Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Le miré en silencio, celebrando íntimamente cada uno de sus delitos, cada uno de sus pecados, siguiendo el rastro de aquella remota crueldad nacida del vértigo de la edad y del deseo, las huellas de la culpa que le había dejado llegar hasta mí una vez, hacía ya tantos años, y me lo devolvía de nuevo, después de tantos años, más impuro quizás, pero por eso más limpio y más entero, más misteriosamente digno de amor, y no encontré una buena manera de decirle que jamás le habría perdonado que se casara con aquella mujer que no se lo merecía tanto como me lo había merecido yo, que jamás le habría perdonado que me hubiera descartado antes de conocerme siquiera, que eso era lo único que jamás habría podido perdonarle y que todo lo demás me daba igual, porque lo único que me importaba era tenerle cerca, estar cerca de él, y yo también estaba dispuesta a pagar cualquier precio por ciertos privilegios.

—Nunca te había contado esto porque, si empezaba, iba a tener que contarte un montón de cosas más, y cuando me enrollé contigo en Italia, tenía sólo veinticinco años y todavía me sentía culpable… No estaba muy seguro de que te gustara escuchar esta historia porque, por muchas vueltas que quiera darle, la verdad es que me porté con Lucía como un cabrón, y eso no tiene arreglo. Además, yo la dejé definitivamente muy poco antes de tropezarme contigo en aquella reunión donde te dedicaste a ponernos a parir, y pensé que, total, como ya no ibas a poder enterarte por otro lado… Luego supongo que me dio pereza. Suena un poco patético lo de ponerse a confesar historias antiguas y terribles que se han ido quedando en nada con el paso del tiempo, ¿no?, eso creo yo por lo menos, por eso me jodió tanto enterarme de que te estabas psicoanalizando. Pero precisamente por eso, cuando me enteré, me dije que a lo mejor te venía bien enterarte de ciertas cosas. Y no es que esté satisfecho de mí mismo, que conste no se trata de que lo haya superado todo, cuando pienso en Lucía todavía me siento como un miserable, eso es cierto, y sin embargo ahora sé que portarme bien con ella habría sido lo mismo que destrozarme la vida… Así que, ya ves, yo también tengo secretos terribles que guardar —sonrió—, pero no lo parecen tanto cuando se cuentan en voz alta…

Mientras le escuchaba, recuperé una remotísima sensación de seguridad, la confortable certeza de estar a salvo, esa especie de agradable insensibilidad que se extendía por todo mi cuerpo cuando, de pequeña, la tata me curaba una rodilla herida con un río de mercromina y un vendaje mucho más aparatoso de lo imprescindible. Todavía no había empezado a sacar conclusiones, no pensaba, no deducía, no relacionaba los datos entre sí, pero me gustaba escucharle, siempre me había gustado, sobre todo en el tono preciso que empleó aquella noche, una voz misteriosamente pura que nacía de la pacífica coexistencia de emociones contrarias, una voz serena que llegaba hasta el mismo límite de la agitación, una voz irónica y sincera, clara y enturbiada por cierta mínima dosis de indispensable oscuridad, brutal y sutil al mismo tiempo, palabras como dedos perfumados y frescos, como manos suaves y expertas, implacables en la desagradable misión de curar heridas dolorosas, que no eran capaces aún de deshacer mi propia confusión, pero me hacían tanto bien que casi habría querido aplazar para otro día ese misterioso montón de cosas a las que llevaban ineludiblemente éstas que acababa de conocer.

Pero aquella noche Martín tenía ganas de hablar, y no pidió mi opinión antes de seguir.

—Yo también me fijé en ti antes de conocerte. Eso tampoco lo sabes pero de entrada no tiene por qué significar nada, era inevitable, en aquella época todos los rojos de la Complutense nos conocíamos, aunque fuera de vista, ¿no? —asentí brevemente y él siguió hablando—. Ya sabes que era muy amigo de tu novio, Teo…

—No me lo recuerdes, por favor —rogué, tapándome la cara con las manos para fingir un cómico acceso de desesperación.

