Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Nacho Huertas, tan descarado, tan brusco, hasta tan borde a ratos, era un hombre dulce. No un tierno de manual, ni un progresista amariconado, ni un machista acomplejado, ni un seductor moderno, de esos que han aprendido a utilizar la blandura como un arma arrojadiza, sino un hombre dulce, capaz de envolverme entre sus brazos cuando me abrazaba, de transmitirme su sabor cuando me besaba, de respirar suavemente en mi oído hasta dejarme dormida, y capaz sobre todo de no obligarse a ser de esta manera, de no imponerse hacer todas estas cosas que parecen tan elementales y casi nunca resultan serlo, y que desde luego yo no me atrevía a sospechar siquiera del amante

furioso, feroz, que se había abalanzado sobre mí junto a la barra del único bar abierto; y me había mordido en los labios derribando con el codo izquierdo —esta vez él— los vasos vacíos que un camarero cansado de no hacer nada aún no se había acercado a retirar, antes de proponerse explorar mi cuerpo pequeño con sus manos grandes para sembrar un formidable estupor entre la concurrencia. Todos aquellos pulcros ciudadanos de la Confederación Helvética llegaron a ver seguramente la zona de refuerzo de mis medias, espuma negra en el borde de los muslos, y el color de mi sujetador blanco de encaje, mientras yo me desmayaba encima, debajo, entre esos dedos enormes que más parecían previstos para manejar una azada que para regular los sutilísimos mecanismos de las lentes de precisión. Luego se detuvo sin anunciarse, igual que había empezado, y no quiso mirarme, renunciando a registrar el acceso de calor que pintaba de rojo mis mejillas, mi cuello, mi frente, y me pregunté si estaría arrepentido de haber llegado tan lejos, tan pronto, o si habría sucumbido a un súbito ataque de la indeseable timidez que, pese a sus esfuerzos, cualquiera podía presentir más allá de un abrigo forrado de ingenio y frases hechas, pero me equivoqué, porque sólo estaba buscando dinero en sus bolsillos, y cuando lo encontró, lo dejó encima de la barra, y murmuró aquello.

—Te tenía muchas ganas —y desde ese instante sus ojos permanecieron fijos en los míos—, muchas, desde que te he visto… Me pasa sólo a veces, y me cuesta mucho trabajo controlarme.

Entonces fui yo quien bajó del taburete, yo quien se abalanzó sobre él, yo quien le mordió en los labios, y algunos viejos del fondo aplaudieron. No recuerdo siquiera cómo acertamos a llegar al hotel, qué misterioso instinto le guió mientras avanzábamos a trompicones, sus manos emboscadas en el vuelo de mi gabardina, todos mis botones abiertos, la falda sosteniéndose milagrosamente sola sobre mis caderas, y las medias explotando en un pequeño estrépito de roturas paralelas, confundidos el uno en el otro, más que abrazados, y perdidos, creía yo, hasta que reconocí la puerta del hotel y la atravesé sin darme cuenta de nada. Él había recobrado súbitamente la compostura y se acercó al mostrador para pedir dos llaves, me tendió una y me llevó de la mano hasta el ascensor. Su habitación estaba en el cuarto piso, la mía también. Cuando lo alcanzamos, me cedió el paso y salió detrás de mí. y los dos nos quedamos parados en el pasillo, uno frente a otro, mirándonos en silencio, como si de repente ya no tuviéramos nada más que hacer, nada que decir.

—Podemos ir a tu habitación, si quieres —murmuró él, después de un rato, y añadió una frase para maquillar su impaciencia, tal vez su desconcierto, de galantería, ese tradicional recurso de distancia—. Será mucho más cómodo para ti.

Yo le sonreí mientras me preguntaba si de verdad me apetecía acostarme con él, después de todo, y recuerdo nítidamente, y a pesar de la decisión con la que me negué más tarde a recordar ese detalle, que me daba un poco de pereza la idea, pero estaba muy emocionada, es curioso, ahora estoy casi segura de que la emoción desplazó a otros muchos sentimientos que ni siquiera llegaron a brotar en mi interior, como si hubieran muerto de asfixia antes de nacer, deseo, incertidumbre, lujuria, complicidad, cariño, admiración o autocomplacencia, nada de eso encontré en mí, sólo emoción, la promesa de un triunfo equívoco, una llave que parecía encajar exactamente en el cerrojo de esa puerta por la que se fuga el tiempo, mi tiempo.

