Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Yo también estoy dispuesto a suponerlo —me dijo, riendo—, si me cuentas de una vez de qué estás hablando.

—Verás… —tomé aire en el trance de rebasar el punto de no retorno—, es un cuadro que he visto toda mi vida. Bueno, en realidad no se trata exactamente de un cuadro, sino del cartel de una exposición de arte revolucionario soviético que se celebró en París, en el Petit Palais, un mes de noviembre, pero nunca he sabido de qué año porque en el cartel no lo pone, en los sesenta sería, me imagino, o por ahí… El caso es que está en mi casa desde que tengo uso de razón y todos los días, al cruzar el pasillo para llegar a mi cuarto desde el salón, o desde la cocina, o desde la mismísima puerta de la calle, me lo he encontrado siempre en el mismo sitio, y siempre igual, un poco más amarilla cada vez la faja blanca de la derecha, solamente. A cambio, los colores de la ilustración no han perdido brillo. Es una imagen muy conocida, famosísima, vamos, tienes que haberla visto miles de veces aunque el título exacto no te lo puedo decir, nosotros lo llamábamos «Lenin arengando a las masas desde un camión», que es parecido al nombre de verdad, lo que pasa es que también hay una fecha y ésa no me la he sabido nunca… —le miré para comprobar que asentía, moviendo la cabeza tan vigorosamente como si pretendiera liberarme de cualquier duda—. Bueno, pues para mí, ese retrato de Lenin ha representado siempre, no sé…, lo mismo que una foto de un antepasado muy remoto pero muy famoso, como mi bisabuela Francisca, por ejemplo, que fue una de las pedagogas más importantes del fin de siglo, y eso que en aquella época ninguna mujer trabajaba, ¿comprendes? Desde pequeña me han hablado de ella con veneración, mi padre sobre todo, poniéndola de ejemplo a cada paso, una señora brillante, inteligente, segura de sí misma, auto–suficiente por completo, fuerte y tierna a la vez, buena madre pero además trabajadora responsable y concienzuda, y en fin, todo lo que te puedas imaginar, pues también… Y con Lenin pasaba algo parecido, porque en mi casa no había santos, ¿sabes? Ni Última Cena en el comedor, ni Madonnas de Rafael en los dormitorios, ni «Dios bendiga cada rincón de esta casa» ni nada. No poníamos belén en Navidad, no venían los Reyes Magos en enero, total, que para mí, aquel señor tan fuerte, vestido de negro entre tantas banderas rojas, calvo y sin embargo joven, que chillaba mucho pero no me daba ningún miedo sino al revés, porque yo también necesitaba que alguien me protegiera de los malos, bueno, pues a la edad en que otras niñas hacían la comunión, él, el Lenin de aquel cuadro, aquel Lenin, era mi héroe, ¿lo entiendes?, mi ángel de la guarda, mi Supermán particular, una especie de santo milagroso, un dios privado, para mí sola… Si algo me daba miedo, pensaba en él, y mientras daba vueltas en la cama porque no me podía dormir, pues lo mismo. Cada vez que me castigaban injustamente, en casa o en el colegio, yo le invocaba, y sabía que no iba a aparecérseme, claro, pero decir su nombre, aunque fuera hacia dentro, con los labios cerrados, me consolaba muchísimo, y ya me imagino que te parecerá increíble, pero… no sé, era exactamente así. En casa, cuando me pegaba con mis hermanos mayores, o alguno me quitaba algo, o me rompían la hucha, ya sabes, lo típico, soy la pequeña, así me he pasado la vida cobrando, bueno, pues entonces sí que

les amenazaba en voz alta, como venga Lenin os vais a enterar, les gritaba, y se burlaban de mí, hasta se lo contaron a mis padres, ¿te lo puedes creer?, la novia de Lenin, me llamaban todos, con acento en la «i» igual que se decía en los años treinta, y se reían mucho, pero no me importaba… Yo sabía que Lenin vendría a buscarme, algún día…