—¿Por qué? —él se rió—. Si de él sí que hemos hablado un montón de veces…

Teófilo Parera, estudiante de Derecho, compañero de curso de Martín, mi primer novio, era una especie de versión izquierdista del ogro de los cuentos infantiles. Alto y robusto, bastante gordo, llevaba el pelo muy largo, una melena crespa, castaña y perpetuamente sucia, cuyos mechones delanteros se enredaban a ambos lados de la cara, en las faldas de una barba tan abundante y descuidada como una zarza en invierno, que trepaba hacia arriba para fundirse con un bigote igual de espeso, y se expandía hacia abajo, salvando el breve desierto de la garganta, para sembrar de pelo el resto de su cuerpo. Siempre iba vestido igual, con unos vaqueros más que usados, una camisa gorda, de lana, estampada con cuadros escoceses, y unas botas de montañero tan aparatosas que daban miedo. Su manera de entender la vida no desentonaba con el monótono rigor de aquel vestuario. Todavía no sé muy bien por qué me enrollé con él, supongo que porque él quería enrollarse conmigo, y porque era el jefe de mi grupo y allí nadie parecía atreverse a discutir sus menores deseos.

—¡Qué bruto era! ¿Te acuerdas? —Martín paladeaba con placer la memoria de mis errores—. No he vuelto a conocer a nadie como él. ¡Qué animal! El caso es que a mí me caía bien, ya lo sabes, me hacía mucha gracia, hablábamos mucho, yo intentaba convencerle de que la lucha armada era un error estratégico y él me decía que yo era un maricón, y no había forma de sacarle de ahí… No te pegaba nada.

—¡Claro que me pegaba! —protesté, sonriendo—. Yo también defendía el horizonte de la lucha armada.

—No… Tú eras una señorita. Igual que yo. Por eso me fijé en ti.

—¿Cuándo?

—Cuando me enteré de que eras la novia de Teo.

—Imposible… —murmuré—. Yo me enrollé con Teo en primero.

—Sí —asintió tranquilamente.

—Y lo dejé cuando estaba en segundo…

—Antes de Navidad —precisó.

—Sí… —asentí yo esta vez—. Pero la primera vez que yo te vi a ti en mi vida fue aquel mismo curso, después de Semana Santa…

—Bueno —sonrió—. Pero yo te había visto a ti antes. Bastantes veces. Que tú no te fijaras en mí no quiere decir que yo no me fijara en ti. Ya sabes que frecuentábamos los mismos bares.

—No me lo creo…

—Pero es verdad. Yo sí te conocía. Y enseguida me enteré de quién eras, claro.

—Una joven heredera insatisfecha —le recordé, resignada a aceptar una versión inédita de mi propia historia.

—Pues sí. ¿Te parece poco? Era una combinación irresistible, demasiado para el pobre Teo, desde luego, ésa es la primera cosa que no entiendes… Cuando le dejaste se quedó jodido, no creas, aunque disimulara. Me lo encontré una mañana en el bar y me lo dijo, ya sabía yo que con esa tía no iba a ninguna parte, y yo le di la razón, es una pija, Teo, eso le dije, por mucho rollo que se tire no es más que una niña bien que juega a dar disgustos en su casa, no te conviene, hazme caso.

—¡Uy! —exclamé, tan sorprendida como una niña pequeña que acaba de descubrir el doble fondo de la chistera de un mago—. ¡Eso tampoco me ]o habías contado nunca!

—No, claro que no… Pero de todas formas no puedes reprochármelo porque no hice nada malo. Tú querías quitártelo de encima y yo te ayudé, él estaba hecho polvo y le di argumentos para que se recuperara.

—¿Y tú?