No le dije que sí, pero eché a andar hacia mi cuarto, y él me siguió. Lo demás resultó demasiado similar a una aventura clásica entre vulgares mortales, mucho más de lo que a mí me habría gustado, y sin embargo, y aunque yo no conocía su cuerpo, ni él conocía el mío, mi piel reconoció la suya desde el principio, y pude besarle, abrazarle, acariciarle, sin escuchar esa irritante voz que otras veces me había recomendado, desde mis propias visceras, que saliera corriendo lo antes posible con los ojos fijos en la única salida, sin perder el tiempo y sin decir nada, mis manos, mis pies, mi memoria y todo su contenido, volcados al unísono en el urgente rescate de mi dignidad. Pero nada de eso pasó, Nacho Huertas era un hombre dulce.

—¿Me quedo a dormir aquí? —me preguntó después—. Nunca sé muy bien qué hacer, no sé si es mejor irse o quedarse…

—¡Oh, bueno…! —dije yo para ganar tiempo, porque la verdad es que ya había imaginado lo

maravillosamente bien que me sentiría al quedarme sola en aquella cama tan grande y tan caliente, evocando cada una de sus palabras, cada una de sus acciones, la presión exacta de cada uno de sus dedos sobre la superficie de mi cuerpo—. Quédate si quieres, pero sólo si te apetece, o si no… Haz lo que quieras.

Se levantó para ir al baño, y comprobé que tenía un culo estupendo, redondo, y carnoso, y duro, un culo para morder, para amasar, me encantan los culos de los hombres y se lo dije, le escuché reír al otro lado de la puerta. Luego, apagó la luz antes de meterse en la cama, y me abrazó, recorriendo mí espalda con las dos manos mientras me besaba suavemente en la cara, arrullándome como se suele hacer con los niños pequeños.

—Mi instinto no falla nunca —alcancé a escuchar antes de adormecerme—. Ya lo has visto…

Amanecí en el extremo de la cama estrictamente opuesto al que él ocupaba, pero me gustó encontrármelo debajo de las mismas sábanas. En contra de todo lo previsible, el despertar también fue dulce, tanto que me atreví a pedirle una cosa. Siempre había pensado que existe una familia de signos, apenas una docena de gestos breves, sin importancia, que bastan para convertir a un hombre en algo tan precioso, tan irreemplazable y tan vital como sólo algunos hombres logran llegar a ser. El primero de todos ellos tiene que ver con los desayunos. Un tío capaz de descolgar el teléfono por su propia iniciativa para pedir dos desayunos continentales con zumo de naranja, aplomo y decisión, puede llegar a ser el hombre de la vida de cualquiera, eso pensaba yo, aunque no me atreví a llegar tan lejos al sugerírselo.

—Pero es que yo no hablo alemán —objetó él, en cambio—, y prefiero desayunar abajo, se pierde menos tiempo, ¿no?

—Claro, claro —contesté, y no me consentí a mí misma el menor indicio de desánimo.

Algunos días después, cuando entré en el despacho de Ana para contarle cómo había ido todo, me encontré habiéndole de Nacho casi sin proponérmelo, y ni siquiera me di cuenta de que, a fuerza de prohibirme a mí misma cualquier indicio de desánimo, lo que le estaba contando cada vez tenía menos que ver con lo que había ocurrido en realidad.

No conozco nada tan desmoralizador como llegar a casa hecha polvo y encontrar 23 llamadas registradas en la ventanita del contestador automático.