Mis pupilas abandonaron el techo, que habían recorrido sin tregua durante unos pocos minutos largos como eras, y se detuvieron en sus ojos, que me miraban con una intensidad que tal vez anticipaba otro temblor, y presentí que no iba a pronunciar una sola palabra, ninguna pregunta que no viajara ya en una luz grave y febril al mismo tiempo, aquella mirada ebria de sí misma que me devolvió, en un instante, la punzada de alegría pura —un peligro vivo y caliente y dulce como el veneno más exquisito fundiéndose, muy lentamente a lo largo de la lengua— que me sacudió cuando comprendí que iba a besarme, dos noches atrás, delante de una caseta de tiro al blanco. Yo le había confesado de pasada, al entrar en la fiesta, que nunca había ganado un peluche en ninguna feria, que nadie lo había ganado nunca para mí, y él de momento no dijo nada, pero después, cuando ya estábamos medio borrachos, compró tres pelotas en un tenderete y con un pulso asombroso, incompatible con la cantidad de alcohol que debía de estar paseándose por sus venas, derribó un monigote en cada tirada. Eran líderes de la Democracia Cristiana y nos reímos mucho de ellos, pero al final no nos dieron un peluche, porque no tenían, sino un LP de Quilapayún. Españoles, ¿no?, dijo el responsable del puesto con una sonrisa al adjudicárnoslo, y Martín también sonreía cuando vino hacia mí con el disco y una cómica mueca de desconsuelo, pero la expresión de su cara cambió sólo un segundo antes de que sus labios alcanzaran los míos, y fue sólo un segundo, pero yo me di cuenta de que me iba a besar, y conocí un segundo de felicidad feroz, salvaje, sobrehumana. Me hallaba ante el umbral del milagro, y al otro lado de la puerta, las hazañas más asombrosas le dieron la vuelta al abrigo para enmascararse en un forro de normalidad, pero ahora, la rigurosa luz de aquel amanecer devolvía a los objetos sus contornos precisos para revelarme que el prodigio, lejos de desvanecerse, se afianzaba en el límite de una frontera tan deseada y espinosa, tan generosa y cruel a la vez, como todas las fronteras definitivas, y cuando rompí de nuevo el silencio, sabía ya que Martín podía darme la vida, pero también conocía ya su precio, las cadenas invisibles, perpetuas, fortísimas, a las que me ataría mi propio amor.

—Y aquella mañana, en el paraninfo de la facultad… Bueno, al principio no te vi, debía de estar distraída, habíamos preparado un numerito, ¿sabes?, para reventar vuestro acto. En el momento culminante, yo debería haberme levantado para preguntarte a gritos si sabías el precio de una barra de pan.

—¡Ah! —sonrió, mientras me daba un pellizco en el culo—, muy bonito…

—¿A que sí? —acepté el castigo con otra sonrisa—. Era idea mía.

—Pero no lo hiciste.

—No… —me besó en los labios, un gesto cálido y brevísimo que no alcanzó a interrumpirme—. No pude hacerlo. No pude porque… —apreté la cara contra una esquina de su pecho y cerré los ojos, como si quisiera atravesar su cuerpo para esconderme de él, y desde aquel refugio, seguí adelante—. Cuando empezaste a hablar no te vi, no sé qué estaría haciendo, pero de repente elevaste la voz hasta tal punto que no me quedó más remedio que levantar la cabeza para mirarte, y ahí estabas, tan joven y sin embargo tan fuerte, alto, y duro, y muy enfadado aunque no me dieras miedo. Llevabas el pelo largo y la cara afeitada, pero tu brazo derecho se doblaba en el aire como una maza, y al fondo, el puño cerrado no era un símbolo, sino un arma, una tremenda amenaza para el enemigo, y ni siquiera lo pensé, ¿sabes?, no me hizo falta pensar, porque ya te conocía, te había visto todas las mañanas de mi vida en la misma esquina del pasillo de mi casa, te había rezado antes de dormirme todas las noches desde que era una cría, y ahora existías, tenías carne, volumen, y podías reírte, y hablarme, y podías caminar… Estabas encarnando un sueño para mí sola, eso sentí yo, y sin pensarlo siquiera, porque no me hacía falta pensar, se me puso la carne de gallina sólo de mirarte, y se me saltaron las lágrimas mientras te escuchaba, y acabé de mala manera, temblando de pies a cabeza, enloquecida y como drogada, y excitada, ya sabes… Era incapaz de pensar en ninguna

otra cosa.

Él no dijo nada al principio. Me acarició la cara con los dedos y todavía estuvo callado un poco más. Luego, se desperezó bruscamente, e improvisó un tono prosaico, con cierta punta de experta ironía que no acabó de salirle bien del todo.