—Yo pensaba en ti de vez en cuando. No todo el tiempo, la verdad, porque estabas en otra facultad, te conocía sólo de vista, y después de romper con el gordo ni eso, pero de vez en cuando me acordaba de ti, porque durante una época, mientras fuisteis novios, llegué casi a engancharme de las cosas que Teo me contaba, y luego también, no creas, la verdad es que no le dejaba en paz. pobre hombre, tú te habías convertido en mi pasatiempo favorito, hasta el punto que él llegó a mosquearse, y aunque le pedí muchas veces que nos presentara, no por nada, sólo por verte de cerca, él nunca quiso porque tenía celos de mí, en serio… Debió ser la única vez que acertó en su vida. Por eso nos conocimos tan tarde, tú y yo. Eso tampoco podía contártelo, por lo menos al principio, porque cuando te conocí, yo jugaba con mucha ventaja, sabía muchas cosas de ti, y no quería que pensaras que las había puesto en práctica, que desde luego, fue lo que hice…

—¡Pero si eso me habría encantado! Y tú lo sabes. Tienes que saberlo.

—Pues no te creas, no estaba tan seguro… Tú parecías admirarme tanto, estar tan dispuesta a adorarme, a convertirme en Dios, y a mí me gustaba tanto todo eso que, no sé… Los dioses hacen trampas pero nadie llega a enterarse jamás de que las hacen, ¿no? Además, al principio la tentación de resultar el hombre irresistible era demasiado fuerte, y luego, bueno, tú parecías bastante más progre de lo que eras en realidad, querida, así que igual me salías con que no había sido lo suficientemente sincero contigo, vete a saber… La verdad es que estaba un poco en lo mismo de antes, porque no te podía contar una parte de la historia sin contártela entera, aunque de esto sí que temí que acabaras enterándote de todos modos. No he vuelto a ver a Teo desde que acabamos la carrera, pero sé, por otra gente, que cuando se enteró de lo nuestro le contó a todo el mundo que yo era el mayor hijo de puta de la historia, ya ves… Mientras tanto, mi rollo con Lucía iba de mal en peor, y sin embargo, todas las tías que había a mi alrededor se quedaban en nada cuando las comparaba con ella. Y eso fue lo que me llevó definitivamente a la ruina porque, en cambio, las amigas de mi hermana Amparo me gustaban más de lo que estaba dispuesto a reconocer, por mucho que supiera que eran tan intocables como si tuvieran la lepra… El lumpen caía muy lejos de mi casa pero podía pasar, hasta estaba bien, era correcto, ya sabes, pero la pijería desaforada de aquellas niñatas que soñaban con casarse con un notario, por muy buenas que estuvieran, las convertía en el enemigo, y a los veinte años uno no puede acostarse con el enemigo impunemente… Lo sé bien porque conseguí enrollarme con una, yo creo que hasta les hacía gracia, mi hermana les avisaba, no le hagáis caso a éste, que es del Partido Comunista, y ellas me preguntaban, muy serias, si era verdad, y cuando les contestaba que sí, se me quedaban mirando con unos ojos muy grandes y muy asustados, como si acabara de convertirme en el demonio, y yo jugaba a darles la razón, no tengáis miedo, les decía, que cuando llegue el momento y os monten en un camión para llevaros a fusilar, ya llegaré yo a tiempo para salvaros, y chillaban, y me insultaban, pero a alguna le gustaba aquel juego, ¿sabes?, le gustaba la idea de tenerme miedo, y a mí me gustaba que me lo tuvieran, así de claro, se me ponía dura sólo de verlas merodear a mi alrededor como ratoncitos provocando al gato, y se llevaron algún zarpazo, nada grave, hasta que una, que era mi favorita y lo sabía, decidió tomarse el juego en serio… Se llamaba María Jesús, pero todos la llamaban Machús…

—¡No me lo puedo creer! —se me escapó una carcajada entre aquellas palabras, y él se rió conmigo.

—Pues sí. ¿Qué quieres? Eran niñas de las Irlandesas, todas de buenísima familia, algunas con muchísimo dinero, y hasta las que no tenían tanto, como mi hermana, con peinado de peluquería, ropa de marca y pinturas de calidad, no como las de mi pobre novia, que se le corría el rímel a la media hora de ponérselo… Además, Machús tendría un nombre ridículo, pero estaba muy buena, era igual que una manzanita, los ojos muy redondos, los labios muy gordos, monísima de cara, y bajita, pero con tetas y muy buen cuerpo. ¿Y tú también vas a quemar iglesias?, me preguntó un día, sí, le

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x