Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Vale —se rió—. Pero lo que yo estaba pensando es que… A ver si me entiendes, si tartamudeas más cuanto más nerviosa estás, entonces es que follar te tranquiliza.

—Claro, como a todo el mundo.

—O sea, que si te echaras un novio que te gustara, y vivieras con él, y follaras un día sí y otro no, por decir algo, y él estuviera bien, ya te digo… Pues dejarías de tartamudear.

—N–no… n–no lo sé.

—Has tartamudeado.

—Ya–a me he da–ado cuenta.

—Lo siento.

—N–no, déjalo tumbado.

Rió conmigo aquel chiste malísimo y no quiso añadir nada más, porque no hacía falta. Fui yo quien decidió ir un poco más allá cuando se agotaron los besos, y los abrazos, y otros temas de conversación mucho menos peligrosos —su memoria infantil de Carabanchel era como la chistera de un mago, un lugar del que podía salir cualquier cosa—, y lo hice sin pensar. Estaba a punto de ofrecerme a preparar algo para cenar, porque se había hecho de noche en la ventana, y en el reloj de mi mesilla, sin que nos diéramos cuenta, cuando aquellas palabras, prodigiosamente enteras, brotaron de mi boca sin permiso.

—¿Sabes una cosa? Me lo he pasado muy bien esta tarde, Foro.

—Ahora no has tartamudeado.

—Porque no quiero ta–artamudear. A lo mejor eres tú lo que me tranquiliza.

—Pues ya sabes.

—¿Qué?

—No tienes más que llamarme.

Esa oferta sin condiciones, lo más parecido a una declaración de amor que he llegado a recibir nunca, inauguró una época marcada por la desconcertante insubordinación del tiempo.

Mis días, que hasta entonces parecían incomprensiblemente felices en la estrecha horma de una pauta siempre idéntica, exacta, matemática, veinticuatro horas en total, ocho para trabajar, ocho para dormir, dos o tres para alimentarme, el resto sólo para hacerme consciente de su paso por mi vida, empezaron a escapar de mi control, a estirarse y encogerse como si fueran de goma, a escurrirse entre mis dedos —días de agua, de gas, de humo—, o a permanecer quietos, sólidos e inamovibles, durante muchas más horas de las que les correspondían —días de piedra, de tierra, de plomo—, al margen de mi voluntad y de mi capacidad para aprehender el destino que los guiaba. Y sin embargo, mi situación se prolongó sin un solo cambio verdadero durante muchos meses. En el exacto corazón del vértigo, podía percibir muy bien mi propia inmovilidad.

Mi vida sucedió a partir de entonces en dos planos diferentes, contiguos y paralelos como esas dos rayas infinitas que jamás acertaban a juntarse sobre la pizarra del colegio. El mejor de ellos era íntimo, fértil, casi perfecto, porque mi historia con Foro trabajaba por sí misma sin cesar, consolidando poco a poco triunfos menores pero definitivos, y primero dejé de comprar pasta de dientes con sabor a canela porque a él no le gustaba, y más tarde desterré definitivamente el

pimiento verde de todos mis guisos incluso cuando no iba a venir a comer conmigo, porque le sentaba mal, y después tiré a la basura un pijama de franela marrón muy abrigado, porque él decía que me convertía propiamente en una patata cruda, y ni siquiera llegué a echarlo de menos cuando regresó el frío. Pero ninguno de estos gestos logró arañar siquiera el signo de otro tiempo que era peor y también sucedía, nunca a la vez, siempre un poco antes, o un poco después, un plano público, frío y objetivo, que yo vivía como una espectadora imparcial de mi propia historia, manejando los datos que poseían los demás, utilizando sus mismos códigos, sucumbiendo a sentimientos que no por ajenos dejaban de pertenecerme, y que traían consigo la hora de jurar que ni un día más, ni una noche más, ni un solo beso más, a despecho de esa voz cruel que vigilaba siempre, esperando mi menor descuido para insultarme con el brutal acento de esas verdades que pueden ser más falsas que cualquier mentira.

