Array Array - Atlas de geografía humana

Тут можно читать онлайн Array Array - Atlas de geografía humana - бесплатно полную версию книги (целиком) без сокращений. Жанр: Современная проза. Здесь Вы можете читать полную версию (весь текст) онлайн без регистрации и SMS на сайте лучшей интернет библиотеки ЛибКинг или прочесть краткое содержание (суть), предисловие и аннотацию. Так же сможете купить и скачать торрент в электронном формате fb2, найти и слушать аудиокнигу на русском языке или узнать сколько частей в серии и всего страниц в публикации. Читателям доступно смотреть обложку, картинки, описание и отзывы (комментарии) о произведении.
  • Название:
    Atlas de geografía humana
  • Автор:
  • Жанр:
  • Издательство:
    неизвестно
  • Год:
    неизвестен
  • ISBN:
    нет данных
  • Рейтинг:
    4/5. Голосов: 11
  • Избранное:
    Добавить в избранное
  • Отзывы:
  • Ваша оценка:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Array Array - Atlas de geografía humana краткое содержание

Atlas de geografía humana - описание и краткое содержание, автор Array Array, читайте бесплатно онлайн на сайте электронной библиотеки LibKing.Ru

Atlas de geografía humana - читать онлайн бесплатно полную версию (весь текст целиком)

Atlas de geografía humana - читать книгу онлайн бесплатно, автор Array Array
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

saludarla de día. ¿Pero quién se habrá creído esa tía que es? ¡Note jode!

—Una hija de puta —asintió Ramón, dándose a sí mismo la razón con la cabeza—, de eso estoy seguro, desde luego.

—Pues mira que se lo digo —prosiguió Ana, sus mejillas más acaloradas de repente, como agradeciendo la llegada de los refuerzos—, pero él nada, tío, él la defiende siempre. Tú no lo entiendes, me dijo el otro día, pero es mi última oportunidad. Y una mierda, Foro, le contesté yo, ¿y me dices eso ahora, precisamente ahora que has dejado de beber y que vas hecho un pincel? Y él dale que te pego, que no, Ana, que tú no lo entiendes, y yo que sí, que sí, que cómo no lo voy a entender…

Cualquiera entendería que una mujer se volviera loca por un hombre capaz de hacer algo así por ella, ¿tío?, y en cambio ésta, ya veis, \e tiene muerto de miedo, con los labios cosidos, pero es que tendríais que verlo, en serio. Yo creo que la quiere mucho, pero me temo que ella no se lo merece, la verdad… Ahora, que aunque sea una gilipollas, la verdad es que me alegro por él. porque no hay más que verle…

En ese momento susurré que necesitaba ir al baño y eché a andar por el pasillo. Sin pensar siquiera adonde se dirigían, seguí a mis pies hasta la pecera, me senté en mi silla, y miré la pantalla de mi ordenador, donde una pelota de tenis botaba sin parar, animando en cada movimiento una estela amarillenta que probaba el rumbo errático, puramente casual, de su trayectoria. Con los ojos clavados en cada una de las cadenas de luz que se anulaban eternamente entre sí, encontré una asombrosa semejanza entre la vida de cualquiera de aquellas ilusiones esféricas y mi propia vida, que tampoco sabía en qué dirección iba a botar la próxima vez.

