía que te tirabas en la cama y te quedabas quieta, como si te hubieras muerto, y le mirabas a los ojos, y que entonces ya no sabía por dónde empezar. Si lo que todas las tías dicen es que ya no están dispuestas a seguir siendo pasivas, ésa era su letanía favorita, ¿te das cuenta?, me preguntaba, muy intelectual él, de repente, si de lo que se quejan es precisamente de eso… —en sus dientes brilló por un momento cierto deslumbrante destello de perversidad—. Te confesaré, ya que estoy por confesártelo todo, que yo le daba ideas. A lo mejor, lo que quiere es que la uses, le dije una vez, que seas tú el único que dé órdenes, que la trates como si fuera una cosa, como si te diera igual, o como si la despreciaras, a muchas tías les gusta eso…

—¿Y qué te dijo él? —pregunté sólo por escucharme, porque me imaginaba perfectamente lo que Teo le habría dicho.

—Casi me hostia, no te digo más… Yo la quiero, ¿comprendes?, me decía, la quiero, y yo traté de explicarle que eso no tenía nada que ver, que podía quererte más que a su madre y darte marcha en la cama al mismo tiempo, que era como jugar a policías y ladrones, que el que hace de malo no tiene por qué serlo de verdad, le puse un montón de ejemplos, pero a mí tampoco me entendió y no acabamos pegándonos de puto milagro… Compréndelo, Fran, eso le parecía asqueroso y contrarrevolucionario. Él presumía de ser capaz de llorar, como todos entonces, era el nuevo hombre, tierno, blando y antiautoritario.

—Pero tú no eras así, ni siquiera en aquella época.

—Yo era estalinista, te recuerdo, un vil instrumento del aparato. Eso decíais, ¿no?, y que habíamos pactado con la derecha burguesa, que habíamos vendido al pueblo, etcétera. Estaba más que justificada mi adicción a la autoridad, mi incondicional fe en la disciplina… Pero naturalmente eso no lo sabía nadie, quizás sólo Machús, Lucía no, de eso estoy seguro. Yo también presumía en voz alta de ser capaz de llorar. Y sin embargo, me gustaba mucho escuchar a Teo, me pasaba la vida pidiéndole detalles sobre ti, fantaseaba mucho contigo… Y no eran sólo fantasías sexuales, no creas, aunque a veces, cuando veía lloriquear al gordo encima de la barra, pensaba para mí que el día que te pillara, te iba a quitar las ganas de dar órdenes durante una buena temporada, de lo suavísima que–te ibas a quedar. Pero también me excitaban otras cosas, la descripción de tu casa por ejemplo, de tus padres. A mí me interesaba más él, porque le conocía de vista, de los congresos provinciales y cosas así, pero el pobre Teo hablaba muchísimo más de tu madre, que le tenía loco de admiración y yo creo que hasta un poco enamorado, fíjate. Luego, cuando te conocí, me di cuenta de que no había podido empezar con peor pie, pobre Teo…

—Pues ya sabes que a mamá no le gustaba nada —recordé por los dos—, fue lo primero que dijo cuando te vio, que menos mal que por fin me había echado un novio con buena pinta.

—Ya… Ya sé que no le gustaba, y no me extraña, la verdad… Sin embargo él la adoraba, se pasaba la vida preguntándose cómo era posible que te llevaras tan mal con ella, una mujer guapísima, me decía, pero imponente, en serio, vale cien veces más que su hija… Entonces hasta me empezaste a caer simpática, porque me pareció injustísimo que tu madre, que ya había vivido, le gustara más a tu propio novio que tú, que estabas empezando a vivir. Siempre me han impresionado mucho esa clase de cosas, y por eso tu madre me pareció una gilipollas desde el primer momento en que la vi, desde antes incluso de que descubriera que era exactamente eso lo que esperabas de mí. Pero antes descubrí otras cosas, porque Teo me lo contaba todo con pelos y señales, y un buen día me explicó la historia de tus padres, cómo se la había ligado él, cómo se había dejado ligar ella, cómo se habían hecho novios, ya sabes, la leyenda completa, después he vuelto a escucharla un montón de veces. A él se la había contado tu propio padre, naturalmente, un día que le invitaste a cenar y se liaron a tomar copas después del postre, y el pobre gordo, que al fin y al cabo era un romántico, estaba entusiasmado, le parecía una historia estupenda, la caída de tu madre le ponía cachondísimo, y a mí también me gustó, aunque me interesaba más el papel de tu padre, y se lo dije, y él me contestó, eres igual que Fran, ella también se pone siempre de su parte, a lo mejor todo lo que la pasa es que está enamorada de su padre, fíjate, y lo dijo así, como en broma, el muy imbécil, que no veía más allá de sus narices, pero yo lo vi claro en un momento, yo sólo necesitaba ese detalle para acabar de atar cabos, para poder estar seguro de qué clase de marcha te iba a ti, mi vida… —Martín sabía que esa frase me iba a sacar de quicio y la pronunció muy despacio, con el acento preciso para lograrlo, una voz honda, ligeramente ronca, que acarició mi piel por dentro, pero deshizo su propio hechizo un instante después, cambiando bruscamente de tono para advertirme que no estaba dispuesto a perder el control antes de tiempo—. También descubrí que tu padre me gustaba mucho para suegro.

