Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Después, cuando mi cintura logró recuperar la memoria de su lugar y mis piernas volvieron a aprender que eran capaces de moverse solas, apuré el último resto de ingravidez, esa invisible dosis de desapego disuelta en el placer que desterró el centro de mi cuerpo, apenas un gran hueco desde el

techo del estómago hasta el borde de las rodillas, a una fugaz provincia de la inexistencia, como si la plenitud que acababa de conocer acarreara inevitablemente su sucesiva anulación, o como si la naturaleza animal de mi piel, más presente que nunca poco antes, debiera desvanecerse ahora hasta en su raíz más remota para que yo lograra recobrarla más tarde. Martín aceleró bruscamente el final del proceso. Su voz no era más gruesa que un hilo, pero aquella frase sólo tenía sentido en los dominios de la realidad, donde el tiempo es siempre uno, y exacto.

—Nunca había hecho llorar a una mujer en la cama.

Abrí de nuevo los ojos presintiendo una sonrisa radiante, un ridículo gesto de triunfo, un acceso de satisfacción casi juvenil bailando en las comisuras de sus labios entreabiertos, pero encontré un rostro serio, asustado, casi exhausto, la boca apretada y los ojos muy hondos. Me abracé a él con todas mis fuerzas. Se había hecho de día, y creí que iba a romperme por dentro.

—Al final, se casó con él, supongo…

Las irrupciones de la analista ya no me sobresaltaban tanto como al principio. Asentí mecánicamente con la cabeza mientras miraba el reloj para medir mi última ausencia. Demasiado larga, me dije, aunque perder el tiempo en aquel despacho había dejado de pesarme de repente.

—Sí, o él se casó conmigo, como usted prefiera… —aunque ni siquiera me apetecía fumar, tanto tabaco quemaba en cada una de aquellas visitas, encendí un pitillo de más antes de emprender mi último monólogo de la tarde—. Y han pasado quince años, ¿sabe?, pero he empezado a creérmelo del todo hace muy poco tiempo… Lo que quiero decir es que, al principio, desconfiaba de mi propia suerte. Me acostaba con Martín todas las noches y me lo encontraba en la cama todas las mañanas, claro, él era mi marido, vivíamos juntos, y sin embargo, no sé, a lo mejor usted no me entiende, pero es que no sé explicarlo de otro modo, la verdad es que no me lo podía creer, simplemente. Me sentía como si en lugar de existir a ras del suelo, flotara dentro de una inmensa burbuja que pudiera estallar de un momento a otro sólo con rozar cualquier objeto afilado, una reja, la aguja de un campanario, o un simple alfiler en la mano de un niño. Quizás ése sea el precio que hay que pagar por enamorarse de un dios y acabar casándose con él, o quizás… —me detuve un instante para escoger bien las palabras—. Yo a mi marido le gusto mucho, ¿sabe…? Sexualmente, quiero decir. Eso tampoco lo entiendo muy bien pero es verdad, y lo sé desde el primer momento, desde la primera noche que dormimos juntos. Antes incluso de contarle que llevaba años enamorada de él, me di cuenta. No debe de ser una cuestión estética, que me encuentre más guapa o más fea, ya sabe, sino algo más extraño, más… profundo, aunque parezca una cursilada decirlo así. Tal vez es mi olor, mis hormonas, que atraen a las suyas, o algún otro fenómeno por el estilo. Eso supongo, porque desde luego no creo ser una amante técnicamente perfecta. Más bien al revés, por lo menos desde fuera, porque soy lo menos parecido a una mujer fatal que pueda concebirse, ya me ve, aunque Martín dice siempre que los amantes universalmente irresistibles ni existen ahora ni han existido jamás, y yo creo que tiene razón. Una noche de borrachera mutua, muy al principio de todo, me confesó que había algo muy particular en mi aspecto, una especie de señal que él nunca había detectado antes, en ninguna otra mujer… Él siempre me ha considerado muy inteligente y, bueno…, empezó por ahí. Es como si tuvieras alguna piel de más. me dijo, niveles que le faltan a la mayoría de la gente. Al principio no le entendí, y me describió mi propia imagen, la idea de mí que conservaba de las primeras veces que nos vimos, una chica muy lista, muy segura de sí misma y hasta un poco altiva, la sumamente previsible hija de su padre, acostumbrada a mandar y a viajar por Europa, lo típico… Y sin embargo, él presentía algo distinto, por eso se alegró tanto de encontrarme en Italia. Ahora ya sé lo que es. me anunció aquella noche, un par de meses después de que hubiéramos vuelto juntos a Madrid. Tienes miedo, Fran, eso me dijo, siempre tienes miedo, de la gente, de las cosas, y ahora, de mí… Eso dijo, y tenía razón. Acababa de descubrir mi punto débil, esa odiosa docilidad innata en mi carácter, la tendencia natural a caerme a cada paso que me obliga a caminar mirando al suelo, a medir las consecuencias de la más leve huella de mis pies. Todo eso