Lo de menos era que, al cabo, esos espectadores imparciales que acababan de dictaminar sin duda alguna que ella era una hija de puta, estuvieran tan cerca de mí. Con eso ya contaba, y contaba también con obtener un grado de comprensión mucho mayor del que ellos mismos sospechaban si alguna vez llegaban a conocer por fin mi identidad. Pero lo que jamás se me había ocurrido era que mi historia pudiera contarse de aquella extraña manera. Estaba tan acostumbrada a pensar en Foro como en un mal menor, un remedio de urgencia, un recurso para desesperadas, que apenas podía creer que alguien afirmara en voz alta lo que yo misma me reprochaba sin mover los labios. Porque ellos no sabían lo que yo sabía, y sin embargo, estaban seguros de que Foro era mejor que la mujer con quien dormía algunas noches. Y había algo todavía más asombroso. La simple posibilidad de que, al final, aquel hombre a quien yo no me decidía a tomar, pudiera dejarme por otra mujer que le mereciera más, dibujaba ante mis ojos, con la espantosa precisión de una pesadilla, el umbral de un infierno que aún no había visitado nunca. Y todo esto ocurría cuando ya me había decidido a disfrutar indefinidamente de mi situación, cuando ya había aceptado las reglas de mi doble vida sin discutirlas conmigo misma, cuando ya creía que había pasado lo peor. Y sin embargo, nunca he pasado una noche peor que aquélla.

Cuando me levanté, a la mañana siguiente, sin haber dormido ni un minuto, sabía algunas cosas más que al acostarme la noche anterior. La primera era que me costaba infinitamente renunciar a Foro, y no sólo porque un cálculo egoísta hubiera establecido que era la única solución para mi futuro, sino porque, además, le quería. La segunda era que ni todos los parabienes del mundo lograrían convencerme de que no había ni una sola posibilidad, por mínima que fuera, de que alguno de los hombres a los que amaba Alejandra Escobar pudiera existir en realidad, y de que no mereciera la pena morir esperándolo. Esto ocurría porque no estaba enamorada de Foro. La tercera cosa que sabía con seguridad era que no me quedaba más remedio que hacer algo. La cuarta, que diciembre estaba aL caer, y no se puede imaginar siquiera una época peor para tomar decisiones. La quinta, que mi carácter es muchísimo más que débil. Lo que no llegué a sospechar ni lejanamente es que aquella aparente riqueza, el inaudito exceso de poder elegir entre dos hombres distintos, uno real, siempre igual, imperfecto, y otro perfecto, siempre distinto, irreal, pudiera llegar a transformarse con el tiempo en una fuente de angustia permanente, permanentemente intensa. Eso fue sin embargo lo que ocurrió.

La Navidad, con sus luces y sus cantos, la alegría prefabricada de los anuncios de la televisión y la sinceridad de los buenos deseos de la gente comente, trajo consigo una tregua engañosa. La dosis de auténtica felicidad que extraje de ese tipo de trabajo extraordinario del que el resto de la Humanidad abomina —decorar la casa, pensar el menú de la cena, ir al mercado con mucha más frecuencia de lo habitual, encargar el marisco y el pavo con varios días de antelación, encerrarme en la cocina la noche del veintitrés para ir adelantando trabajo, poner la mesa a las seis de la tarde del día de Nochebuena, arreglarme a toda prisa cinco minutos antes de que sonara el timbre de la puerta, y empezar otra vez a hacer lo mismo apenas puse un pie en el suelo a la mañana siguiente— no fue más que un anticipo de la que sentí al ver llegar a Foro muy arreglado y sonriente, con una botella en cada mano, como si pretendiera recordarme que, sólo un año antes, a aquellas horas yo estaba en pijama, delante de la televisión, masticando con desgana un filete con patatas. El día de Navidad, David vino a comer con nosotros, y me regaló un pañuelo de gasa estampada, muy bonito.

—Ha sido Papá Noel —dijo, sonriéndome mientras me guiñaba un ojo en dirección a su padre— , no me des a mí las gracias.

Hacía tantos años que nadie me regalaba nada por Navidad–que casi se me saltaron las lágrimas. Pero el tiempo no quiso detenerse en una alegría tan pura y tan pequeña a la vez, y el vino de Nochevieja fue más amargo.

