Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Aunque la circunstancia de cobrar cada mes apenas una cuarta parte de su sueldo obligó a mi novio a viajar muchísimo, para asistir a todas las conferencias, mesas redondas, congresos o cursos de doctorado que cualquier amigo suyo pudiera proporcionarle en cualquier facultad de Geografía, dentro o fuera de España, y aunque yo casi nunca podía viajar con él, la verdad es que a aquellas alturas, cuando llevábamos ya seis meses viviendo juntos, lo único que no acababa de cuadrar eran los números. Amanda, después de todo, había aceptado a Javier sin dificultad, y había colaborado de una forma decisiva en la adaptación de los hijos de Adelaida a una situación que era necesariamente mucho más conflictiva para ellos que para sí misma, aunque la hubieran conocido tres meses después que mi hija. A pesar de esta y de otras precauciones, las cosas no fueron nada fáciles al principio. Javier hijo, el mayor, tenía once años y estaba muy bien educado, pero aunque quería mucho a su padre, a veces llegué a pensar que me odiaba. Carlitos, el pequeño, acababa de cumplir siete y, a cambio, tuve la impresión de haberle caído tan bien desde el primer momento como él a mí. Pero los dos adoraban a Amanda, que los llevaba al cine, y a cenar hamburguesas, y jugaba con ellos al fútbol en el parque, y quedaba con sus primos pequeños para organizar sesiones de escondite que abarcaban toda la casa sin quejarse nunca por ser siempre la que buscaba, y les contaba cuentos de miedo por las noches, renunciando cada quince días a planes de fin de semana

que a la fuerza tenían que seducirla mucho más que aquellas improvisadas tareas de niñera perfecta. Yo le daba las gracias de todas las maneras que se me ocurrían, aumentando su paga y dejándola llegar más tarde por las noches, pero ella, sin dejar de agradecer mis concesiones, quiso aclararme enseguida su posición, yo también soy hija de padres separados, mamá, sé muy bien lo mal que se pasa.

En cualquier otro momento de mi vida, esa sucinta confesión me habría hecho tanto daño como el que sólo llega a producir cualquier verdad amarga e indudable, pero mi amor por Javier, que me había hecho por una parte extrañamente consciente del valor de las cosas, del paso del tiempo, de los pequeños placeres domésticos, de la edad de mi cuerpo, y hasta de la muerte que llegaría un día para arrebatarme todo cuanto he poseído, me había sumergido a la vez en una extraña suerte de insensibilidad por cualquier cosa que ocurriera fuera de mí misma, de mi amor por él, hasta el punto de que cada vez me costaba más trabajo indignarme frente al mundo que nos cobijaba. Misteriosamente dividida entre una generosidad tan plena que implicaba mi propia anulación, y un egoísmo tan exacerbado que me impedía mirar con atención cuanto me rodeaba, nada de lo que hacía mecánicamente, obedeciendo a una rutina apenas soportable de puro cotidiana, me interesaba en lo más mínimo si no me abocaba por fuerza a la memoria, al nombre, al cuerpo de aquel hombre. Entre los objetos de ese desinterés se incluía desde luego la cena conmemorativa del final del Atlas. Antes de llegar al restaurante ya había decidido marcharme a casa inmediatamente después del postre, sin aceptar la menor prórroga alcohólica, pero la verdad es que nunca me arrepentí de haber asistido, porque sobre mi futuro inmediato, por mucho que yo me negara a pensar en ello, pendía una amenaza concreta, inminente y temible, que era precisamente la que Fran conjuró en la pausa que precedió a la llegada del segundo plato.

—¿Qué dices? —Ana sonreía—. Si estoy sin un puto duro…

Cuando la escuché, sentí que mis piernas se vaciaban de golpe aunque no tuvieran que soportar peso alguno.

—Bueno, no parece importarte mucho… —Marisa comentó su respuesta en un murmullo en el que llegué a detectar un impreciso punto de rencor.

—No, la verdad es que no me importa nada.

Ana, que seguía sonriendo, me miró.

—Pues a mí sí que me va a importar —dije, sin haberlo previsto previamente, y todas me miraron a la vez, pero ninguna se atrevió a preguntar nada—. Me voy a separar de Ignacio.

—Me parece muy bien —Ana me daba la razón con la cabeza.

—A–a mí también —Marisa se sumó enseguida, cabeceando al mismo ritmo. Fran no dijo nada, pero insinuó un gesto parecido, y yo agradecí cada uno de estos signos, aunque supiera de sobra que no me iban a servir para nada cuando tuviera a mi marido delante.

