Array Array - Atlas de geografía humana
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—¿No me va–as a contar lo que pasó después?
—Es que… —y de nuevo su mirada buscó refugio en sus zapatos— no sé, no entiendo por qué me ha dado por contarte mi vida de repente. Me da hasta un poco de vergüenza, tengo la sensación de estar haciendo el ridículo… Es lo que me pasa, ya te digo, que me tomo un par de copas y se me suelta la lengua, no puedo evitarlo, oyes… Y que no sé hablar de otra cosa, hay que joderse. Pero a ti no te importa un carajo todo esto, debes estar harta de mí…
—Llevas tres copas —precisé—, y no estoy harta de ti, todo lo contrario… Mira, Foro, a mí no me pasa nunca nada, ¿sabes? Yo podría conta–arte mi vida en tres minutos. Todos los días me levanto, me voy a trabajar, vuelvo a casa, me hago la cena y me meto en la cama, poco más o menos… Por eso me encanta escuchar las historias de los demás, te lo digo en serio…
—Pero ésta… yo qué sé. Si es una historia corriente.
—No tanto —le miré—. A mí nunca me ha pasa–ado nada por el estilo.
—Mejor para ti.
—N–no. Peor, mucho peor para mí.
—¿Sí…? —me dirigió una mirada esquinada, asombrosamente sagaz, y muy sabia—. Espera a saber el final.
—Eso es lo que llevo intentando desde hace un rato —sonreí—, sa–aberel final…
Entonces se echó a reír, cabeceando, como si acabara de admitir para sus adentros que no podía conmigo.
—Pues tendremos que pedir otra copa, ¿no?
—Claro.
—¿Dónde estábamos?
—Cena–ando filetes empanados en la Casa de Campo… Que es una cosa que, dicho sea de paso, no entiendo muy bien, porque si tu mujer tenía gustos de señorita, no le pega mucho lo de lleva–arse la comida a un merendero…
—Ya, pero es que, aunque le tuviera tanta afición al lujo, aunque se pirrara por vivir muy bien, ella se había criado en Mesón de Paredes, ya te digo, y no podía remediar que le gustaran también otras cosas, las que había mamado desde pequeña… Era muy castiza, Fernanda, muy recia, le gustaban hasta los bocatas de gallinejas, que a mí me dan un asco que…, buah, no veas, y eso que he nacido en Carabanchel. Total, que muchas noches nos íbamos derechos a Lavapiés, y yo me tomaba un agua de cebada, que eso sí que me gusta, mientras ella se ponía ciega de guarrerías de ésas… La volvía loca toda la comida que se vende por la calle, pero en aquella época, ella todavía se preocupaba por mí, le gustaba que yo estuviera a gusto, y por eso, las más de las veces, yo me salía con la mía, una tortillita, unos filetitos, y gloria bendita… Hasta que, de repente, cuando mejor estábamos, empezó a hacer frío por las noches, ya te digo, y se nos echó encima septiembre sin avisar. Entonces le pedí que se casara conmigo, porque algo tenía que hacer, para que durara más
aquel verano…
—Y ella te dijo que sí.
—Pues, no, no creas que fue tan fácil. Lo primero que me preguntó fue si me había vuelto loco, ya te digo, y luego, buah, no veas… ¿Es que no me conoces?, me soltó, ¿es que todavía no sabes quién soy yo? Eso me dijo, pero yo le contesté que la quería, y que todo me daba igual, lo que pensaran los demás, lo que fuera a decir la gente, todo eso me la sudaba, así de claro, oyes, y ella se quedó pensando y no quise insistir más… Yo, a ver si me entiendes, yo sabía que no estaba enamorada de mí, pero con eso y más, yo la adoraba, estaba tan enamorado que habría hecho cualquier cosa por vivir con ella hasta los restos, incluso a sabiendas de que ella seguía conmigo porque no había encontrado a otro mejor que la aguantara, hasta con eso habría tragado, así que, ya te digo… ¿Qué podía hacer yo? Pues intentar que se casara conmigo, que me fuera cogiendo cada vez más cariño, que tuviéramos un crío o dos, total, el cuento de la lechera… Estuvo pensándoselo cerca de un mes. Luego, a principios de octubre, me dijo que sí en Torremolinos, en un hotel de cinco estrellas donde pasamos quince días que me costaron un huevo y parte del otro, pero hasta eso se me olvidó, oyes, cuando me dijo que sí, que nos casábamos, porque me puse como loco, buah, no veas… Nos casamos al año siguiente, en abril, porque ella quería llevar un traje de novia de los más aparatosos, con mucho escote y una cola de diez metros, ya te digo, y tuvimos que esperar a que volviera el buen tiempo, pero aquel invierno pasó rápido, con los preparativos. Vendí el piso que acababa de comprarme en una bocacalle de la Avenida de los Toreros y compré otro, mucho más caro, en la Fuente del Berro, porque Fernanda no quería vivir al lado de Las Ventas, y luego hubo que amueblarlo, y poner la cocina nueva, y elegir el restaurante para el banquete, y hacerse los trajes de la boda, y buah, no veas… Firmé más letras que un tonto, pero tan a gusto, oyes, lo que es la vida. Y nos casamos, ya te digo, a lo grande, y todo se fue a la mierda antes de que mi mujer hubiera aprendido a usar los electrodomésticos…
Me miró, como pidiéndome una opinión sobre lo que acababa de oír, y me atreví a ir un poco más allá.
