Array Array - Historia de Mayta

Тут можно читать онлайн Array Array - Historia de Mayta - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.

Array Array - Historia de Mayta краткое содержание

Historia de Mayta - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Historia de Mayta - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Historia de Mayta - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Allá, un hombre, un grupo de hombres, un destacamento, eran una aguja en un pajar. Y, bajo el manto de estrellas lucientes, Mayta la vio: selva espesa, frondosa, cerrada, jeroglífica, y se vio, junto a Vallejos y Ubilluz y un ejército de sombras, recorriéndola sinuosamente. No era la llanura amazónica sino un bosque ondulante, ceja de selva montañosa, declives, quebradas, gargantas, pasos angostos, desfiladeros, accidentes ideales para golpear y escapar, cortar las vías de comunicación del enemigo, marearlo, confundirlo, enloquecerlo, caerle donde y cuando menos lo esperaba, obligarlo a dispersarse, a diluirse, a atomizarse en el indescriptible laberinto. Le había crecido la barba, estaba flaco, en sus ojos había una resolución indómita y sus dedos se habían encallecido de apretar el gatillo, encender la mecha y arrojar la dinamita. El menor síntoma de abatimiento desaparecía ante la evidencia de que a diario se incorporaban nuevos militantes, el frente se extendía, y de que, allá en las ciudades, los obreros, sirvientes, estudiantes, empleados pobres, iban comprendiendo que la revolución era para ellos, de ellos. Sintió una angustiosa necesidad de tener cerca a Anatolio, poder hablar con él toda la noche. Pensó: «Con él se me quitaría este frío».

—¿Le importa que hablemos un poco más de Mayta, Profesor? Volviendo a ese viaje, en marzo del 58. Lo conoció a usted y a los josefinos, supo que tenían contacto con los comuneros de Uchubamba y que era allí donde Vallejos pensaba implantar la guerrilla. ¿Hizo algo más, supo algo más, en esa primera visita?

Me mira con sus ojitos desencantados mientras se lleva a los labios la copa de pisco. Chasquea la lengua, satisfecho. ¿Cómo hace para que le dure tanto? Debe sorber apenas una gota, cada vez. «Cuando se acabe esta botella ya sé que nunca volveré a tomar un trago, hasta mi muerte, murmura. Porque esto empeorará y empeorará.» Como no bebo hace tiempo, el pisco se me ha subido. Estoy descentrado y agitado, como debía estar Mayta con el mal de altura.

—El pobre se llevó la sorpresa de su vida —dice, al fin, con el tonito despectivo que emplea siempre que se refiere a él. ¿Es un rencor contra Mayta o algo más general y abstracto, un rencor serrano y provinciano que abarca a todo lo limeño, capitalino y costeño?—. Vino aquí, con su experiencia de revolucionario pasado por la cárcel, convencido de que iba a ser el mandamás. Y se encontró con que todo estaba hecho y muy bien hecho.

Suspira, con expresión de pesar, por el pisco que se acabará, por su juventud ida, por ese costeño al que él y el Alférez dieron una lección, por el hambre que se pasa y la incertidumbre en que se vive. En el poco tiempo que llevamos conversando he comprendido que es un hombre contradictorio, difícil de entender. A ratos se exalta y reivindica su pasado de revolucionario. A ratos, lanza exclamaciones de este género: «En cualquier momento los terrucos entrarán, me ajusticiarán y me pondrán el cartelito de «Perro traidor». O entrará un escuadrón de la libertad, le cortarán los huevos a mi cadáver y me los meterán en la boca. Es lo que hacen aquí ¿también en Lima?». A ratos se irrita conmigo: «¿Cómo puede estar escribiendo novelas en medio de esta pesadilla?». ¿Volverá a lo que me interesa? Sí, vuelve:

—Claro que puedo decirle todo lo que hizo, dijo, vio y oyó en ese primer viaje. Lo tuve prendido a mí como una lapa. Le organizamos un par de reuniones, primero con los josefinos y luego con camaradas más fogueados. Mineros de La Oroya, de Casapalca, de Morococha. Jaujinos que se habían ido a trabajar a las minas del gran pulpo imperialista de entonces, la Cerro de Pasco Cooper Corporation. Venían para las fiestas y algunos fines de semana.

—¿Estaban comprometidos ellos también en el proyecto?