—¡Joder! —protesté dócilmente, en el mismo tono jocoso que él había adoptado para pronunciar aquella última sentencia—. Pues ya podías haber hecho algo para conseguirlo. Tiempo tuviste, desde luego.

—No tanto… Dos años escasos. Cuando tú te liaste con Teo yo ya estaba en tercero, y tenía como

mínimo dos novias, te recuerdo… Y además, luego, cuando empecé quinto, me eché por fin una novia sola, única, auténtica, Carmen, a la que tú conocías de vista, ¿no?, porque también estudiaba Filosofía, aunque terminó el mismo año que yo… Estaba muy bien aunque tú la llamaras el tentetieso…

—Era todo culo —le interrumpí—. Parecía milagroso que pudiera sostenerse de pie.

—… a pesar de que el tamaño de su culo no mereciera ese mote —prosiguió, como si no me hubiera oído—, que no se dedicaba a ponerme en ridículo en las reuniones del partido, sino que me admiraba mucho y me decía a todo que sí. Era del tipo atormentado, ya sabes, le encantaba sufrir, y yo creo que por eso se enrolló conmigo, para tener una historia complicada, con un tipo complicado, que no la dejara dormir bien por las noches. Así era feliz pero, con todo y eso, a mí me gustaba, la verdad. Sin embargo, debo confesarte que ni ella, ni ninguna otra buena chica de las de entonces, ni ninguna cosa, palabra o acontecimiento que me sucedieron durante todos los años que invertí en hacerme abogado, ni Lucía, ni Machús, ni nada, llegó a impresionarme tanto como verte aparecer a ti, con el gordo, por sorpresa, en aquella reunión. En aquel momento, creí que el corazón se me iba a salir por la boca, te lo juro. Estaba tan acostumbrado a hablar de ti con Teo sin haberte tenido nunca cerca, que casi tenía la impresión de que no existías en realidad, de que eras sólo una de mis fantasías, un tema de conversación, un personaje inventado. Pero resultó que existías, que por fin te tenía delante, y que me gustabas, joder, me gustabas mucho… Siempre me has gustado, ya lo sabes, aunque también sé que no te lo crees, porque como cada vez que te miras en el espejo, lo que esperas es encontrarte la cara de tu madre, pues no hay manera, claro… Y cuando te pusiste a insultarnos de aquel modo, pronunciando tan bien la equis de marxista, fingiendo toda aquella furia que no podías sentir ni de coña, tan lista, tan apasionada, tan… capaz de arder, me di cuenta de que no me había equivocado, de que eras una tía especial, una tía perfecta para mí… Pero me metí contigo para que te dieras cuenta de todo esto y, o no lo hice bien, o no lo entendiste. Me jodió mucho que te esfumaras de la noche a la mañana, pero no podía buscarte. Marita y yo nos llevábamos como el perro y el gato, el gordo no tenía noticias tuyas, borraste todas las pistas, y tampoco podía acercarme a tu padre, así, por las buenas, y preguntarle por ti, sobre todo porque tampoco lo volví a ver. Y luego me enrollé con Carmen, seguía estando medio liado con ella cuando me fui a Italia, ya lo sabes… Al encontrarte en la recepción de aquel hotel, en Bolonia, que era el sitio donde menos lo esperaba, me puse nerviosísimo, en serio, y me dije, hoy no vamos a meter la pata, y de entrada decidí que lo mejor sería pasar de las historias de Teo, intentar comportarme como si nunca hubiera sabido nada de ti…

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