—¿Tú crees que lo hizo aposta?
—¿El qué?
—Pues… eso —de repente, tuve miedo de estar pasándome de lista, pero no encontré la marcha atrás—. Ca–asarse contigo primero, quiero decir, y mandarlo todo a la mierda después…
—No sé, chica, yo también lo he pensado muchas veces, pero es demasiado fuerte, ¿no?, demasiado horrible… Yo creo que lo que pasó es que, de repente, se creyó que por estar casada conmigo tenía derecho a todo, ya te digo, que todo era suyo y que la única que mandaba allí era ella, y… ruina, claro, ruina total, porque cada día quería más de todo, más ropa, más dinero, más joyas, más cosas, más, más y más, igual que con el Antonio. Se le antojaba todo lo que veía en la televisión, cualquier cosa que apareciera en un anuncio, pero todo, oyes, y buah, no veas… Y eso que yo entonces vivía bien, pero bien, y hasta me podía permitir algunos lujos, pero todo lo que ella quería, pues no, claro. Y un buen día tuvimos una bronca, y dos días después, otra, y así siempre, que si yo era un tacaño, que si yo era un desgraciado, que si era poco hombre para ella, ya te digo, te lo puedes figurar… Luego me salió con que no la volviera a llamar Fernanda, porque ella se llamaba Fanny, y eso sabiendo de sobra que ese nombre es el que más me da por culo del mundo, y empezó a quedar con sus amigas a todas horas, bueno, a mí me decía que quedaba con sus amigas, quiero decir, hasta que una noche volvió a casa con una cadena de oro que yo no conocía, que me dijo que se la había comprado ella con su dinero, o sea, con el mío que yo la daba, y no me lo creí, y tuvimos una pero gorda… Entonces me fui de casa, me emborraché, y cuando ya no me cabía ni una gota más, me quedé sobado en un banco de la calle Goya, buah, no veas, fue el principio del fin… Me encontró un coche de la madera y me llevó a casa a las seis de la mañana, ya te digo. Fernanda, que estaba muy asustada, me pidió perdón y me prometió que todo iba a volver a ser como antes, y durante una temporada, por lo menos, guardó las apariencias, pero no era buena, ésa es la verdad, y que además no pensaba, y no tuvimos ni seis meses de tranquilidad, y volvieron las broncas. Ella
me decía que yo era un celoso, que si me creía que la había comprado, que no tenía derecho a meterme en su vida, y que a ver si no iba ella a poder entrar y salir a su antojo, con treinta años que iba a cumplir. Y no tenía razón, no la tenía, pero yo lo veía todo tan mal, tan a punto de irse a la mierda para siempre, y tenía tantas ganas de que saliera bien, que al final hasta me convenció, oyes, y llegué a sentirme culpable, que… buah, no veas, es que es el colmo, si seré gilipollas, yo, pues llegué a creerme lo que me decía, fíjate si estaría loco por ella. Pero todo fue a peor, ya te digo, y llegó un momento en que no habría engañado ni a un niño de teta. Y lo que más rabia me da, lo que me pone malo todavía, es que no fuera por amor. Porque si se hubiera enamorado de otro, pues bueno, qué le íbamos a hacer, oyes, pero putear así, a lo tonto…, uf. Entonces empecé a beber, pero bien, porque mi vida era una mierda, y no quería dejarla, todavía no, ésa es la verdad, que no podía dejarla, cómo iba a marcharme de casa si la adoraba, si no podía vivir sin ella… En éstas, viene y me dice que se ha quedado preñada, igual que hizo con el Antonio, pero esta vez de verdad. Y ahí sí que me mató, te lo juro, porque no sabía qué hacer, no lo sabía… Por un lado, por mucho que jurara, ni siquiera estaba seguro de que el crío fuera mío, pero por otro… No sé, llevábamos