es verdad, y que me protejo detrás de una fortaleza aparente y completamente fingida. Nunca he sabido sacar partido de mi debilidad, esa clase de ventaja siempre me ha parecido indigna, así que procuro vivir por encima de ella, pero Martín la detectó enseguida y, en cierto modo, él fue quien supo explotarla en su propio provecho. A lo mejor no lo entiendes, me dijo al principio, como disculpándose de antemano por lo que vendría a continuación, pero ese contraste brutal entre tu apariencia y tu verdadera naturaleza es lo que más me atrae de ti. Cada vez que te pillo en un renuncio, excitas una fibra de la zona más oscura de mi cerebro, y no está bien, y no quiero, pero no lo puedo evitar. Es como si despertaras sin querer a una bestia dormida y le colocaras un buen pedazo de carne delante de los colmillos, ¿sabes?, o algo peor… Me miraba de una forma extraña, risueña y torva a la vez, y le pregunté si estaba dispuesto a ser más explícito. Se lo pensó un par de minutos antes de concederme otra oportunidad. Por ejemplo, continuó al fin, piensa en cualquiera de esas repulsivas, fascistas, baratas, sexistas, clasistas e imperialistas series americanas de televisión que suceden en un juzgado, o en una comisaría. Cuando aparece una mujer rubia, independiente, autosuficiente y hecha a sí misma, que no renuncia a ser atractiva aunque sólo vive para su trabajo, y por eso, y porque no es tan fuerte como parece, afronta riesgos impropios de una señorita… ¿qué pasa con ella al final? Que la violan, respondí. Premio, aprobó él, y me aseguró que los violadores le parecían auténticos monstruos cuando podía pensar con frialdad. Pero algunas veces no puedo, dijo, y me pidió que intentara ponerme en su lugar antes de preguntar de nuevo, y si yo estuviera delante del televisor en un mal día… ¿qué pasaría conmigo? Le dije que no me atrevía a suponerlo y me propuso un test. A, apago la televisión, B, de acuerdo con mi ideología, con mis verdaderas opiniones y mis auténticos criterios, me retuerzo de repugnancia en un sillón, C, me empalmo sin remedio. ¿Te empalmas de verdad?, le pregunté, muerta de risa, porque no me daba ningún miedo escucharle, y él sonrió mientras me confesaba que sí, y que si la rubia estaba buena, a veces se hacía una paja antes de llegar al telediario. Yo también tengo algunas pieles de más, Fran, más niveles de la cuenta… Eso me contó, y yo me sentí mucho más cerca de él al escucharle. Vaya, le dije entonces, pues no está mal, es incluso peor que lo de Lenin…

—¿Qué es lo de Lenin?

—¡Oh…! Creí que se lo había contado —medité durante un par de segundos. Tenía demasiadas ganas de llegar a casa para embarcarme en una historia tan larga—. Una fantasía infantil. De pequeña estaba enamorada de Lenin, no tiene ninguna importancia, créame…

Arqueó las cejas tanto como pudo, pero no quiso insistir, y yo se lo agradecí.

—Muy bien —admitió, antes de recapitular por mí—, sin embargo me gustaría conocer qué vínculo establece usted entre el escepticismo al que ha aludido al principio y su… ¿le parecería acertado que lo llamáramos éxito sexual?