Vallejos y Ubilluz decían que sí, pero Mayta no hubiera puesto sus manos al fuego por los mineros. Eran cinco, habían conversado a la mañana siguiente, también en casa del Chato, cerca de un par de horas. Encontró la reunión magnífica y una comunicación fácil con todos ellos —sobre todo con el Lorito, el más politizado y leído—, pero en ningún momento, ni éste ni los otros, habían dicho que abandonarían sus trabajos y sus hogares para coger el fusil. Al mismo tiempo, Mayta tampoco hubiera jurado que no lo harían. «Son sensatos», pensó. Eran obreros, sabían lo que arriesgaban. A él lo veían por primera vez. ¿No era lógico que se mostraran cautelosos? Parecían viejos amigos de Ubilluz. Por lo menos uno, el de la boca llena de dientes de oro, el Lorito, había tenido militancia aprista. Se proclamaba ahora socialista. Cuando hablaban de los gringos de la Cerro de Pasco, eran unos antiimperialistas decididos; cuando hablaban de los salarios, los accidentes, las enfermedades contraídas en los socavones, unos revolucionarios resueltos. Pero todas las veces que Mayta trató de precisar cómo participarían en la insurrección, sus respuestas fueron vagas. Cuando pasaban de lo general a lo concreto, su decisión parecía debilitarse.

—Fuimos también a Ricrán —añade el Profesor Ubilluz, soltando a poquito sus tesoros—. Lo llevé yo, en el camión de un sobrino, porque Vallejos tuvo que quedarse ese día en la cárcel. Ricrán, el desaparecido Ricrán. ¿Sabe cuántos pueblecitos como Ricrán han sido destruidos en esta guerra? Un Juez me contaba el otro día, que, según un coronel de Estado Mayor, la estadística secreta de las Fuerzas Armadas ha registrado ya medio millón de muertos desde que esto comenzó. Sí, lo llevé a Ricrán. Cuatro horas de traqueteo, trepando, hasta un abra a cuatro mil quinientos metros. ¡Pobre trosco! Empezó a sangrar de la nariz y empapó su pañuelo. No estaba hecho para la altura. Lo asustaban los precipicios. De dar vértigo, le juro.

Había creído morir, desbarrancarse, que la hemorragia nasal no pararía nunca. Y, sin embargo, ese viaje de veinticuatro horas al distrito de Ricrán, allá, en un recoveco de la cordillera, fue la más estimulante de todas las cosas que hizo en Jauja. Tierra de cóndores, nieve, cielo limpio, cumbres filudas y ocres. Había pensado: «Increíble que pudieran vivir en estas alturas, domesticar estas montañas, sembrar y cultivar en estas pendientes, construir una civilización en semejantes páramos». Los hombres que le presentó el Chato Ubilluz —una docena de chacareros minifundistas y artesanos— estaban formidablemente motivados. Había podido entenderse con ellos, pues todos hablaban español. Le hicieron muchas preguntas y, entusiasmado por su empeño, a ellos les dio aún más seguridades que a los josefinos sobre el apoyo de los sectores progresistas de Lima. Qué alentador ver la naturalidad con que estos hombres humildes, algunos con ojotas, se referían a la revolución. Como algo inminente, concreto, decidido, irreversible. No hubo el menor eufemismo en la charla: se habló de armas, de escondrijos, y de su participación en las acciones desde el primer día. Pero Mayta había pasado un momento difícil. ¿Qué ayuda les daría la URSS? No tuvo valor para hablarles de la revolución traicionada, de la burocratización estalinista, de Trotski. Sintió que confundirlos ahora con semejante asunto sería imprudente. La URSS y los países socialistas ayudarían, pero después, cuando la revolución peruana fuera un hecho. Antes, les darían sólo un apoyo moral, de la boca para afuera. Así ocurriría con algunos progresistas criollos. Pondrían el hombro sólo cuando todo los empujara a nacerlo. Pero los empujaría, porque, una vez iniciada, la revolución sería indetenible.

—O sea que, en resumidas cuentas, Ricrán te dejó turulato —dijo Vallejos—. Ya lo sabía, mi hermano.

Estaban frente a la Estación del Ferrocarril, en un pequeño restaurante de mesitas de hule azulado y cortinillas de percal: El Jalapato. Desde la mesa que ocupaban, Mayta podía ver que los cerros, al otro lado de la verja y de los rieles, se iban volviendo grises y negros después de haber sido ocres y dorados. Llevaban allí varias horas, desde el almuerzo. El dueño conoció a Ubilluz y Vallejos y se acercaba a ratos a charlar. Entonces, cambiaban de tema y Mayta preguntaba sobre Jauja. ¿Por qué se llamaba El Jalapato? Por una costumbre practicada en las fiestas del 20 de enero en el barrio de Yauyos: se bailaba «la pandilla» y se colgaba un pato vivo en la calle que los jinetes y danzantes trataban de decapitar a la carrera, a jalones.