La realidad se fue contagiando poco a poco de la repentina cualidad elástica que enrarecía el paso del tiempo, e interpretarla se convirtió en una tarea impredecible, muy sencilla algunos días, terriblemente complicada otros, irresoluble casi siempre. Cuando estaba con él, Foro me gustaba, me divertía su manera de hablar, de entender las cosas, las historias que contaba, y hasta su manía de interrumpir continuamente los diálogos de las películas que veíamos juntos por la televisión con chistes y opiniones que lograban que me retorciera de risa, compensándome de sobra por las frases que no conseguía escuchar. Era incapaz de tomarse una película en serio, de involucrarse en las vidas de los personajes, de arriesgar la menor emoción por cualquiera de ellos, y ni siquiera comprendía muy bien la codiciosa avidez con la que yo escrutaba la pantalla, al acecho del menor hueco que me consintiera meterme en el argumento, para reír o llorar o enamorarme o morirme de miedo en el cuerpo del actor correspondiente. A veces pensaba que precisamente ahí, en la exacta longitud del abismo que nos separaba frente a cualquier historia inventada, residía su ventaja sobre mí, su capacidad para apreciar el mundo verdadero, un territorio del que yo le había desterrado sin darme mucha cuenta desde que mi propia confusión, mis propios miedos, y esa repugnante versión de la vergüenza en la que detestaba reconocerme, construyeron para él una realidad aparte. Porque Foro existía tan indudablemente como existía yo misma, cuando Alejandra Escobar salía a la calle, pero el tiempo que pasaba junto a él no formaba parte del mundo de todos los días, el mismo mundo que yo estaba dispuesta a negarle. Allí. Foro parecía eternamente condenado a ser un hombre viejo y derrotado, borracho e inútil, gracioso a destiempo, un figurante secundario en un sainete malo y antiguo, un intocable. Y eso volvía a ser, sin matiz alguno, en cuanto se separaba de mí unas cuantas horas. El tiempo también puede desangrarse.

En medio de todo, estaba el amor, que salva o condena, que legitima los crímenes más atroces. Yo estaba segura de no amar a Foro porque el amor habría salvado por sí solo todos los obstáculos, yo lo sabía, lo había leído en los libros, lo había visto en las películas. Pero también sabía que lo echaba de menos por las noches, justo antes de dormirme, y eso se parecía mucho a un amor distinto, pequeño, de andar por casa, demasiado corriente como para que los libros se ocupen de él. A veces me preguntaba si no existirán amores diferentes, como son diferentes las personas, las estaciones del año, los cielos de las ciudades, pero no sabía qué contestarme, porque nunca había estado enamorada de nadie que me correspondiera, no tenía muy claro cómo funcionan estas cosas. Ni siquiera estaba segura de que estar enamorada fuera imprescindible para ser feliz con alguien, me preguntaba si no sucedería más bien lo contrario, y a ratos dudaba de que enamorarse bastara para todo. Pensaba mucho en la historia de Ana con Javier Álvarez, que había empezado poco después de que Foro y yo nos encontráramos en el bar del Ritz, y trataba de calcular cómo habría reaccionado ella si el azar le hubiera asignado un amante como el que me había tocado a mí, pero tampoco llegué a resolver aquel enigma, quizás porque se apoyaba en premisas erróneas, y a las mujeres como Ana no se les pasa siquiera por la cabeza la posibilidad de enrollarse con hombres como

Foro. Por eso cuentan en voz tan alta sus amores con hombres apasionantes, a los que no se les pasa siquiera por la cabeza enrollarse con mujeres como yo. Eso creía, pero tal vez estaba

equivocada, a ratos me convencía de que Ana nunca habría llegado a caer tan bajo, y esa sospecha me dolía más que la aceptación de que existieran dos clases diferentes de destino, para dos clases diferentes de hombres y de mujeres, pobre gente, gente apasionante. No lo sabía, no sabía nada de mí, nada de nadie, con una única excepción, porque existía una sola cosa que sabía con certeza, con una apabullante seguridad de que iba a ocurrir, como sé que la noche sucede al día, que las nubes se disipan cuando cesa la lluvia, que la muerte implacable paraliza los cuerpos. Así sabía que si dejaba escapar a ese hombre me labraría un futuro de soledad completa, el horizonte que vislumbraba ya cuando la suerte tiró para mí unos dados que seguramente no me correspondían, y sacó un tres. Podría haber sacado un seis, pero la mitad de seis es mucho más que cero, y dormir sola por las noches es lo mismo que no tener nada, y sin embargo, y sabiendo todo esto, no sabía qué hacer con mi vida. Jamás me había imaginado que intentar ser feliz pudiera llegar a resultar tan difícil.