—Bueno, si quiere… Aunque yo nunca lo he vivido como un éxito propio, sino más bien como una fuente de felicidad que en el fondo no tiene mucho que ver conmigo, algo así como mi sistema inmunológico, por ejemplo, que está dentro de mí pero que yo no puedo controlar. Por eso debe de ser tan terrible aceptar una suerte semejante. Ya sabe, sólo se puede perder lo que se ha tenido antes, y a mí no me tocaba una historia así. Si me había resignado a no esperar alguna cosa de mi futuro era precisamente ésa, ¿sabe? Yo no soy como mi madre, y sin embargo, me he sentido adorada muchas veces, muchas noches… Pero lo que más me asombraba de todo era el propio Martín, que parecía una especie de copia perfeccionada de mi padre, tan parecido a él en tantas cosas, pero tan distinto en lo fundamental. Un hombre de izquierdas, inteligente, culto, irónico y capaz que, sin embargo, no habría podido enconarse jamás con una pija remilgada, por muy buena que estuviera. Un hombre brillante que sin embargo acabó eligiéndome a mí, a la hija fea de mi madre… ¿Quién habría sido capaz de tragarse una historia así…?

Había preguntado al aire, pero ella quiso contestarme.

—Mucha gente —dijo—. Mucha gente más fea que usted, y más tonta que usted, e infinitamente menos sensible que usted, pensaría, si estuviera en su lugar, que el destino aún no les ha compensado bastante por el mérito de haber nacido, créame… —hizo una pausa y bajó la vista,

como si ya estuviera cansada de mirarme de frente—. Aunque quizás debería corregir los verbos. Usted habla siempre en pasado.

—¿En seno…? —mi asombro era genuino—. Bueno, ya sabe. Las cosas cambian.

—¿A peor?

Me maldije brevemente a mí misma por haber iniciado aquella precisa conversación, y puse mi cerebro del revés un par de veces en busca de una respuesta airosa, que no existía.

—Según se mire… —estaba dispuesta a resistirme hasta el final—. Tal vez han cambiado para mejor, porque ahora me creo a pies jun tillas mi propio pasado. De repente, lo comprendo todo. Es el presente lo que se me resiste. Pero ya es muy tarde, y no me apetece hablar de eso… Tiene gracia de todas formas, ¿no? Nunca he podido estar segura de que Martín me quisiera de verdad, y sin embargo, no dudaba de él. Ahora dudo pero, a cambio, sé también cuánto me ha querido, todos estos años…

Ella no dijo nada, y yo me levanté en silencio, esforzándome por demostrar una serenidad que desmentían mis gestos torpes, atropellados. Cuando me incliné para estrechar la mano que me ofrecía desde el otro lado de la mesa, derribé con el bolso un vaso lleno de lápices que se desparramaron por todo el tablero y me sentí peor que nunca, como si mi vida corriera verdadero peligro en aquel despacho alargado y frío, tan brutalmente impersonal. La atmósfera del taxi que me llevó a casa era hasta demasiado distinta del aire extranjero que había respirado en las dos últimas horas, pero agradecí la vaharada de calor que empañaba los cristales como se agradece el blando pellizco de una abuela, y aprecié el cochambroso tacto de la tapicería de plástico rajada en un par de sitios, e incluso la compañía de los caireles que festoneaban una especie de doselete de terciopelo rojizo que ocupaba la franja superior del parabrisas delantero y se movían sin cesar, para que sus diminutos cascabeles entonaran una enloquecida canción sin ritmo alguno, puro estrépito sin principio y sin final.

El taxi se detuvo frente al portal de mi casa y, antes de pagar, miré hacia arriba. No vi ninguna luz en el salón. Años atrás, habría sabido con exactitud dónde estaba Martín en ese momento, pero ya no solía contarme sus planes en el desayuno, y aunque en las peores ocasiones, sobre todo cuando llegaba a asustarme de lo tarde que volvía a casa, o cuando no volvía, había intentado justificarme a mí misma diciendo que me daba miedo saberlo, la verdad es que casi siempre se me olvidaba preguntarle qué pensaba hacer durante el día. Lo peor de todo era que muchas veces, en un estado de ánimo parecido al que me acompañaba al bajar de aquel taxi, prefería no encontrármelo arriba, porque le deseaba desesperadamente, y por eso no podía soportar mi propio silencio, el saludo convencionalmente educado que brotaría sin duda de mis labios en respuesta a la seca formalidad de su bienvenida. Ya no sabía besarle, no sabía arrinconarle contra una esquina del pasillo, no sabía colgarme de él, como hacía antes. Y sin embargo le amaba, le deseaba desesperadamente, y me sentía como muerta, podrida por dentro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x