Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Qué te pasa, Marisa? —Fran puso fin abruptamente a mis reflexiones—. ¿No te apetece?

—Sí, sí… —y protesté con las dos manos para enfatízar mi afirmación—. Me apetece mucho. Es que… Bueno, estoy hecha un lío, últimamente. N–no lo entenderíais, pero… N–no sé. Tengo que hacer algo, y no sé qué…

—Ya me había dado cuenta —dijo Ana.

—Yo también —asintió Rosa—. Estás rarísima, hija… ¿A que es un hombre?

El silencio interior que me había consentido reflexionar sobre las ventajas y los inconvenientes

de aquel auténtico desafío que me parecía de repente infinitamente trivial, se extinguió como por ensalmo cuando mis oídos captaron aquella pregunta, para que todas las voces que vivían dentro de mi cabeza chillaran súbita y simultáneamente una sola palabra, como una orden terminante, un despiadado ultimátum, una ruidosa fórmula de esperanza y de desprecio, cuéntaselo, eso gritaron, habla, insistieron, díselo, pronuncia su nombre y será verdad, sólo existe lo que se puede nombrar, cuéntaselo, habla, díselo, habla, atrévete, habla, cuéntaselo de una vez, habla, habla, habla…

—No estarás embarazada, ¿verdad?

Estaba a punto de tirar la toalla, de rendir definitivamente los castillos de mi conciencia, de abandonarme a la verdad como si fuera la droga más consoladora y mansa, cuando Fran me asaltó con una vehemencia más que extravagante en ella.

—N–no —contesté cuando pude hacerlo—. N–no es eso… —y entonces miré a Rosa—. Y sí. Es un hombre.

—¡ Ah! —mi mirada se concentró entonces en los ojos que esquivaban a los míos, estudiando atentamente el fragmento de mantel que se extendía a mi izquierda—. Pues yo sí.

—Yo sí estoy embarazada —repetí, alzando la cabeza, para disipar definitivamente cualquier duda—. Ésa es la segunda cosa que tenía que contaros. Por supuesto, no ha sido una casualidad, ni un error de cálculo, ni nada. Queríamos ese hijo, y bueno, hemos ido a por él. Es un niño, por cierto. Se va a llamar Martín, igual que su padre.

—¡Enhorabuena, Fran! —Ana se inclinó sobre mí y me dio un beso en la cara. No esperaba aquel gesto, que demostró una eficacia ambigua, porque bastó para serenarme pero sólo al precio de encender mis mejillas, que se colorearon como las de una colegiala sin motivo alguno.

—¡Enhorabuena! —repitió Rosa, cogiéndome la mano a través de la mesa—. ¿Estás contenta?

—Sí —confesé, acatando ya sin resistencia mi sonrojo—. Mucho. Aunque al principio lo pasé regular. Tenía mucho miedo, ésa es la verdad. Bueno, cumplo cuarenta años dentro de quince días, y es el primero, así que… Pero me he hecho una amniocentesis y un montón de pruebas más, y ahora estoy mucho mejor. El niño está perfectamente. De todo. Hasta tiene el fémur más largo de la cuenta…

Ana se echó a reír.

—Pero si lo has hecho tú… —me dijo—. ¿Cómo iba a estar?

—Im–mpecable, como todo —añadió Marisa—. Es estupendo, Fran.

—Sí —admití—, la verdad es que sí. Y me alegro mucho de que os lo toméis así porque, bueno… Vais a tener que echarme una mano.

Entonces, Ana y Rosa se inclinaron sobre la mesa al mismo tiempo, dispuestas a procesar cualquier dato que quisiera confiarlas, como dos madres expertas y decididas a no consentir la menor duda acerca de su experiencia. En aquel momento tuve la sensación de que acababa de ingresar en un club cuya existencia nunca había llegado a sospechar hasta entonces, y la experiencia me resultó bastante extraña.

—¿Cuándo será el parto? —Ana preguntó primero.

—La primera semana de agosto —contesté, y me anticipé a su silencio con una sonrisa—. Nadie es perfecto. Yo tampoco.

—No pasa nada —Rosa volvió a cogerme la mano—. Yo tuve a Clara a mediados de septiembre, que es peor, porque me chupé el verano entero. Y por otra parte, te pilla en vacaciones, y eso está bien.