Y sin embargo, eso fue lo único que hice durante mucho tiempo, intentar ser feliz, aprovechar lo que traía de bueno ese tiempo que pasaba deprisa y parecía no pasar nunca, apreciar el calor de otro cuerpo bajo las sábanas, esmerarme en cocinar platos nuevos y difíciles para las cenas de los viernes, veranear en Madrid, con las persianas echadas y el ventilador en marcha, aguardando la tregua del atardecer para emigrar a la Casa de Campo y desplegar un botín de tortilla y filetes empanados en una buena mesa, al fresco, justo delante del lago, en la gloria, ya te digo. No eché de menos Katmandú, ni Bali, ni Hammamet, aquel verano, pero eché de menos a Foro cuando se marchó con David a la playa, a primeros de agosto, aunque fuera lo que más le da por culo en este mundo, y llegué a arrepentirme de no haber aceptado su invitación, porque me quedé en casa, sola, para pensar, esas tonterías que se dicen a veces, y no hice más que ver la televisión y aburrirme como una de esas ostras que se estarían comiendo en las Rías Bajas. Cuando volvieron, me asombré de cuánto estaba empezando a parecerse Foro a su hijo.

La transformación de aquel rostro, de aquel cuerpo, las manos que no temblaban, la carne que reconquistaba un espacio perdido entre la piel y los huesos, la voz firme, el café con leche, con bollo y todo, que reemplazaba a la vieja copa de coñac de las viejas mañanas, era ya tan evidente que, en la editorial, septiembre fue el mes de Foro, y las conjeturas sobre la identidad oculta de la desesperada que había cargado con aquella ruina bajaron repentinamente de volumen, cediendo a la presión de hipótesis de otra naturaleza, comentarios menos cargados de asombro que de admiración por una metamorfosis que parecía aspirar a lo absoluto y en la que todo el mundo daba por sentado que había una mujer de por medio. Yo seguía a distancia aquel proceso, sintiéndome orgullosa de él, de ese cambio del que me consideraba responsable, y cedía incluso a la modesta audacia de sacar el tema a la menor oportunidad, buscando tal vez fuerzas en la unanimidad de los otros, un empujón que me animara a dejarme caer por fin del lado correcto, cualquiera que éste fuese, y jamás pensé que pudiera existir más de uno hasta que un día, después de que la casualidad nos reuniera alrededor de la máquina de café, a media mañana, Ana me abrió los ojos sólo para que Ramón consiguiera meterme después los dedos dentro.

—No me quiere decir quién es —nunca una de mis mínimas insinuaciones cosecharía a cambio un discurso tan largo—. Ayer se lo volví a preguntar, y nada. Y mira que yo se lo cuento todo, y se lo dije, no es justo, Foro, yo te cuento cómo me van las cosas y tú… Yo también te lo cuento, me dijo, todo, menos el nombre. Y yo le dije que creía que éramos amigos, y él me dijo que no fuera tramposa, y así… Yo creo que ella debe de ser un poco tonta, ¿no?, porque prohibirle decir quién es, a estas alturas… Ni que fuéramos al colegio todavía, joder. Y seguro que trabaja aquí, él dice que no, pero yo estoy segura de que sí, y debe de estar ahora mismo en este edificio, porque a ver si no, para qué tanto secretito. Lo único que le he sacado es que es una mujer muy solitaria, de treinta y muchos años, que nunca ha estado casada, y que tiene un carácter débil… Bueno, eso lo digo yo, porque él está empeñado en protegerla, en justificarla siempre… Da la impresión de que la cuida tanto como si fuera una niña pequeña, que no se entere de esto, que no vaya a pensar lo otro, que no crea lo de más allá. ¡Coño! Si yo lo único que quiero es que me la presente, y no por mí, que a mí me da lo mismo, sino por él, porque si se lo mete en la cama de noche, a ver por qué no puede ni

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x