Nada me inducía a sospecharlo cuando llegamos a aquella fiesta. El célebre Antoñito convocaba todos los años a sus amigos para recibir el año nuevo en su local de Marqués de Vadillo, decorado para la ocasión con guirnaldas de papel de colores que serpenteaban entre los jamones colgados del techo, creando un efecto tan pasmoso como el que se obtenía de la combinación del mobiliario — mesas y sillas de madera basta, casi dignas del Mesón de Antoñita— y los atuendos de las invitadas, todas lentejuelas, terciopelos, y joyas demasiado aparatosas para ser auténticas. El conjunto, incluyendo las patillas, los habanos y el esmoquin de los acompañantes masculinos de todas aquellas duquesas postizas, era tan fascinante que mi humor, que ya era bueno a la entrada, se disparó como los tapones de las botellas de champán que saltaban sin cesar. Me encontraba muy bien, quizás porque había estrenado un vestido largo, el primero que había tenido la ocasión de comprarme en toda mi vida, un traje rojo, de tirantes, muy ceñido, tanto que apenas cené para evitar accidentes con la cremallera, y tal vez ese detalle podría explicarlo todo, porque cuando empecé a beber, una copa detrás de otra, mi estómago debió de convertirse en una inmensa piscina de alcohol donde flotaban apenas, a la deriva, tres o cuatro gambas y una docena de uvas, que había engullido, eso sí, religiosamente, una por cada campanada, convocando a la suerte con todas mis fuerzas. Me encontraba tan bien que mucho antes de llegar a estar borracha, arrastré a Foro al espacio improvisado como pista de baile en el centro del mesón, y le abracé con fuerza, y le besé muchas veces, como sólo le había besado a solas hasta entonces, desentendiéndome de la música y moviéndome sin embargo con él, arrastrándole en mi abrazo. Entonces ocurrió. Aprovechando una mínima pausa en la que liberé su boca de la mía para apurar una copa, él, que estaba mucho más sobrio, se separó ligeramente de mí, me miró, y me hizo la pregunta que nunca había podido hacerme antes.

—Dime una cosa… ¿Por qué no te importa besarme y abrazarme delante de mis amigos, y en cambio no me consientes que te hable siquiera delante de los tuyos?

—Yo no tengo amigos —contesté deprisa, mis labios indecisos entre la sonrisa que aún dibujaban y la desolación que presentían.

—Eso no es verdad —pronunció estas palabras en un tono que yo aún no había escuchado, a medio camino entre la seriedad y la dureza.

—N–n… N–no te en–ntiendo —mentí a medias—. Yo…

—Mira, ya estás tartamudeando otra vez —me interrumpió con un murmullo desalentado—, así que vamos a dejarlo.

Ahí se acabó la noche. Nos quedamos por lo menos otras tres horas en aquel lugar, juntos a ratos, a ratos yo sola y él bromeando y riendo con toda aquella gente, bebiendo los dos, yo más, mientras

pensaba que lo más triste de todo era que Foro no acabara de tener razón, porque Ramón, o Ana, o Rosa, eran mis amigos sólo porque no tenía otros, amigos como los suyos, como Antoñito, que le decía a la cara las cosas que no quería escuchar cuando estaba bien y le solucionaba la vida cuando estaba mal, yo no podía recurrir a nadie así, no le había mentido al decir que no tenía amigos, él no podía entenderlo, pero la editorial era mi mundo sólo porque no podía aspirar a otro. Aquella noche no sólo me di cuenta de que Foro ya había empezado a sufrir por mi culpa. También descubrí que, a despecho de cualquier apariencia, él era mucho menos pobre que yo.

Si no lo sospechaba ya, debió de comprobarlo poco después. Cuando el coche de aquellos primos suyos, no sé si figurados o legítimos, que se habían ofrecido a traernos al centro, se paró en la puerta de mi casa, él pidió al conductor que le esperara un momento antes de salir a la calle conmigo, y yo lo escuché, pero había bebido tanto que no me paré a pensar en lo que significaban aquellas palabras. Metí la llave en la cerradura al tercer o cuarto intento y entré en el portal manteniendo la puerta abierta, para dejarle pasar, pero él no quiso seguirme. Salí otra vez, sin entender todavía muy bien lo que pasaba, y él me empujó con suavidad para apoyarme contra la puerta, manipulándome con cuidado, como si fuera algún objeto frágil. Entonces me besó en la boca con su boca de coñac, dulce siempre, dulce todavía.