—Puedes irte a la playa a mediados de julio —sugirió Ana entonces.

—No —respondí, acompañando mi negativa con la cabeza—. Quiero que mi hijo nazca en Madrid. Aunque me tenga que tirar dos meses con las piernas en alto.

—Haces muy bien. A mí me sigue jodiendo que Amanda sea parisina…

—Eso es lo de menos —Rosa nos regañó con un acento blando e impaciente a la vez—. ¿Vas a

coger el…?

—Ya–a me había da–ado yo cuenta de que estabas muy guapa, Fran —interrumpió Marisa, y se defendió de Rosa antes de que tuviera tiempo de regañarnos de nuevo—. Eso n–no es lo de menos. Es importante…

—Y además es verdad —Ana le daba la razón con la cabeza—. Eso pasa siempre. Si los llevas bien, los embarazos sientan maravillosamente, en serio…

—¿Puedo hablar un momento? —Rosa volvió a la carga, para demostrar que había recuperado íntegramente ese fervor por la organización y el mando que me había recordado tanto los fervores de Marita durante los primeros tiempos del Atlas —. ¿Vas a cogerte el permiso de maternidad?

—Sí —respondí—. Entero.

—Por supuesto —aprobó Marisa.

—Desde luego —añadió Ana.

—Y la gente del consejo… ¿lo sabe? —contesté a Rosa con la cabeza, todos lo sabían desde aquella misma tarde—. ¿Y cómo se lo han tomado?

—Bueno… —respondí—. Ha habido de todo. A mi hermano Miguel, por ejemplo, no le parece mal. Antonio en cambio se ha rebotado mucho, porque opina que no nos lo podemos permitir… — ¡que se joda!, dijo alguna, yo insistí—. A mí me da lo mismo. Me lo voy a coger entero, digan lo que digan. Quiero darle el pecho todo el tiempo que pueda. Pero eso nos va a complicar las cosas.

—N–no —Marisa se inclinó sobre mí con los ojos brillantes, como si hubiera escuchado algo capaz de estirar su lengua, un misterioso remedio para esa especie de aturdimiento que la mantenía muy lejos de aquella mesa, muy dentro de sí misma, desde que había anunciado que la historia de la música sería nuestra propia historia en los próximos años—. ¿Por qué? Te puedo montar un puesto de trabajo en casa en menos de lo que se tarda en decir amén.

—¿Eso puede ser? —le pregunté, sin acabar de decidir si me gustaba la idea.

—¡Anda, pues claro! En tu casa hay teléfono, ¿no? Pues no necesitamos nada más. Cuando dejes de venir a la oficina, cojo tu ordenador, te lo monto donde tú me digas, y en un cuarto de hora te tengo conectada a todas las terminales de la planta. No hace falta ni que llames. Podrás comunicarte con nosotras por la red. Y ver cada página, cada portada, cada texto, antes de lo que tardaríamos en llegar a tu despacho andando por el pasillo. Eso está hecho. Es facilísimo.

—Y te advierto que los recién nacidos son los que menos guerra dan… —Rosa me daba ánimos desde la otra punta de la mesa—. Entre toma y toma, tienes dos horas y media para hacer lo que quieras. Están todo el día dormidos.

Hasta aquel momento, no se me había pasado ni siquiera por la cabeza compatibilizar la lactancia con el trabajo. Pensaba más bien en una ruptura total, cuatro meses de ausencia absoluta, un plazo mínimo pero imprescindible para un aprendizaje que me daba mucho más miedo que el parto, por más que todo el mundo sacara siempre a relucir esa muy dudosa teoría del instinto en todas las conversaciones. No contaba con trabajar entre toma y toma, y ni siquiera sabía si quería hacerlo. Intenté decidirme en silencio y Ana acabó por darse cuenta.

—Eso, si tú quieres —me dijo—. Si prefieres desaparecer, podemos hacerlo todo nosotras.

—No —contesté por fin, reconociéndome—. Creo que sería incapaz. Lo de llevarme el ordenador a casa me parece muy bien. Si no quiero, siempre puedo no encenderlo.