—Dichosos tiempos en que había patos para decapitar, en la fiesta del Jalapato— gruñe el Profesor Ubilluz—. Creíamos que habíamos tocado fondo. Sin embargo, había patos al alcance de cualquier bolsillo y la gente en Jauja comía dos veces al día, algo que ahora los niños no pueden creer. —Suspira, de nuevo—. Era una linda fiesta, más alegre y regada incluso que los Carnavales.

—Lo único que pedimos es que, cuando actuemos, el Partido cumpla —dijo Vallejos—. Son revolucionarios ¿cierto? Me he leído al revés y al derecho los números de Voz Obrera que me diste. La revolución para arriba y para abajo en cada artículo. Bueno, sean consecuentes con lo que escriben.

A Mayta le dio cierto malestar: era la primera vez que Vallejos le hacía saber que albergaba dudas sobre el apoyo del POR(T). Él no le había dicho palabra sobre los debates internos en torno a su proyecto y a su persona.

—El Partido cumplirá. Pero necesita estar seguro de que ésta es una acción seria, bien pensada y con probabilidades de éxito.

—Bueno, en esos días el trosco vio que eso no tenía nada de apresurado ni de loco — vuelve al tema el Profesor Ubilluz—. No le cabía en la cabeza que hubiéramos preparado tan bien las cosas.

—Es cierto, es más serio de lo que creía —Mayta se volvió a Vallejos—. ¿Sabes que me engañaste muy bien? Tenías montada una red insurreccional, con campesinos, obreros y estudiantes. Me quito el sombrero, camarada.

Prendieron las luces de El Jalapato. Mayta vio que unos insectos rumorosos comenzaban a estrellarse contra el foco que se balanceaba colgado de un cordón larguísimo.

—Yo también tenía que tomar mis precauciones, como tú conmigo —dijo el Alférez, hablando de pronto con ese aplomo que, al aparecer en él, lo convertía en otro—. También tenía que asegurarme que podía confiar en ti.

—Aprendiste bien la lección —le sonrió Mayta. Hizo una pausa para tomar aire. Hoy, el soroche lo había atormentado menos; pudo dormir algunas horas luego del desvelo de dos días. ¿La sierra lo estaba aceptando?—. Otros dos camaradas, Anatolio y Jacinto, vendrán la próxima semana. Su informe será decisivo para que el Partido se meta a fondo. Estoy optimista. Cuando vean lo que he visto, comprenderán que no hay razones para echarse atrás.

Fue aquí, sin duda, en su primera venida a Jauja, que surgió en la cabeza de Mayta esa idea que le trajo tantos problemas. ¿La compartió con ellos en El Jalapato? ¿Se la expuso en voz baja, cuidando las palabras, para no desconcertarlos con la revelación de las divisiones de esa izquierda que ellos creían homogénea? El Profesor Ubilluz me asegura que no. «Aunque mi cuerpo esté maltratado por los años, mi memoria no lo está.» Mayta jamás le participó su intención de comprometer a otros grupos o partidos. ¿Compartió esa idea, entonces, sólo con Vallejos? En todo caso, es seguro que esa iniciativa ya la había decidido en Jauja, pues Mayta no era un impulsivo. Si, al regresar a Lima, fue a ver a Blacquer y, probablemente, a gente del otro POR, es porque en los días anteriores, en la sierra, le dio muchas vueltas al asunto. Fue en una de esas noches de desvelo con taquicardia, en la pensión de la calle Tarapacá, mientras oía en la tiniebla la respiración tranquila de su amigo y el sobresalto de su propio corazón. ¿No era demasiado importante lo que estaba en juego, para que sólo el pequeño POR(T) se hiciera cargo de la insurrección? Hacía frío y, bajo la frazada, se encogió. Con la mano en el pecho, auscultaba sus latidos. El razonamiento era clarísimo. Las divisiones en la izquierda se debían, en gran medida, a la falta de una acción real, a su quehacer estéril: eso la hacía escindirse y devorarse, más aún que las controversias ideológicas. La lucha guerrillera podía modificar la situación y unir a los genuinos revolucionarios, mostrándoles lo bizantinas que eran sus diferencias. Sí, la acción sería el remedio contra el sectarismo que resultaba de la impotencia política. La acción rompería el círculo vicioso, abriría los ojos de los camaradas adversarios. Había que ser audaz, ponerse a la altura de las circunstancias. «¿Qué importan el «pablismo» y el «antipablismo» cuando está en juego la revolución, camaradas?» Imaginó, en el frío de la noche jaujina, la bóveda tachonada de estrellas y pensó: «Este aire puro te ilumina, Mayta». Bajó la mano de su pecho hasta su sexo y, pensando en Anatolio, comenzó a acariciárselo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Historia de Mayta отзывы


Отзывы читателей о книге Historia de Mayta, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x