—Clack. Piií, Ana Luisa, hija, soy mamá. Acabo de escuchar tu mensaje y no me lo puedo creer, no te digo más… Es que, desde luego, las reuniones esas que te ponen en el trabajo, parece que lo hacen a mala idea, no sé… ¿Y con quién voy a ir y o ahora a la ópera? Por favor, si llamas a tu casa desde la oficina, llámame, estoy perdida, vamos, que no sé qué hacer. Un beso. / Clack. Piií, Anita, hija, soy tu padre. ¿Quién te creerás que me acaba de llamar? ¡Tu madre! ¿No es increíble? Y se me ha puesto a lloriquear porque no quiero ir a la ópera con ella, Rigoletto, ¡no te digo! ¿Y para qué nos hemos separado, a ver, puede saberse…? En fin, me imagino que no estás por ahí. Llámame esta noche y hablamos, muchos besos, cariño. / Clack. Piií, Ana Luisa, cielo, ya sé que no estás, pero en la oficina me han dicho que acababas de irte a no sé dónde, en fin, no me extraña, cuando estás, siempre estás reunida… Soy mamá. Papá me acaba de dar un disgusto horroroso, fíjate que he recurrido a él, porque no se me ocurría llamar a nadie más. A ver, mis amigas no podían, Elena está de viaje, Ángela había quedado con un novio rarísimo que se ha echado ahora, y Marisol ya se había comprometido a quedarse en casa cuidando a su nieta, total, que le he dicho, por favor, Pablo, ¿querrías acompañarme a la ópera…? Si a él de siempre le ha gustado mucho salir, no te puedes figurar la cantidad de broncas que hemos tenido por eso, bueno, pues le ha dado por decir barbaridades, y me ha salido con unas groserías intolera… / Clack. Piií, Sigo siendo yo, hija, hay que ver, qué contestador tan impaciente tienes… ¿Qué te estaba contando yo? Ah, sí, lo de tu padre, que no sabes qué disgusto me ha dado, porque una cosa es que nos hayamos separado y otra que, a estas alturas, después de treinta años de vivir juntos, no podamos salir ni una noche siquiera, vamos, digo yo… En fin, da lo mismo, ya nada tiene remedio. Que te quiero. Llámame, por favor. Un beso. / Clack. Piií, Mamá, soy Amanda. Llámame, que ya sabes que papá no quiere que me gaste dinero en conferencias y necesito urgentísimamente hablar contigo. Chao. /Clack. Puf,… Hola… Hola Ana, soy Angustias… Bueno… Pues que me he tenido que ir de tu casa media hora antes porque tenía cita en el médico del seguro…, por lo de la espalda de mi marido, ¿sabes…? Que no han venido los de la lavadora… Vale… Que adiós, que no sé hablar con el trasto éste… / Clack. Piií, Anita, soy tu padre. Que no sé si me he pasado con tu madre, hija, bueno, más bien que me he pasado. ¡Si es que a mí no me gusta la ópera! Y ella lo sabe, ¿no lo va a saber? Total, que para esto no sé por qué se empeñó en que nos separáramos… Si hablas con ella, dile que siento mucho haberle dicho que no me salía de los cojones, y…, y lo otro, ella sabe… No quiero que se enfade. Llámala, y llámame luego. Muchos besos. / Clack. Piií, ¿Ana? Soy Paula. Ya sé que no estás ahí, pero te llamo por si llego a tiempo. Me acaba de llamar mamá, ¿sabes?, que estaba llorando porque ha tenido otra bronca con papá, etcétera. Lo típico, vamos. Yo creo que, igual, de ésta, vuelven a volver. Bueno, a lo que iba. ¿Tú podrías quedarte con mi hijo esta noche? Así acompañaría yo a mamá a la ópera. El niño está con la chica hasta las ocho y media, y te lo puede dejar en casa cuando se vaya. Adolfo está en Asturias, en un congreso de histólogos. Te vuelvo a llamar, un beso. / Clack. Piií, ¿Ana?, soy Forito Cuando llegues, llámame, por favor, tengo que hablar contigo. / Clack. Piií, Mamá, soy Amanda otra vez, por si habías vuelto ya. Vale, llámame, porfa. Au revoir. / Clack. Piií, ¿Ana?, soy Félix. Cuando llames a Amanda, dile que me pase el teléfono. Todavía tenemos asuntos comunes pendientes, y son deudas con el Fisco, lo siento. Voy a ir a Madrid dentro de un mes, como mucho dos, ya te contaré, un beso. / Clack. Piií, Buenas tardes, llamamos del Servicio Técnico. Hemos estado en su casa esta mañana y no hemos podido efectuar la reparación porque nadie nos ha abierto la puerta… Adiós… Gracias… / Clack. Piií, Ana Luisa, hija, soy mamá. Parece que Paula puede acompañarme a la ópera si tú puedes quedarte con el niño cuando se vaya la chica. La función

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x