—Claro —Ana me dio la razón antes de inclinarse sobre la mesa para clavar los ojos en Marisa, que estaba sentada justo enfrente—. ¿Y mi escáner? ¿Podría llevármelo también a casa y mandar las imágenes por la red?

—No me mires así —dije, echándome a reír ante la expresión de pánico que había convertido la cara de Marisa en una máscara de carnaval—. Es una broma. —Sí, sí… A–así se empieza, y luego… —Y luego nada —insistí—. No tenemos dinero para mantener a los niños que juntamos entre los

dos… Ni siquiera cabemos bien en casa. O sea, como para tener otro…

—Pero lo has pensado —Rosa afirmaba.

—No, en serio —la desmentí, y era sincera, pero ninguna me creyó—. En serio que no, no os pongáis pesadas. De verdad, que no estamos precisamente para tonterías… Ahora, que si la situación cambiara, a lo mejor me lo empezaba a pensar dentro de un par de años. Y no porque tenga ganas, que no es exactamente eso, porque me da una pereza horrible, me pongo mala sólo de pensar en volver a llevar empapadores dentro del sujetador, sino porque, bueno… Esto nunca se lo podré contar a Amanda porque lo interpretaría al revés, nunca lo entendería, y la verdad es que no tiene nada que ver con ella, yo adoro a mi hija, y la querré siempre igual, de eso estoy segura, y de que mi relación con ella siempre será única, y hasta especial, por todo lo que hemos pasado juntas, eso no va a cambiar ni aunque tenga trillizos, pero lo que a veces sí que me da rabia… No sé. Haber tenido una hija con aquel gilipollas de Larrea y no tener un hijo con éste, que es el hombre de mi vida de verdad… —Rosa y Marisa aplaudieron estruendosamente mi última frase—. Iros a la mierda, os lo estoy diciendo en serio… Pero ahora estoy demasiado bien como para atreverme a tentar a la suerte, y el momento más maravilloso de mi vida empieza cuando Amanda se va a París a ver a su padre cualquier fin de semana en el que no nos tocan los hijos de Javier. Os juro que en ese momento lo que siento es que si sobra algo en este mundo son precisamente niños. Pero, de todas formas, algunas veces pienso que, si las cosas me hubieran pasado de otra manera, en otro tiempo, con otro sueldo, me encantaría tener un hijo que se apellidara Álvarez.

—¡Estás como una cabra, Anita! —Rosa me miraba moviendo la cabeza, con el mismo gesto de desaliento que habría improvisado si yo acabara de confesar un cáncer en estado terminal—. Ya sabes, Fran, tú no tires nada, ni la ropa de embarazada, ni la cuna, ni el coche, ni la bañera… Nos va a hacer falta antes de que lleguemos a Béla Bartók.

—¡Que no! —protesté.

—¡Que sí! Ya verás —y se dirigió a las otras dos—. ¿Cuánto os apostáis?

—N–ni un duro… —contestó Marisa—. Y por supuesto que podría instalarte el escáner en casa y conectarte a la red. No lo dudes ni por un momento.

—El gran hechicero ha hablado —recurrí a la broma habitual para intentar zanjar el tema—. Amén. No voy a tener más hijos. ¿Está claro?

—Yo, por si acaso, no tiraré nada…

Hasta Fran se reía cuando las abandoné tranquilamente a su error. Porque era verdad que no lo había pensado, por mucho que intuyera que quizás llegaría un momento en que lo pensaría, pero la idea era tan vaga aún, tan fundamentalmente remota y nebulosa, que ninguna broma sobre aquel tema podría llegar a molestarme, ni siquiera sabiendo de antemano que nadie en el mundo sabía tan bien como yo hasta qué punto pueden cambiar las cosas.

—De todas formas —intenté regresar a Bartók por un camino diferente—, la verdad es que ahora mismo no necesito ni siquiera un embarazo para confesaros que la música me ha salvado la vida. En serio,

Fran. Te diré que ya había empezado a mirar por ahí, y la verdad es que no había encontrado gran cosa.

—En Santillana están preparando una enciclopedia escolar ilustrada —Rosa intervino para demostrar que yo no era la única mujer previsora de la mesa—. Pero van a dar muy poco trabajo fuera.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x