—Bueno… —continué, sin embargo, porque lo único que tenía ya sentido era seguir hasta el final, y porque repasar mis planes en voz alta me prestaba un raro consuelo—. Por eso me voy a Roma con los niños, para quitarlos de en medio al principio, porque… Ignacio todavía no lo sabe. Le había escrito una carta, lo típico, querido Ignacio, no te extrañe luego de que empiece llamándote querido porque en el momento de escribir estas palabras te quiero de verdad, pero ya no puedo seguir viviendo contigo… En fin, ya sabéis. Se la pensaba mandar mañana por correo, desde el aeropuerto, pero me acabo de dar cuenta de que eso es una tontería. Intentaré hablar con él esta noche, o mañana, antes de salir, en el desayuno, no lo sé… A lo mejor lo de la carta no era tan mala idea, porque la verdad es que esa conversación me da pánico…

—No te preocupes —Ana me puso una mano encima del brazo—. Con el tiempo, acaba saliendo callo.

—Pero te quedarás con la ca–asa, ya te digo… —supuso Marisa en voz alta.

—No, no —y moví la mano en el aire para negar dos veces, como si esa sola suposición bastara

para aterrarme—. Desde luego que no. Odio esa casa. Odio Capitán Haya. Odio a mi portero. Odio a mis vecinos y odio el alto estanding… Quiero volver a mi barrio de cuando era pequeña, entre Recoletos y Hortaleza, más o menos. Barquillo, Fernando VI, Almirante, Conde De Xiquena, Bárbara de Braganza, Piamonte… La calle me da lo mismo, pero quiero una casa con techos de tres metros. Intentaré convencer a Ignacio de que vendamos el piso y nos repartamos el dinero, y si no quiere, le diré que me compre mi parte, aunque tenga que pedir un crédito, porque lo que no puedo es cobrársela a plazos, que es lo que va a intentar, que lo sé porque le conozco. Pero el viaje a Roma ha dejado mi cuenta corriente más bien… escueta, y ahora que se acaba el Atlas… Ya sé que no me voy a morir de hambre, pero de todas formas…

—Vamos a ser vecinas —no tuve tiempo de prestar atención al comentario de Ana porque la voz de Fran se impuso milagrosamente sobre sus palabras.

—Por el dinero no te preocupes. Hay trabajo —dijo solamente, y entonces todas la miramos a la vez, aunque ninguna se atrevió a preguntar nada—. No me miréis así, ya lo sabíais, ¿no?

—N–no —Marisa contestó después de un rato.

—Sí —Fran insistió—. Hace ya meses que os conté que tenía un proyecto.

—Ya–a, pero proyectos, proyectos… Buah, n–no veas, siempre hay un montón de proyectos circulando, y del proyecto a–al hecho…

—Bueno, pues éste ha salido. Sólo hay una cosa que me preocupa, pero primero… En fin. ¿Cómo sois de melómanas?

—Todo lo que haga falta —aseguré, notando que empezaba a respirar mucho mejor.

—¿Una historia de la música? —supuso Ana en voz alta, y la interrogada le dio la razón con una sonrisa que fue inmediatamente pagada con otra, mucho más radiante aún.

—La civilización occidental desde el cencerro hasta el cencerro —resumí en un murmullo, mientras sentía que de repente la música me apasionaba como ninguna otra cosa en este mundo.

—Exactamente —confirmó Fran—, pero todavía no sabéis lo mejor… Doscientos veinte fascículos.

—¡Cuatro años! —grité.

—Y medio… —me corrigió Marisa—. Entre unas cosas y otras…

—Cua–tro a–ños y me–dio —sumó Ana, marcando el ritmo de cada sílaba encima de la mesa con los puños cerrados y una expresión jubilosamente intensa.

—¿Cómo lo veis?

—M–muy bien.

—De puta madre…

—¿Cuándo se empieza?

—Ya —Fran estaba incluso en condiciones de dar detalles—. Con la prórroga aquella que tuvimos que añadir cuando Planeta–Agostini nos pisó el título del Atlas, vuestros contratos terminan el 1 de mayo. Podéis tener contrato nuevo el mismo 1 de mayo. Vamos un poco pilladas, pero si empezamos a trabajar a la vuelta de Semana Santa, podríamos salir en Navidad. Sería mejor octubre, pero no vamos a llegar, eso desde luego… Pero antes de nada, ya os he dicho que hay una cosa que me preocupa. He colado el tema con una condición. En teoría, el precio de cada fascículo incluye un cd con la obra de! compositor correspondiente, que eso por supuesto se compra y punto, no tenemos que hacerlo nosotras, pero además regalamos un cd–rom con cada número. Naturalmente, no es un regalo auténtico, pero eso da igual, ya conté con ese detalle al presupuestar la colección. El problema no es el precio, sino el cd–rom en sí —entonces se giró completamente hacia la izquierda—. ¿Vas a poder con eso, Marisa?

