Array Array - Historia de Mayta

Тут можно читать онлайн Array Array - Historia de Mayta - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.

Array Array - Historia de Mayta краткое содержание

Historia de Mayta - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Historia de Mayta - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Historia de Mayta - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Yo no los hubiera dejado, por supuesto —repite—. Por eso me denunciaron, por eso me implicaron en el asalto de La Victoria. Sabían que yo, antes que dejarlos, les hubiera pegado un tiro. Mataron dos pájaros, delatándome. Se libraron de mí y la policía encontró un culpable. Ellos sabían que yo no iba a denunciar a unos camaradas a los que creía arriesgando la vida para llevar a Hugo Blanco el producto de las expropiaciones. Cuando, en los interrogatorios, me di cuenta de qué me acusaban, dije: «Perfecto, no se la huelen». Y, durante un tiempo, los estuve hueveando. Creía que era una buena coartada.

Se ríe, despacito, con la cara seria. Queda en silencio y se me ocurre que no dirá nada más. No necesito que lo diga, tampoco. Si es cierto, ahora sé qué lo ha destruido, ahora sé por qué es el fantasma que tengo a mi lado. No el fracaso de Jauja, ni todos esos años de cárcel, ni siquiera purgar culpas ajenas. Sino, seguramente, descubrir que las expropiaciones fueron atracos; descubrir que, según su propia filosofía, había actuado «objetivamente» como un delincuente común. ¿O, más bien, haber sido un ingenuo y un tonto ante camaradas que tenían menos años de militancia y menos prisiones que él?

¿Fue eso lo que lo desengañó de la revolución, lo que hizo de él este simulacro de sí mismo?

—Durante un tiempo, pensé buscarlos, uno por uno, y tomarles cuentas —dice.

—Como en El conde de Montecristo — lo interrumpo—. ¿Leyó alguna vez esa novela?

Pero Mayta no me escucha.

—Después, la rabia y el odio también se me fueron —prosigue—. Si quiere, digamos que los perdoné. Porque, hasta donde supe, a todos les fue tan mal o peor que a mí. Menos a uno, que llegó a diputado.

Se ríe, con una risita ácida, antes de enmudecer.

No es cierto que los hayas perdonado, pienso. Tampoco te has perdonado a ti mismo por lo que ocurrió. ¿Debo pedirle nombres, precisiones, tratar de sonsacarle algo más? Pero la confesión que me ha hecho es excepcional, una debilidad de la que tal vez se arrepienta. Pienso en lo que debió ser rumiar, entre las alambradas y el cemento de Lurigancho, la burla de que fue objeto. Pero ¿y si esto que me ha contado es exageración, pura mentira? ¿No será todo una farsa premeditada para exculparse de un prontuario que lo avergüenza? Lo miro de soslayo. Está bostezando y desperezándose, como con frío. A la altura de la bifurcación a Lurigancho, me indica que siga derecho. Termina el asfalto de la avenida; ésta se prolonga en una huella de tierra que se pierde en el descampado.

—Un poco más allá está el pueblo joven donde vivo —dice—. Camino hasta aquí a tomar el ómnibus. ¿Se acordará y podrá regresar, ahora que me deje?

Le aseguro que sí. Quisiera preguntarle cuánto gana en la heladería, qué parte de su sueldo se le va en ómnibus y cómo distribuye lo que le queda. También, si ha intentado conseguir algún otro trabajo y si quisiera que le eche una mano, haciendo alguna gestión. Pero todas las preguntas se me mueren en la garganta.

—En una época se decía que en la selva había perspectivas —le oigo decir—. Estuve dándole vueltas a eso, también. Ya que lo del extranjero era difícil, tal vez irme a Pucallpa, a Iquitos. Decían que había madereras, petróleo, posibilidades de trabajo. Pero era cuento. Las cosas en la selva andan igual que aquí. En este pueblo joven hay gente que ha regresado de Pucallpa. Es lo mismo. Sólo los traficantes de coca tienen trabajo.

Ahora sí, estamos terminando el descampado y, en la oscuridad, se vislumbra una aglomeración de sombras chatas y entrecortadas: las casitas. De adobes, calaminas, palos y esteras, dan, todas, la impresión de haberse quedado a medio hacer, interrumpidas cuando empezaban a tomar forma. No hay asfalto ni veredas, no hay luz eléctrica y no debe haber tampoco agua ni desagüe.

—Nunca había llegado hasta aquí —le digo—. Qué grande es esto.

—Allá, a la izquierda, se ven las luces de Lurigancho —dice Mayta, mientras me guía por los vericuetos de la barriada—. Mi mujer fue una de las fundadoras de este pueblo joven. Hace ocho años. Unas doscientas familias lo crearon. Se vinieron de noche, por grupos, sin ser vistas. Trabajaron hasta el amanecer, clavando palos, tirando cordeles, y, a la mañana siguiente, cuando llegaron los guardias, ya el barrio existía. No hubo manera de sacarlas.

—O sea que, al salir de Lurigancho, usted no conocía su casa —le pregunto.

Me dice que no con la cabeza. Y me cuenta que, el día que salió, después de casi once años, se vino sólito, caminando a través del descampado que acabamos de cruzar, apartando a pedradas a los perros que querían morderlo. Al llegar a las primeras casitas empezó a preguntar: «¿Dónde vive la señora Mayta?». Y así fue que se presentó a su hogar y le dio la sorpresa a su familia.

Estamos frente a su casa, la tengo presa en el cono de luz de los faros del auto. La fachada es de ladrillo y la pared lateral también, pero el techo no ha sido vaciado aún, es una calamina sin asegurar, a la que impiden moverse unos montoncitos de piedra, enfilados cada cierto trecho. La puerta, un tablón, está sujeta a la pared con clavos y pitas.

—Estamos luchando por el agua —dice Mayta—. Es el gran problema aquí. Y, por supuesto, la basura. ¿Seguro que podrá usted llegar hasta la avenida?

Le aseguro que sí y le digo que, si no le importa, luego de algún tiempo, lo buscaré para que conversemos y me cuente algo más sobre la historia de Jauja. Acaso le vuelvan a la memoria otros detalles. Él asiente y nos despedimos con un apretón de manos.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Historia de Mayta отзывы


Отзывы читателей о книге Historia de Mayta, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x