—Yo te quiero mucho, Marisa —me dijo. Después me dio la espalda y echó a andar.

—¡Foro! —le llamé cuando ya había abierto la puerta de aquel coche—. ¿No vas a subir…?

—No —contestó.

Su primo arrancó y yo me quedé quieta, apoyada en el portal, sin saber muy bien qué hacer, hasta que el frío me obligó a subir a casa.

Al día siguiente me llamó, y me pidió perdón, y yo le dije que no tenía nada que perdonarle, y vino a verme, y se quedó a dormir, y los dos fingimos que no había pasado nada, los días fingieron sucederse igual que antes, pero el tiempo cambió de piel, y se hizo pesado, amenazante, turbio, y cada hora presagiaba un indicio de final, cada minuto aplastaba con saña al anterior, cada segundo dolía. El 14 de febrero, cuando vino a verme por la noche, sin avisar, con un montón de copas encima y las manos vacías, para sentarse en la butaca del salón, cruzar los brazos y mirar fijamente sus zapatos antes de empezar a hablar, ya sabía lo que iba a decirme.

—Mira, Marisa, yo quería hacerte un regalo, ¿sabes?, llevaba un montón de tiempo pensándolo, buah, no veas, y no sabía muy bien qué te gustaría más, un bolso, unos zapatos, unos pendientes, y a te digo… Yo querría haberte comprado alguna joya, algo de oro, pero como no quería que pensaras cosas raras, pues al final decidí comprarte una caja de música, porque el otro día me dijiste que te gustaban mucho, ¿no?, y que nunca habías tenido una, y al salir del curro, me he ido derecho a la tienda esa de las muñecas de la Gran Vía que te gusta tanto, y he estado a punto de entrar, pero a punto, ya te digo, y de repente no me he atrevido. Me ha dado miedo comprarte un regalo, a ver si me entiendes, y no sólo porque tú eres mucho más fina que yo y seguro que esto de San Valentín te parece una horterada, que seguro que te lo parece, porque, buah, no veas cómo eres tú de señorita para según qué cosas, sino porque yo… Yo no sé lo que estoy haciendo aquí ahora mismo, Marisa, no sé qué pinto en tu vida, ni siquiera sé si pinto algo, ya te digo, y entonces he pensado… ¡yo qué sé! La verdad es que estoy empezando a llevar todo esto muy mal. Si somos novios, deberíamos comportarnos como novios, ¿no?, y si no… No sé. Yo ya comprendo que no soy ningún buen partido, eso lo comprendo, aunque haya dejado casi de beber y eso, ya te digo, comprendo que no te tires a mis pies, que también sería una tontería, porque, buah, no veas, con lo tarras que somos ya… Y no sé, es que no sé qué piensas de mí, qué piensas hacer conmigo, pero no me apetece seguir así y tener miedo de hacerte regalos, porque es que me siento fatal, esta tarde me he sentido fatal, pero gilipollas perdido, ya te digo. Y está claro que yo tengo más que perder que tú, y tampoco te pido que te cases conmigo, porque no es eso, pero, a ver si me entiendes, tengo que contarte lo que me pasa, y tienes que decirme algo, decirme si estoy dentro o fuera, si puedo contar contigo o no, si vamos a estar juntos mañana por la mañana o si esto se va a acabar antes, ya te digo…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать


Array Array читать все книги автора по порядку

Array Array - все книги автора в одном месте читать по порядку полные версии на сайте онлайн библиотеки LibKing.




Atlas de geografía humana отзывы


Отзывы читателей о книге Atlas de geografía humana, автор: Array Array. Читайте комментарии и мнения людей о произведении.


Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв или расскажите друзьям

Напишите свой комментарий
x