—A–anda, pues claro… —contesté, sin disimular el asombro que me producía aquella pregunta— . N–no faltaría más. Podría empezar mañana mismo. Ra–amón lleva un par de años liado con ese tema y la verdad es que es como hacer churros, en serio, visto uno, vistos todos… Claro que tendré

el doble de trabajo, las demás no, porque supongo que re–aprovecharemos el ma–aterial de los fascículos —Fran asintió con la cabeza—, pero yo sí, porque los cd–rom hay que diseñarlos, igual que un libro, y maquetarlos, y por mucho que intente acoplar las pa–áginas a las pantallas, habrá que ir viendo si se puede hacer, una por una… Además n–necesitaremos un equipo nuevo, y seguramente un duplicador de cd, y… —calculé un momento para mis adentros—, yo, como mínimo, un a–ayudante, porque no puedo llevarlo todo a la vez. Pero eso está hecho. Ya–a… —y cuando me di cuenta de que iba a volver a repetir la expresión más característica de Foro, paré en seco—. Ya.

—Lo del ayudante está claro… —Fran me sonrió, aliviada—. Se lo comenté a Ramón hace un par de días, y me dijo que sería mejor contratar a dos personas. Puedes empezar a entrevistar gente a la vuelta de las vacaciones.

—¿ Yoo…? —pregunté, genuinamente asombrada esta vez—. ¿Voy a entrevistar gente yo?

Se abrió una pausa para que las tres me miraran al mismo tiempo, con una expresión idéntica, e idénticamente expresiva de que no entendían el sentido de mi última pregunta.

—Si quieres, los puedo entrevistar yo —me contestó Fran, cuando adivinó por fin lo que le había preguntado exactamente—. O puede hacerlo Rosa, pero es una tontería, porque ni Rosa ni yo sabemos lo que se espera que sepa hacer esa gente…

—N–no, no… —afirmé, después de vencer un acceso de risa, respuesta íntima a mi propia, inédita imagen de ejecutiva con amplios poderes—. Yo los entrevistaré. Y seré m–muy rigurosa…

Mi advertencia desató un coro de carcajadas que se prolongó inmediatamente en una animadísima conversación a tres voces sobre la historia de la música en general y la nuestra en particular, una multitud de preguntas lanzadas al azar que no podían ser satisfechas aún por ninguna respuesta concreta, ¿por dónde vamos a empezar?, ¿cuánto va a costar cada ejemplar?, ¿qué criterio vamos a seguir?, ¿dedicaremos más de un número a los compositores verdaderamente importantes o habrá sólo un fascículo por músico?, ¿cuánto esperáis vender?, ¿quién seleccionará las piezas de los cd?, ¿habrá publicidad en televisión?, ¿cuántas cadenas…? Rosa parecía muy contenta, y Ana incluso entusiasmada por la perspectiva de volver a trabajar como una burra después de aquellas mínimas vacaciones cuya memoria iba a extinguirse antes de que llegaran a terminarse del todo, mientras Fran contestaba a cada cuestión con una paciente sonrisa que parecía desmentir la monotonía de sus respuestas, no lo sé todavía, aún no lo he pensado, no me atrevo a decírtelo, eso tendremos que decidirlo también… Yo, en cambio, no estaba muy segura de lo que sentía. Nunca había sido colaboradora contratada, como ellas. Mi remoto pasado de teclista de fotocomposición me había asegurado una plaza de trabajadora de plantilla, con contrato indefinido, y mis ingresos no dependían del hecho de que estuviera asignada o no a un proyecto concreto. Y aquella historia de la música, por un lado, parecía garantizarme un ascenso profesional, y gordo, porque los cd–rom iban a convertirme en la jefa de mi propio equipo, pero al mismo tiempo me asociaba a Foro casi definitivamente, porque Ana no estaría dispuesta a prescindir de él, y después de los cuarenta, cuatro años y medio son ya demasiado tiempo. Cuando llegáramos al cencerro posmoderno, como decía Rosa, yo estaría al borde de los cuarenta y seis, más allá de la línea tras la que deja de parecer razonable tomar una decisión importante. O eso, al menos, me pareció entonces, mientras me obligaba a valorar al mismo tiempo la paz y la armonía en la que había trabajado con Fran, con Rosa y con Ana, en los tres años que habíamos tardado en hacer el Atlas, y los conflictos y desazones que quizás se habrían derivado de mi inclusión en un equipo distinto si aquel proyecto, que ya era también mi proyecto, no hubiera triunfado por fin.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x