—Claro, por eso has dicho antes lo de San Sebastián… —yo no quise añadir nada, y él soltó una risita—. ¡Qué atrocidad! Es brutal, ¿no? Y en el fondo igual de… anormal, igual de perverso, que los efectos de la educación católica más reaccionaria, no sé… ¡Lenin convertido en un sex–symbol. Nunca había escuchado nada parecido…

—Sí —asentí al fin, decepcionada a medias por su reacción, y a medias sostenida por la sospecha de que no era sincera—. Es difícil de explicar, pero yo creo que, en realidad, ha sido la única experiencia religiosa de mi vida. Si hubieras sido un cura, me habría convertido a tu fe, si hubieras sido un guerrillero, habría cogido un fusil, si hubieras sido una mujer, habría aceptado que soy homosexual, si hubieras sido un extraterrestre, te habría seguido hasta tu planeta… Como eras tú —abrí por fin los ojos, y le miré—, me enamoré de ti.

Sostuvo mi mirada con firmeza y los labios entreabiertos, y los dos guardamos silencio mientras una extraña codicia guiaba su mano izquierda a través de mi cuerpo, sus dedos ejerciendo una presión tan distinta de la levedad de las caricias como de la violencia que al principio prometían. Yo ya era sólo emoción, no podía sentir ninguna otra cosa, excepto que mi carne se evaporaba al contacto con su piel, y su calor derretía lentamente mis huesos, mi cerebro consumiéndose en un fuego sin llama, un incendio tenaz, ahogado en las cenizas de mi propia memoria. Apenas sabía algo más, salvo que yo ya no era yo, y que nunca podría sentir ninguna otra cosa porque acababa de elegir aquella muerte, deshacerme para siempre en él, disolverme poco a poco hasta gastarme del todo a favor de su cuerpo, pero entonces fue Martín quien halló refugio en la curva de mi cuello, y desde allí emitió una sola sílaba, ni siquiera una palabra, un sonido apenas articulado y sin embargo infinitamente potente, ¡oh!, apenas dijo eso, nada más que ¡oh!, y el eco de su voz resonó en un rincón de mi conciencia que yo no había visitado todavía para obligarme desde allí a seguir viviendo. En ese instante, su sexo empezó a crecer contra mi vientre, y las lágrimas asomaron a mis ojos aunque mis labios sonrieran solos, de puro placer, porque me di cuenta de que aún podía sentir mucho más, y más intensamente, y afronté un escalofrío helado, el terrorífico riesgo de aquel descubrimiento, mientras sus labios repetían en mi oído aquella misteriosa contraseña que justificaba de golpe toda mi existencia, ¡oh!, dijeron otra vez, solamente ¡oh!, pero fue bastante, porque su aliento ardía, y ardió su cuerpo cuando cubrió completamente el mío, y por fin, víctima yo también de su prisa, y de su codicia, le busqué con las caderas y atenacé su cintura con garfios desesperados, mis piernas firmes y rapaces como garras, para arder con él, y sucumbí con una energía desconocida al destino que me arrasaba por dentro.

Mantuve los ojos abiertos para mirar los suyos, fijos y enturbiados por un velo líquido, y disfruté, uno por uno, de todos sus gestos, pero mientras aún tenía conciencia, en esa zona de compromiso donde la lucidez, como las bombillas moribundas, reluce más intensamente que nunca cuando está a punto de extinguirse, asumí lo que me estaba jugando en aquella breve aventura italiana y tuve miedo, y por eso, aunque Martín jamás llegaría a saberlo, quise atarlo a mi vida para siempre, en silencio, una fórmula infantil revistiendo la certeza de que nada volvería a ser como antes, porque tú me has elegido, prometí con los labios sellados, serás desde ahora mi único padre, y porque tú me has deseado, serás desde ahora mi única madre… Mis párpados no pudieron retener las lágrimas por más tiempo a pesar de que las palabras seguían acudiendo a mi lengua muda por su propia misteriosa voluntad, y tú serás mis hermanos, mis hermanas, añadí mientras sus acometidas se hacían más intensas, más sinceras, más feroces, y serás mi familia, y serás mi casa, y serás mi patria, y serás mi dios… Sólo entonces cerré los ojos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x