dos años casados, no era tanto tiempo, y yo pensé, a lo mejor, con el niño…, pues no sé, oyes, sienta la cabeza y deja de hacer tonterías, así que… ya te digo. Me liré todo el embarazo rezando para que se pusiera como una foca, pero no, estaba cada día más guapa, la hija de puta, aunque no le quedaba más remedio que quedarse en casa, claro, y parecía que el niño le hacía ilusión, y a mí también me la hacía, mucha, la verdad, así que pasamos una buena racha. Cuando nació el David, me dije que una criatura tan pequeña, tan débil y tan importante al mismo tiempo, a la fuerza iba a cambiar las cosas, pero no… Qué va. Se negó a darle de mamar para no estropearse las tetas, y no tendría mi hijo ni tres meses cuando empezó a dejarle conmigo para irse por ahí. Y a mí no me importaba, ya te digo, porque me encantaba estar con el crío, que además salió bueno, pero bueno, oyes, que ni una mala noche me dio, el pobrecito, y se tomaba los biberones en diez minutos, que así se puso, hecho una fiera, que daba gusto enseñarlo por la calle… Eso es lo que más rabia me da, que cuando me dejó se llevara al niño, y que el hijo de puta del juez no me escuchara, que cuando salió la sentencia me entró…, buah, no veas, no sé lo que me entró, pero es que le hubiera matado, y a ella, porque no la he vuelto a tener delante a solas, que si no, la mato también, ya te digo…
—A–así que fuiste a juicio… —resumí, más para mí misma que para él, porque lo que acababa de escuchar me parecía sencillamente asombroso, aunque hacía ya rato que habría jurado que mi capacidad de asombro se había disuelto por saturación.
—Claro que sí, no te digo… Pa chasco. Tú nunca has tenido hijos, ¿no? —negué con la cabeza— . A lo mejor por eso no lo entiendes, pero sí, claro que fui ajuicio, a varios juicios, porque recurrí la sentencia hasta quedarme sin un puto duro, y para nada, oyes, que no hubo manera… Yo quería que mi hijo viviera conmigo. Estaba dispuesto a meter en casa a mi madre, a contratar a una muchacha interna para que lo cuidara, lo que fuera, pero conmigo. Alegué que ella había abandonado el hogar conyugal, que se había llevado al niño sin avisar, que la vida que hacía no le permitía cuidarlo, buah, no veas, hasta me metí en un grupo de alcohólicos anónimos y estuve año y medio sin probar una gota, porque ella alegó que yo bebía, ya te digo… Pero no, el niño con la madre y yo, dos fines de semana alternos y dos tardes entre semana, lo típico… Así hemos estado hasta ahora, porque no le perdono ni un minuto del tiempo que me toca, pero ni un minuto, oyes, y aunque me muera de ganas de tomarme una copa, cuando estoy con él, sólo bebo vino con la comida, y nada más, te lo juro, es que ni olerlo… No quiero que me vea borracho nunca, nunca. Es lo único que tengo, pero es bastante, y además, me adora, ésa es la verdad, que me quiere un montón, el David, y yo a él… Fíjate que estoy ahorrando, con lo que me cuesta ahorrar a mí y con la mierda que gano ahora, para que se haga alguien… importante, no sé, ingeniero o arquitecto, o algo así, y él, en cambio, dice que quiere ser fotógrafo, como su padre, buah, no veas… Se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo oigo. El año pasado se vino a mi casa el diez de mayo y estuvo conmigo toda la feria porque le dio la gana, ya te digo, y su madre no pudo hacer nada para impedirlo, porque él le dijo, si denuncias a papá, voy yo a hablar con el juez y se lo explico, eso le dijo, mi chico, con catorce años
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